La morada donde alojo en esta oportunidad parece hecha como un barco que apresta su proa hacia el mar interior, atisbándolo desde los ojos de dos enormes ventanales, cuyas verdes cortinas exteriores son arrayanes en flor que trepan hacia el cielo para sumarse al trazo incierto y vertiginoso de las nubes del archipiélago.
Por Edmundo Moure Rojas
Publicado el 2.2.2023
Aterrizamos en la Isla Grande, el viernes 6 de enero. Hicimos cuentas: Marisol no venía al Archipiélago mágico desde febrero 2003; el cronista, desde mayo de 2006.
Lectora amiga, lector amigo, ¿conoces Chiloé, Nueva Galicia, Chilhué, «lugar de pájaros estridentes». Si tu respuesta es negativa, nada sabes de este planeta.
Con esta profesión de amor y de fe, renovamos el sacramento del viejo peregrino que vuelve al lugar donde ha sido feliz, desafiando la recomendación en contrario del poeta que duda del beneficio de la nostalgia, apoyándose quizás en el escepticismo fugitivo de Heráclito y en la menesterosa fugacidad de los recuerdos.
Nos aguardaban, en su casa de Molulco, que mira hacia el estero de Compu, nuestros amigos Cecilia Conejeros y Marcos Uribe. Morada hecha como un barco que apresta su proa hacia el mar interior, atisbándolo desde los ojos de dos enormes ventanales, cuyas verdes cortinas exteriores son arrayanes en flor que trepan hacia el cielo para sumarse al trazo incierto y vertiginoso de las nubes.
A la entrada del predio, Marcos nos advierte de agujeros como trampas, hechos por las numerosas gallinas que cría Cecilia. La precaución ante posibles caídas, por ahora, es asumida por ambos huéspedes, que superan el desafío para ingresar en el hospitalario abrazo de la madera.
El cronista, como si buscara antiguas correspondencias campesinas, observa la variedad de estas prodigiosas ponedoras que parecen disfrutar de su verde paraíso, en absoluta y feliz inconsciencia. El cronista se ofrece para llevarles la ración cotidiana de maíz, luego del disfrute de unos incomparables huevos revueltos.
Marcos rompe el hechizo, importunando el sencillo goce gastronómico, con las cuentas irrefutables de un ministro de hacienda: el coste de los huevos y el mantenimiento de las airosas ponedoras carece de compensación económica.
Es prematuro aún para responderle con una ironía gallega (retranca), pero luego se producirán estos lances de humor, entreverados como grato duelo verbal, porque el Andrade materno que late en Marcos, tiene viejas raíces en el noroeste peninsular, en la villa de Pontedeume, desde donde procede este apellido, común en el Chiloé cotidiano y en sus cementerios floridos.
Desde la casa-barco observamos las ringleras acuáticas de los viveros de choros (mexillóns) y cholguas que brillan en el pródigo espejo del estero. Pronto los veremos abrirse, amarillos, lúbricos y humeantes, en la fuente de greda que las manos de Cecilia ofician, en el mejor de todos los sacramentos.
La memoria es una vieja casa que espera
A partir de entonces, disfrutaremos un interminable condumio de peces y mariscos; sierra, congrio, jurel, merluza austral; picorocos, huepus, erizos, ostras; una cazuela gloriosa, con ulte, que prepara Marcos, y manducamos en compañía del amigo poeta Mario Contreras Vega, quien ha traído unos sabrosos milcaos y la buena conversa, referida a Chiloé, este país tan singular cuyas primicias y riquezas están amenazadas por una depredación voraz e indiscriminada, no solo forastera, sino también autóctona.
Marcos propone transformar en región al Archipiélago. Discrepa Mario. Se alarga el diálogo y el apetito parece incitar las palabras, como una suerte de carnada que se agitara sobre el océano del lenguaje. Recuerdos, anécdotas; Renato Cárdenas revive en la mesa de la cena, como una honda convocatoria mistraliana.
También se regresa a los recuerdos: la memoria es una vieja casa que espera.
