[Ensayo] «Indigno de ser amado»: La sobrevivencia como un juego perverso y egoísta

Esta novela del escritor japonés Osamu Dazai —que data de 1948— es el relato de un hombre torturado desde el mismo día en la cual tuvo la consciencia de que los seres humanos están destinados a desaparecer de la realidad física en cuanto organismos vivos, sin jamás encontrar alivio ni respuestas a la angustia existencial que tanto lo aquejaba.

Por Juan Mihovilovich

Publicado el 3.2.2023

«El ser humano no obedece a nadie. Hasta los esclavos llevan a cabo entre ellos mismos sus venganzas mezquinas. Los seres humanos no pueden relacionarse más allá de la rivalidad entre ganar y perder».
Osamu Dazai

La historia de un hombre atormentado desde su nacimiento —o desde su precario uso de razón— constituye el enclave central de una narración angustiosa, que va y vuelve sobre el dilema permanente de su existencia: no poder salir de su autocensura, una condena que construye por sí mismo en gran medida y que es un frágil resguardo que lo aísla de los demás.

Yozo es, desde sus inicios como ser humano, un individuo apagado, debilucho, colocado en la ambivalencia de superar sus traumas personales a través de sus permanentes «bufonerías», esa insistencia obsesiva por querer agradar a los otros y, de alguna torpe manera, sobrevivir ocultando sus tabúes.

Su aguda penetración sicológica lo hace un perpetuo escudriñador de las reacciones de su entorno y, aunque permanece siendo un cautivo de sus fobias, es capaz de dilucidar con certera lucidez los enigmas personales de quienes constituyen su mundo inmediato. Así, sufre de continúo por la presencia autoritaria de un padre castrador que va minando su voluntad, una voluntad que subyace escindida de sus anhelos fundamentales.

Es, Yozo, un joven que deambula esperando una oportunidad que se encarga siempre de destruir a priori. En esa paradoja vivencial oscila entre una alegría falsa y un dolor real: su búsqueda es metafísica, pero se miente a sí mismo a cada instante. En esa dualidad va conociendo los avatares del mundo y se vincula con quienes serán, de algún modo, los actores y actrices que irán conformando su realidad autodestructiva.

 

Sin resurrección posible

Desde que un compañero de escuela, Takeichi —un jovencito marginado del espacio estudiantil por carecer de empatía y sufrir los agobios acosadores del resto— lo calibra cabalmente al ser capaz de ver en Yozo las motivaciones auténticas que configuran su intimidad, este ve acelerado su proceso de deterioro.

Luego el personaje presiente que la sentencia de Takeichi lo acompañará toda su vida. Le enuncia dos premoniciones que condicionarán su futuro: ser amado por las mujeres y llegar a ser un gran pintor. Con ese peso a cuestas Yozo caminará por su futura adolescencia intentando superar ambas —si se quiere— anticipadas condenas.

Sobre la primera de ellas, será cumplida casi a cabalidad. A pesar de su angustia existencial, de su falta de entereza para enfrentarse con esa sociedad que empieza y termina por detestar, Yozo percibe que ejerce sobre el sexo femenino un encanto que resulta insoslayable.

Casi sin querer aprovecharse de esa condición natural ejercida por una belleza varonil evidente y, accesoriamente, por una especie de candor natural que emana de su personalidad doliente, Yozo será un protegido de diversas mujeres jóvenes y maduras. Sobre la segunda, asumirá la pintura como un paliativo mediocre para generar ingresos circunstanciales.

Así, cada vez más preso de sus emociones condicionantes, de sus acciones irresolutas, de su afición progresiva a la bebida y el tabaco —que descubrirá a través de Hokiri, un supuesto amigo calculador, mentiroso y cruel— Yozo irá descendiendo temprano por una especie de caída libre donde no se avizora resurrección posible.

Las ayudas monetarias que recibe a través de su padre o sus hermanos solo le sirven para sus vicios personales. Sus relaciones con prostitutas, donde se deja querer para no caer en el suicidio, lo ayudan a posponer la decisión que, tarde o temprano se vislumbra en un futuro carente de perspectivas personales y expectativas sociales.

Odia y rechaza a la sociedad al descubrir que él mismo la constituye. La sociedad alienada es un bosquejo incompleto de las imperfecciones individuales.

El mundo, entonces, no es una entelequia alejada de su abortado desarrollo personal. Al contrario. No es más que la extensión aumentada por una paradójica visión de mundo que coarta la necesidad común de amar y de ser amado.

 

Breves chispazos de cariño

Yozo terminará conformándose con una sentencia lapidaria: el dinero es la muerte del amor.

Todo lo que existe en el corazón del ser humano —incluido, naturalmente, el suyo— no es más que el juego perverso de acceder al dinero para saciar los apetitos primarios que apenas exceden las necesidades más básicas del individuo. No se vive sino para acumular algo material, no importando si tal acumulación es de una clase social pobre o enriquecida. Es la conducta humana la que hace de la sobrevivencia un juego perverso y egoísta.

Por eso Yozo descree de las buenas intenciones. Las propias y las ajenas. No hay sino egoísmo en la raza humana y los chispazos de cariño ocurren cuando pequeños gestos llegan a ser sublimados por una necesidad esencial de aceptar y ser aceptado, por sí mismo y los demás. El resto es de una hipocresía enfermiza que se erige como un escudo protector de los miedos individuales y colectivos.

Una novela de una intensidad emotiva inusitada, con perturbadoras incursiones mentales, como escasas narraciones contemporáneas.

Un autor central de la literatura japonesa, que terminó prematuramente con su vida y que se adentró, con inigualable maestría, en esos intersticios de la supuesta racionalidad humana, siempre al borde de la indignidad.

 

 

 

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Juan Mihovilovich Hernández (Punta Arenas, 1951) es un importante autor chileno de la generación literaria de los 80, nacido en la zona austral de Magallanes.

Entre sus obras destacan las novelas Útero (Zuramerica, 2020), Yo mi hermano (Lom, 2015), Grados de referencia (Lom, 2011) y El contagio de la locura (Lom, 2006, y semifinalista del prestigioso Premio Herralde en España, el año anterior).

De profesión abogado, se desempeñó también como juez de la República en la localidad de Puerto Cisnes, en la Región de Aysén, hasta el mes de mayo de 2021.

Asimismo, es miembro correspondiente de la Academia Chilena de la Lengua y redactor estable del Diario Cine y Literatura.

 

«Indigno de ser humano», de Osamu Dazai (Sajalín Editores, 2022)

 

 

 

Juan Mihovilovich

 

 

Imagen destacada: Osamu Dazai (1909 – 1948).