Con una prosa depurada, el ensayista de origen rumano Costica Bradatan despliega una orquesta fragmentada, con entreactos narrativos y reflexivos, que transcurren del caso biográfico de un pensador al siguiente, al exhibir ejemplos iconoclastas, pero también a autores más secretos para las grandes audiencias, en el rasgo común de su actuar frente al desenlace último de la vida propia.
Por Alfonso Matus Santa Cruz
Publicado el 26.1.2023
La sangre humana ha corrido por los peldaños de las pirámides aztecas, por los que van hacia el cadalso en que la guillotina esperaba a su próxima víctima durante la inquisición o la Revolución Francesa.
El fuego de las hogueras ha consumido el cuerpo de Giordano Bruno o Juana de Arco, y los fanáticos religiosos y políticos han descuartizados cuerpos por fe o por actuar como matones de una supuesta autoridad.
Así, la cicuta llevó a Sócrates a una muerte lenta, con un dejo dulce agraz, cumpliendo la sentencia de un juicio que él mismo, empujado por la ausencia de su daimon, condujo a esa conclusión, resistiéndose a doblegar sus razonamientos.
El sacrificio impuesto, buscado, orgiástico y brutal, ha sido uno de los actos más relevantes en la trama de los poderes que mueven a las sociedades humanas, poderes visibles, como el cuerpo, e invisibles, como las ideas. Esas ideas que, en el caso de los filósofos, llevan tatuadas en su voz y su cuerpo hasta el punto de estar dispuestos a morir por ellas.
Sin ir más lejos, esta tradición subversiva de idealistas hasta el fin es la que desglosa y narra con amena erudición el escritor y filósofo rumano Costica Bradatan, en su primer libro traducido al castellano, Morir por las ideas, recientemente publicado por la editorial Anagrama.
En el territorio de los mitos
La historia de las ideas se ha ido construyendo sobre los pilares de sacrificios icónicos, Jesús de Nazaret y Sócrates cuatro siglos antes que él, sin ir más lejos, son dos de los hitos más trascendentales en el devenir de Occidente. Ambos no dejaron obra escrita, fueron maestros de la oratoria, pero, sobre todo, vivieron sus ideas con todas las células y dolores del cuerpo, se comprometieron a ellas en un pacto irrevocable.
El caso de Sócrates sirve como la piedra fundacional de esta historia de pensadores apasionados, santos o kamikazes según de dónde se los mire. El quehacer de los pensadores compendiados en esta obra da un vuelco a la mesa de los profesores de filosofía encorvados sobre sus computadores, enfrascados en la composición de otro artículo académico, calentándose la cabeza con las notas a pie de página como si estuvieran ante un tribunal de la inquisición imaginario.
Los pensadores a los que nos remite Bradatan ponen el cuerpo, expresan sus ideas, luchan internamente con la condena de una muerte a corto o largo plazo, se burlan con una ironía finísima de sus verdugos y de sí mismos. Juegan al funambulismo de una existencia irónica, discutiendo con los tiranuelos de turno, ejemplificando la performance del libre pensamiento hasta sus últimas consecuencias.
El autor nos lleva por un largo periplo con distintos niveles de proximidad a la muerte, distintos ángulos del famoso dictado platónico de que filosofar es aprender a morir.
Desde el retiro del mundo de Montaigne para escribir sus ensayos tras la muerte de un amigo íntimo hasta el brutal descuartizamiento de Hipatia en Alejandría, los juicios a Giordano Bruno y Tomás Moro, las obras de éste último y Boecio para consolarse frente a la perspectiva de la muerte, haciendo uso del pensamiento para transformar el temor, curtir el alma y prepararse para lo inevitable.
Con una prosa depurada, Costica Bradatan despliega una orquesta fragmentada, con entreactos narrativos y reflexivos, yendo del caso de un filósofo al siguiente, tomando ejemplos iconoclastas, pero también a pensadores más secretos como Paul-Louis Landsberg, estudiante de Heidegger, que analizó esta problemática en su Ensayo sobre la experiencia de la muerte.
Así, Bradatan va de lleno a las problemáticas sociales que resonaron fuertemente en la vida de pensadores como la francesa Simone Weil, quien murió de hambre en Inglaterra para pasar hambre como sus compatriotas que sufrían la ocupación nazi, y el ejemplar filósofo checo Jan Patocka, dirigente del movimiento Carta 77, que falleció por consecuencia de las torturas que padeció de los interrogadores del régimen comunista.
De este modo, el autor de origen rumano nos va relatando una historia extensa e íntima a la vez, una en que los cataclismos sociales y la vida interior de los pensadores se fusionan mediante la performance de sus cuerpos. Materia que se hace pensamiento, pensamiento que encarna.
Es el proceso alquímico en que las ideas y sus defensores son transformados por la muerte hasta desembocar en el territorio de los mitos. Todo lo que estos filósofos y filosofas hicieron, pensaron y escribieron, es sublimado por una catarsis que aniquila sus cuerpos para dar una nueva dimensión a sus obras. Vida y obra reunidas en la muerte.
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Alfonso Matus Santa Cruz (1995) es un poeta y escritor autodidacta, que después de egresar de la Scuola Italiana Vittorio Montiglio de Santiago incursionó en las carreras de sociología y de filosofía en la Universidad de Chile, para luego viajar por el cono sur y desempeñar diversos oficios, entre los cuales destacaron el de garzón, el de barista y el de brigadista forestal.
Actualmente reside en la ciudad Puerto Varas, y acaba de publicar su primer poemario, titulado Tallar silencios (Notebook Poiesis, 2021).
Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.
Imagen destacada: Simone Weil.