Hace cuatro décadas, el cronista conoció, en Compu, al cacique huilliche, Carlos Lincomán. Sus palabras testimoniales están en el libro de viajes Gente de la tierra:
En noviembre de 1986 tuvimos nuestro congreso unitario en Valdivia. Nos reunimos allí caciques y dirigentes, para analizar los problemas que afectan a nuestra raza… Los últimos años, como usted bien sabe, han sido de luchas e intentos de reivindicación; hoy, podemos decir que el sur indígena es una caldera a punto de reventar.
Pero vea cómo actúan las autoridades huincas, siempre aliadas a los intereses de madereros y latifundistas; por un lado, tratan de halagarnos con dádivas miserables; por otro, nos combaten con la represión, la mentira y el escarnio, al punto de llamarnos ‘usurpadores’.
A nosotros, que fuimos despojados sistemáticamente de la tierra y de los bosques, ni siquiera para favorecer a otra cultura, sino para servir los apetitos oportunistas del capitalismo salvaje. El futuro se ve sombrío e incierto, pero no abandonaremos la lucha, jamás.
A la mañana siguiente, el cronista desatiende la seria advertencia de Cecilia: no pisar las tablas de la terraza ubicada al oriente. La caída se produce. Un metro ochenta de altura; es el torpe vuelo de un arquero en desuso. Violenta contusión pulmonar. No hay fracturas.
El médico de Chonchi dice, con gesto de reproche:
—La sacó barata, no la cuenta otra vez.
Duelen las costillas por la noche, se hace dificultosa la respiración. La poeta Marisol, sin versos ni rimas, le recuerda al cronista torpezas similares en ocasiones semejantes. La parte poética, que no está dolorida, inspira al cronista para escribir un poema de rasgos bucólicos y aun pastoriles:
EL GUARDADOR DE GALLINAS
Casa de Marcos y Cecilia
en el estero de Compu
El aire trae aromas
de canelo y arrayanes floridos
bajo el apremio de las golondrinas
En qué bosque andará
Renato Cárdenas
descubriendo
toponimias huilliches
refranes extraviados
en el diccionario
de las zarzamoras.
El canto del gallo interrumpe
mis cavilaciones
Es la hora sagrada
del maíz
las 5 en punto de la tarde
ha dicho Cecilia
Las gallinas me esperan
al otro lado de la puerta.
Soy su guardador provisorio
Me siguen como
a flautista de Hamelin
al son de los granos
que cantan contra
el aluminio de la vasija
El gallo blanco revolotea
su ira emplumada
El gallo negro se aleja
del comedero
mirándome de soslayo
Le lanzo el maíz
lejos de su rival
Dos gallinas trintre
se niegan a ser guardadas
y acechan entre la maleza
Parecen brujas
de la Recta Provincia
Un escalofrío resbala
por la piel de la tarde.
La lluvia entona
su elegía de la nostalgia
tras los amantes pasos
del guardador.
El mejor paisaje de Chiloé es su gente. Hemos sido invitados a una cena con amigos de Cecilia y Marcos.
—Procura no aguar la fiesta —me dice Marisol.
—Te compensaré por lo perdido —le respondo.
La casa cruje; mis costillas se quejan.
Mañana será otro día.
***
Edmundo Moure Rojas, escritor, poeta y cronista, asumió como presidente titular de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) en 1989, luego del mandato democrático de Poli Délano, y además fue el gestor y fundador del Centro de Estudios Gallegos en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile, casa de estudios superiores en la cual ejerció durante once años la cátedra de Lingua e Cultura Galegas.
Ha publicado veinticuatro libros, dieciocho en Sudamérica y seis de ellos en Europa. En 1997 obtuvo en España un primer premio por su ensayo Chiloé y Galicia, confines mágicos. Su último título puesto en circulación es el volumen de crónicas Memorias transeúntes.
En la actualidad ejerce como director titular y responsable del Diario Cine y Literatura.
Imagen destacada: Edmundo Moure Rojas.