[Ensayo] «Tres ensayos portátiles sobre la guerra»: Desde el momento en que nacemos

En la apasionante obra que nos entrega el filósofo chileno Javier Agüero Águila, los tres autores trabajados (Freud, Zizek y Butler) abordan cada uno, a su manera, esa suerte de borramiento del límite que se encuentra en una conflagración bélica: la desaparición de las fronteras en beneficio de una desmesura desatada, alimentada por el odio, la humillación, la frustración y el deseo de venganza.

Por Benoit Mathot 

Publicado el 11.2.2023

El ser humano, ¿puede estar al origen de sí mismo? Esta pregunta acecha desde siempre la historia de la filosofía, de la teología y más aún, del psicoanálisis, por no citar más que a tres disciplinas entre muchas otras.

Por mi parte, como teólogo, creo que no es así, y que lo humano se recibe fundamentalmente de otro diferente que de sí mismo. Según esta perspectiva, en el origen de nosotros mismos hay un otro: el otro corporal, el otro cultural, el otro simbólico, el otro lingüístico, en fin.

Y desde el momento en que nacemos ya entramos en la vida estando precedidos de todo este equipaje que no hemos escogido, pero que se nos impone. Es en este sentido que se puede afirmar que lo humano está constitutivamente habitado por el otro, lo que es un obstáculo para el mito de la coincidencia perfecta del sujeto consigo mismo.

En el fondo, no coincidimos nunca perfectamente con nosotros mismos, porque en el corazón de aquello que nos constituye como sujetos humanos —más allá de las elecciones y de los posicionamientos propios que hacemos y tenemos a lo largo de nuestra existencia— permanece la huella indeleble de una herencia, de todo lo que ha contribuido a hacer de nosotros (sin nunca, al final, determinarnos) aquello en lo que hemos devenido.

Según esta perspectiva, es suficientemente claro que el otro ejerce sobre mí una función de límite; aquello que ha impedido desde siempre ser uno conmigo mismo. Él me castra simbólicamente en mi deseo de creerme origen y fundamento del yo y de mi identidad.

Al hacerlo, me indica que hay en mí, alojado en lo más íntimo, esta herida del otro; una herida que es necesariamente frustrante, molesta, con la cual, por otra parte, siempre es sano querer luchar, pero que paradojalmente dibuja también los contornos de un lugar en el cual mi vida puede tomar cuerpo y consistencia.

Sin embargo, siendo cierto que esta herida está en el origen de nosotros mismos como esta instancia de no-totalización del sujeto, el otro se encuentra igualmente a lo largo de la vida como lo que viene, una vez más, a inscribir un límite en el corazón del goce que yo puedo tener de mí mismo, así como el que puedo tener de cara a los otros y del mundo que me rodea.

Así, el otro es este impedimento que se instala sobre la pulsión auto-devorante de ser solo uno conmigo mismo, es decir, querer gozar sin poner obstáculo al yo.

Es aquí que podemos hablar, sin duda, de una función salvadora de la alteridad: en efecto, haciéndome descoincidir conmigo ella me salva, en alguna medida, de mí mismo, del encierro que amenaza siempre la afirmación de mi identidad.

 

La herida del otro

Desde el lugar de la teología, uno de los ejemplos emblemáticos que se podría movilizar para ilustrar esta problemática podría ser, en el libro del Génesis, el relato místico de la creación de Eva por Dios:

Después Dios el Señor dijo: ‘No está bien que el hombre esté solo; le haré una ayuda a su medida’. Y así, Dios el Señor formó de la tierra todos los animales del campo, y todas las aves de los cielos, y se los llevó a Adán para ver qué nombre les pondría; y el nombre que Adán les puso a los animales con vida es el nombre que se les quedó. Adán puso nombre a todos los animales y a las aves de los cielos, y a todo el ganado del campo, pero para Adán no se halló una ayuda a su medida. Entonces Dios el Señor hizo que Adán cayera en un sueño profundo y, mientras éste dormía, le sacó una de sus costillas, y luego cerró esa parte de su cuerpo. Con la costilla que sacó del hombre, Dios hizo una mujer, y se la llevó al hombre. Entonces Adán dijo: ‘Ésta es ahora carne de mi carne y hueso de mis huesos; será llamada mujer —Ishsha—, porque fue sacada del hombre —Ish— (Gn 2, 18-23).

