[Ensayo] Un guion albiceleste: El único gran rito que persiste en nuestra época

Solo resta darle las gracias al libretista anónimo que nos regaló este juego y a Lionel Messi que tanto nos dio y finalmente recibió lo que el fútbol le tenía reservado para una de sus últimas batallas. El final de la lucha es —en este caso— la liberación, caer de rodillas al pasto y el cielo arriba, con los colores que lleva sobre el pecho.

Por Alfonso Matus Santa Cruz

Publicado el 19.12.2022

La primera reacción de Lionel Messi tras la conversión del penal definitivo que consagró a Argentina fue la de caer de rodillas a la hierba injertada en el estadio Lusail. Un coliseo postmoderno que parece la invención de un oasis tecno-deportivo en medio del desierto catarí. La mayoría de sus compañeros salieron corriendo desde la mitad de la cancha hacia el arco, un movimiento que suelen repetir los equipos al celebrar una victoria en tanda de penales.

Pero, después de unos segundos que son el limbo en que el deseo finalmente llega a su puerto definitivo, primero Paredes, y luego otros compañeros, lo rodearon y se enzarzaron en un abrazo grupal que parecía una mezquita, una cúpula cuyo pilar central era Messi. Imán y amuleto del equipo.

Caer de rodillas es entregarse, desplomarse bajo una fuerza de gravedad física y emocional ante la que uno cede. La represa se rompe. El agua fluye. La sangre renovada se propaga desde el corazón a los pies. Concluye la lucha.

Amantes del fútbol o no es difícil no congeniar con el pequeño genio de Rosario, un humano que parecía estar construido para todo menos para abrirse paso hasta la gloria en un deporte de contacto, que requiere fuerza, aguante, resistencia física y mental, además de destreza técnica, precisamente lo que le sobraba.

Un guion polarizado, antitético en el sentido clásico: un don que parece irrepetible, por un lado, y limitantes hormonales y culturales por la otra vereda. Y, por si faltara algo, ese precursor esperpéntico y deslumbrante que fue Maradona, divinizado por sus compatriotas y destruido por las adicciones.

 

El juego sagrado

La resiliencia, la entereza para comer vidrio y volver de nuevo a la contienda, metabolizando frustración tras frustración después de hacer agua con las piedras en el equipo que cayera derrotado ante Alemania o clasificar a una selección agonizante para el mundial de Rusia.

Ese ejemplo, el del talento consumado colaborando con una disciplina y una persistencia a prueba de casi todo, es lo que, de algún modo misterioso, recibe recompensa kármica, si lo podemos poner así, en ese momento cuando el cuerpo se inclina y las rodillas tocan el pasto.

La forma en que Messi encara el fútbol es religiosa, pero no en un sentido exacerbado o pasional como lo era con Maradona, sino con una fe de monje asceta, que entrena día tras día, cumple con su rutina y deja el ocio para compartir con su familia. No hay actos de sobra. Todo encauzado en pos del juego sagrado.

Sagrado porque lo vive como un niño que sabe que el juego es el más serio de los actos. El juego, en cualquiera de sus formas, puede ser una experiencia trascendente, un fusionarse completamente con la actividad que se lleva a cabo con todas las células del cuerpo. Con neuronas coordinadas y corazón pujante.

Pasolini, un amante del fútbol, acertó cuando dijo que el fútbol es rito y evasión, es lo que tomó la posta del teatro y se transformó en: «el único gran rito que queda en nuestra época».

La representación de este domingo, a la que asistieron decenas de miles en directo y un par de miles de millones a distancia, tuvo a un guionista fascinante, capaz de mezclar prosa y poesía, música clásica, el metal eléctrico de Mbappé y cumbia villera.

Vuelcos de trama contundentes tras una larga meseta de espléndido dominio argentino. En diez minutos Mbappé prácticamente a solas casi dinamita el partido con el penal y el golazo de volea, y eso que antes apenas había participado de la trama.

Una final para los anales del fútbol, que probablemente causó más oscilaciones de presión en la sangre de millones de personas que cualquier evento anterior.

 

La poesía del fútbol sudamericano

Pero había algo en el aire, en los latidos colectivos, en la fisiología de las masas atentas a un balón rodando por el césped, pasando de un pie a otro, pechos y cabezas, que parecía querer, pese a todo, entregarle la victoria a Messi y compañía. Al conjunto, un equipo que, como pocas veces se da en este deporte de gladiadores modernos, transmite una comunión afectiva, una organización táctica y un remar hacia el mismo fin.

Sin embargo, no por ellos, sino por todos los que los bancaban desde su tierra asediada por la inflación y la crisis económica, sus familias y esos millones de hinchas persistentes o provisorios, cuya intensidad de sentimiento e identificación con la albiceleste es quizá la última ontología y metafísica que sostiene al país.

Y por su capitán. La devoción de los jugadores a Messi era patente y transparente, nada de peleas de gallitos, todos queriendo devolverle algo de lo que él les había regalado. Uno de esos líderes silenciosos que no elige ser profeta, pero parece estar destinado a serlo, ser negado en su propia tierra una y otra vez, para volver siempre a aplacar la sed de belleza y de gloria deportiva.

Dos días antes de la final escuchaba la última entrevista a Cormac McCarthy, una conversación en el Origins Podcast, con el físico Laurence Krauss. El lacónico escritor de Meridiano de sangre y La carretera, afirmaba ser un materialista y creer que a la larga la ciencia sobrevivirá a la poesía. Como lector y escritor de poesía, por más que valore y me fascine la ciencia y la física en particular, no puedo estar más en desacuerdo y lo ocurrido este domingo me lo confirma.

La poesía del fútbol sudamericano venció a las pragmáticas fórmulas del equipo europeo. Después de veinte años el arte del fútbol latinoamericano es revindicado. Con un compositor equilibrado de DT, una orquesta coordinada y un solista fenomenal al servicio del equipo, volvió a triunfar sobre el laboratorio de alto rendimiento deportivo en que se han vuelto las academias de formación de los clubes europeos.

Así, la poesía y el juego dieron un golpe más sobre la mesa, pese a la corrupción y a la inteligencia artificial, al primer mundo y su substracción de talentos africanos, ya que Francia sin sus colonias sería una selección del montón.

Solo queda darle las gracias al guionista anónimo que nos regaló este juego y a Lionel que tanto nos dio y finalmente recibió lo que el fútbol le tenía reservado para una de sus últimas batallas.

El final de la lucha es, en este caso, la liberación, caer de rodillas al pasto y el cielo arriba con los colores que lleva sobre el pecho. Como parece que dijo antes del último penal, abrazado entre sus compañeros: «no voy a sufrir más».

 

 

 

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Alfonso Matus Santa Cruz (1995) es un poeta y escritor autodidacta, que después de egresar de la Scuola Italiana Vittorio Montiglio de Santiago incursionó en las carreras de sociología y de filosofía en la Universidad de Chile, para luego viajar por el cono sur desempeñando diversos oficios, entre los cuales destacan el de garzón, el de barista y el de brigadista forestal.

Actualmente reside en la ciudad Puerto Varas, y acaba de publicar su primer poemario, titulado Tallar silencios (Notebook Poiesis, 2021). Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

 

Alfonso Matus Santa Cruz

 

 

Imagen destacada: Lionel Messi campeón del mundo en Qatar 2022.