Manuel Gutiérrez y Manuel Romero grafican esa oscuridad emocional y psicológica que el gran creador neoclásico vivenciaba, y la ilustran valiéndose de un arte contemporáneo como el cómic, y a través de un lenguaje que honra el excelso imaginario pictórico del inmortal maestro aragonés.
Por Jordi Mat Amorós i Navarro
Publicado el 18.1.2023
«¡Ay, cómo canta la noche, cómo canta! ¡Qué espesura de anémonas levanta! ¡Qué témpanos de hielo azul levanta!».
Goya. Saturnalia
«Como un baile entre el cómic y la pintura», califica a esta novela gráfica en su epílogo, el crítico Álvaro Pons. Una joya del noveno arte editado con suma exquisitez por Cascaborra Ediciones y en cuyas páginas los autores nos ofrecen su peculiar visión del singular universo del mítico maestro durante la realización de sus personalísimas Pinturas negras.
Gutiérrez ha oficiado como director de arte, ilustrador, diseñador, rotulista y poeta; y es todo un veterano en el universo cómic. Por su parte Romero es pintor e ilustrador, siendo Goya. Saturnalia su primer trabajo como profesional de la narración ilustrada.
A propósito de su libro nos advierten: «Los autores dudan que los acontecimientos narrados en esta obra hayan ocurrido en realidad pero tampoco tienen certezas de que no lo hayan hecho».
Una advertencia que es indicación del territorio oscuro por el que se han sumergido, la negrura de un tiempo social muy convulso —una España, la del siglo XVIII y principios del XIX, que se devoraba a sí misma, tal y como Saturno devoró a sus hijos en el mito retratado por Goya— y el nigredo personal de un artista quien ya anciano siente en propia piel los demonios humanos.
O lo que en la mística se conoce como la noche oscura del alma, «la noche de hielo azul», que poéticamente se evoca en la rotunda cita del encabezado con la cual los autores ponen palabras a la pulsión desgarradora del genio.
Trazos oscuros
Gutiérrez y Romero ilustran esa oscuridad que Goya vivenciaba, la ilustran ellos en un arte contemporáneo que honra el excelso arte original del inmortal maestro aragonés.
Las suyas son imágenes potentísimas que enfatizan rostros, miradas y gestos del artista y de los personajes de su universo. Una fuerza expresiva en dominante de tonalidades negras, marrones y grises.
Bellas imágenes que hablan por sí solas y que no obstante cobran mayor profundidad en sus precisos y preciosos textos. Y es que los autores nos recuerdan con su obra de sombras, que la belleza no es patrimonio exclusivo de lo luminoso.
La búsqueda trascendente
De hecho —como han experimentado tantas gentes sensibles de todos los tiempos— a menudo en la oscuridad se esconde la mayor belleza, la belleza desconocida e incomprendida que espera nuevas luces —nuevas miradas de mayor empatía— que la re-conozcan sin temor.
En efecto, ese sumergimiento en la oscuridad del Goya de las Pinturas negras también lo vivenciaron otros insignes artistas pretéritos y ulteriores a su figura. Gutiérrez y Moreno evocan a algunos de ellos en las páginas de este libro con clara voluntad de enfatizar la búsqueda trascendente en las artes a lo largo de los tiempos.
Y asimismo aluden a dioses mitológicos de distintas tradiciones culturales que simbolizan la perpetua «danza» regenerativa de este mundo dual en el que transitamos o la vida ahora y aquí entendida como una danza incansable entre dos poderosas fuerzas aparentemente opuestas: la destrucción y la creación.
Autodestrucción regeneradora
Gracias a la sensibilidad de los autores de este cómic podemos aproximarnos a la pulsión desgarradora del Goya trascendental que se entrega a la oscuridad en autodestrucción regeneradora.
Una oscuridad que el maestro vivencia en empatía, una oscuridad que alberga gritos y llantos de dolor humano. Un dolor fruto de siglos y siglos de razón sin corazón, de siglos y siglos de maltrato y represión de la feminidad tanto en mujeres como en hombres, de siglos y siglos de desconexión vital que generan vórtices oscuros.
Goya se sumerge en el dolor, la ira, el conflicto de los pozos negros y mira de cara a los monstruos generados por ese maltrato endémico. No en vano el artista tituló uno de sus grabados como El sueño de la razón produce monstruos.
El suyo es un proceso personal brutal (es sabido lo durísimo que es ver de cara a los monstruos de la indiferencia egoica) que pretende proyectar en su arte, en el cual nos muestra el horror que creamos y no queremos asumir.
Nos lo muestra —entiendo— con voluntad regeneradora, confía en que la fuerza del arte nos despierte del letargo en el que «vivimos». En palabras de Gutiérrez y de Romero:
«Soy el gesto y el desgarro. Soy el color que tiembla. Soy la máscara donde se refugia el niño. Soy el bucle y el aleteo que difumina los límites. Soy la mancha que desgarra el tiempo. Soy la danza que se sueña sobre los estigmatizados y los parias… un hombre donde solloza la muerte».
Y entre tanta vorágine oscura, los autores vislumbran la esperanza de un humano genial que se implica en el dolor del mundo, de un artista comprometido en lo social más allá de su propia historia:
«Responderemos al horror con el arte. Con nuestras manos y ojos. Con nuestras mentes y nuestras vísceras. Responderemos con torrentes de humanidad».
Siempre ha habido personas excepcionales cuyas miradas de luz nos han ayudado en la ardua tarea de renovar y de reinterpretar este extraño y maravilloso mundo que compartimos.
Goya fue y es en su inmortalidad artística uno de ellos. Gracias a este excepcional cómic puede ser descubierto o redescubierto con una óptica que amplifica —si cabe— su trascendental mirada.
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Jordi Mat Amorós i Navarro es un pedagogo terapeuta titulado en la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.
Imagen destacada: Manuel Romero y Manuel Gutiérrez.