Lo vemos en este relato, la ayuda que es dada por Dios a Adán (y, a través de él, a lo humano en general) no tiene por función venir a llenar un vacío, sino que se traduce en la inscripción de una marca, de un agujero, de una no-totalización en el corazón de su carne. La mujer (Ishsha) es en efecto sacada del hombre (Ish), extraída de su propio cuerpo, lo que inscribe en el hombre la huella de una herida, en este caso la herida del otro.

No obstante, la apuesta de la tradición judeo-cristiana, es precisamente considerar que esta herida sea también, paradojalmente, el lugar a partir del cual una vida nueva puede advenir, dando así a la vida humana la posibilidad de no caer en el fantasma del solipsismo y de la auto referencialidad. Se trata aquí de un primer límite, pero también de un primer soporte para que la vida no solamente sea posible, sino fundamentalmente buena.

Mensaje fuerte pero que Yahvé va, en alguna medida, a radicalizar, dándole a los humanos el acceso a todos los árboles del mítico Jardín del Edén, salvo a uno, el árbol del conocimiento del bien y del mal, introduciendo aquí, de nuevo, la huella de una falta, de un imposible.

En Génesis 2, 16-17, se puede leer: mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; más del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que de él comieres, de cierto morirás.

Un nuevo límite es instalado sobre la pretensión humana, esta vez no sobre el hecho de poseerse a sí misma, sino de poseer el mundo que la rodea. Y la advertencia de Dios es inapelable: si Adán no respeta esta prohibición, morirá. Y no solamente morirá, sino que algunas traducciones dicen que esta muerte será duplicada: «morir de muerte».

Sin embargo, la tentación de poseer todo parece ser demasiado poderosa, y los humanos comerán finalmente del fruto del árbol prohibido. Notaremos aquí el rol de la serpiente que, retomando hábilmente las palabras de Yahvé, las subvertirá en su contrario, transformando así un límite de consideración por lo humano en un límite que Dios opondría a lo humano mismo con el fin de conservar celosamente su poder, lo que provocará la transgresión del límite.

Vemos que, en la tradición judeo-cristiana, el límite es un concepto eminentemente positivo para lo humano, en tanto permite la vida. Y qué decir del término tsim-tsum. Este término hebreo, ¿sirve para designar la retirada que Dios opera para que pueda advenir la creación? En este caso, el límite está inscrito en Dios mismo, como más tarde se inscribirá en la noción de kénosis en la tradición cristiana.

Ahora bien, ¿no es precisamente esta comprensión antropológica del límite, como condición de existencia de la vida, que el fenómeno de la guerra viene a eliminar?

Si nos dirigimos a la problemática de la guerra se puede, en efecto, legítimamente, preguntar si ésta, ¿no sería fundamentalmente (y quizás al final) la negación manifiesta, violenta, planificada y sistemática de esta herida constitutiva, pero salvadora, del otro en mí?, o aún más: ¿no sería la negación de este límite la que debe primar sobre mi deseo —de posesión y de goce— para que mi vida pueda vivirse humanamente?

 

El encuentro con uno mismo

En la apasionante breve obra que nos entrega el filósofo Javier Agüero Águila, los tres autores trabajados (Freud, Zizek y Butler) abordan cada uno, a su manera, esta suerte de borramiento del límite que se encuentra en la guerra; borramiento del límite en beneficio de una hybris desatada, alimentada por el odio, la humillación, la frustración y el deseo de venganza de un presidente (el ruso) acechado por los fantasmas de la potencia perdida.

Freud lo aborda, entre otros, a través del registro pulsional; Zizek a través del prisma del fantasma y Butler tematizando la interdependencia que se evidencia entre el patriarcado y la guerra.

En el fondo: ¿no hay en este deseo de expansión infinita que es la guerra en Ucrania, pero también en toda guerra impulsada por los mismos motivos, es decir por la destrucción concreta y planificada del otro en nombre de la expansión indefinida de mis propios intereses, el eco de la transgresión de un límite primordial y constitutivo de lo humano?

Finalmente, a través de la exploración de estas tres miradas, ¿no es, finalmente, con nosotros mismos con quien nos encontramos?

 

 

 

***

Benoit Mathot es doctor en teología por la Universidad Laval, Canadá, y por el Instituto Protestante de Teología de Montpellier, Francia. Máster en filosofía y máster en ciencias de las religiones por la Universidad Católica de Lovaina, Bélgica. Actualmente es académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso en Chile.

 

«Tres ensayos portátiles sobre la guerra», de Javier Agüero Águila (Pecado Ediciones, 2023)

 

 

 

Benoit Mathot

 

 

 

Imagen destacada: Javier Agüero Águila.