[Ensayo] «The Quiet Girl»: El hogar está en el abrazo

El realizador irlandés Col Bairéad ambienta su primer largometraje de ficción en el año de 1981, y donde basándose en un relato corto de la escritora Claire Keegan, concibe una historia audiovisual de hondas resonancias artísticas y provisto de un emotivo aprendizaje existencial, en una obra que acaba de estrenarse en la cartelera española durante el reciente mes de febrero.

Por Jordi Mat Amorós i Navarro

Publicado el 23.3.2023

Quiero un abrazo de esos en donde no entra
ni el miedo, ni el invierno
Un abrazo de esos que va desde el Alma
a los brazos, que acomoda todos los pedazos.
Anónimo

De joya cinematográfica puede clasificarse esta humilde ópera prima que conmueve en su humanidad y belleza. Películas como esta hacen que uno siga creyendo en la grandeza y la magia del séptimo arte.

Bairéad (Dublin, 1981) —quien se inició como guionista y realizador de cortometrajes, documentales y series televisivas— ha logrado con The Quiet Girl el merecido reconocimiento internacional, la película ha sido muy bien recibida por el público y la crítica, obteniendo diversos premios como el Oso de Cristal de la Berlinale 2022.

Se trata de la adaptación cinematográfica del cuento «Foster» (2010) de la reconocida escritora irlandesa Claire Keegan. Aunque el relato fue escrito originalmente en inglés, Bairéad optó por emplear la lengua irlandesa, lengua vernácula que lo hermana a su autora y que entiendo da mayor «calor de hogar» a esta historia en torno al valor del ser y sentirse amado en la infancia.

Debo advertir que el análisis que sigue contiene inevitablemente spoilers.

 

Mirada sensible y calmada

Cáit (Catherine Clinch en una interpretación que deslumbra por su naturalidad) es una niña extremadamente sensible que se encierra en sí misma para protegerse de un ambiente familiar sin corazón que le duele en lo más profundo.

En casa la ven como la «rara» por su poca comunicación, por su habitual silencio. La ven así sus frustrados padres, sus desapegadas hermanas e incluso sus compañeros de escuela, nadie la conoce, nadie sabe de su belleza ni de su diferencia, nadie la ama.

Su consuelo, su refugio está en el espléndido paisaje irlandés que rodea a la granja familiar. En este sentido son bellísimas las imágenes que Bairéad nos muestra tal y como Cáit las vivencia, en especial las vistas desde las ventanillas del destartalado coche de su padre en los trayectos sin comunicación —sin interés por la hija, el hombre sólo se preocupa de sí mismo— a la escuela.

Esa mirada sensible de Cáit se funde armónicamente con la mirada profunda del realizador irlandés transmitiendo una calma esencial que está más allá de todo mal.

 

El hogar, el merecido hogar

La vida de Cáit da un vuelco radical a bien cuando los padres deciden desprenderse de ella (una boca menos que alimentar) durante unas vacaciones escolares con la excusa de que la madre está a punto de dar a luz (lamentablemente a bien poca luz) a un nuevo hijo.

De esta manera, la niña callada deja atrás el no hogar y descubrirá un verdadero hogar al calor de Eibhlín (una prima materna) y su esposo Seán. La prima es la antítesis de su distante madre, Cáit se da cuenta nada más llegar por su dulce forma de hablarle y por su actitud cercana.

La buena mujer se agacha al abrir la puerta del coche paterno y en ese agacharse bondadoso muestra que allí no anida la altivez ni el repudio que ella ha vivenciado en «su» casa sino una voluntad de acoger que nace del corazón.

Amorosas palabras nunca escuchadas y el mimo de quien sabe cuidar infancias. En este sentido es significativa la escena del baño en agua no fría que Cáit siente como demasiado caliente en su triste hábito a la gelidez del no hogar paterno. Y en el baño los delicados cuidados de Eibhlín, quien la ayuda a limpiarse en profundidad y a peinarse, otro mundo el de ese hogar auténtico.

En ese amor de madre que le ofrece la prima materna, Cáit pronto deja de orinarse en la cama por las noches —el orinarse de la inseguridad fruto del abandono— y habla mostrando interés por todo lo que sucede en una granja en la que se respira vida.

Nada que ver esa bella casa con la de sus padres en la que reina el descuido y la suciedad, una edificación gris que refleja la desolada realidad de sus progenitores quienes son sombra de sí mismos en su incapacidad de amar.

 

Hombres «duros»

Al igual que el padre de Cáit, Seán es un hombre con serias dificultades para expresar sus sentimientos. Hombres ambos educados en el no mostrarse vulnerables ni sensibles según los nefastos patrones patriarcales de la época que lamentablemente aún perduran en muchos hoy en día.

Sin ir más lejos, al esposo de esa amorosa mujer le cuesta desprenderse de esa armadura impostada pero poco a poco se va acercando de corazón a Cáit. Primero una galletita dejada a su lado en complicidad cariñosa y finalmente el reconocimiento que la niña tanto necesita.

En efecto, se nos muestra como él la invita a correr libre sabiéndose observada y apoyada. Cáit corre cada día a por el correo del buzón de la granja y en esa bella carrera (las imágenes de su cabellera al viento y su cuerpo en movimiento son belleza con mayúsculas) es cronometrada por Sean quien aplaude sus progresos.

La carrera ante Sean será tan hogar como las dulces palabras y los mimos de Eibhlín. Así lo sentimos nosotros los espectadores y así comprobamos que lo siente Cáit.

Porque llega el día en que la niña ha de regresar a la escuela y a la casa de los padres. Ese día ella corre tras el vehículo de sus cuidadores de referencia cuando estos regresan tristes a su hogar de nuevo sin niños.

De nuevo sin niños porque la pareja vio morir a su único hijo y ahora se ven obligados a dejar a una niña que han sentido como hija.

Corre Cáit pues tras ellos y salta a abrazarse a Seán, observada por su patético padre que nada sabe de amar.

 

Amar es respetar, respetarse

En ese abrazo está el hogar que anidará en ella para siempre ocurra lo que ocurra después. Y es que tal como marca el abandono histórico sufrido también hiere en positivo el haber vivenciado el amor en un verdadero hogar aunque sea por un breve tiempo.

Cáit sabe ahora lo que es ser amada, sabe que hay gente que ama, sabe que la han visto y la han respetado en su diferencia. Cáit sabe ahora lo que es amar y puede mantener en sí esa llama a la espera de un tiempo en el que se le permita decidir sobre su futuro.

Esa vivencia ha sido un valioso regalo, gracias a esa vivencia ahora ella se sabe bellamente única y no despreciativamente «rara».

De esta forma, las palabras de ese hombre que abraza la han cambiado: «No tienes que decir nada. Recuérdalo siempre. Muchas personas pierden la oportunidad de estar calladas y por eso pierden muchas cosas».

Recuérdalo siempre le dijo Seán. Un recuérdalo siempre niña con voluntad de ser un recuérdalo siempre mujer. Bella, muy bella esa voluntad de hombre amoroso.

 

 

 

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Jordi Mat Amorós i Navarro es un pedagogo terapeuta titulado en la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

 

 

 

Tráiler:

 

 

 

Jordi Mat Amorós i Navarro

 

 

Imagen destacada: The Quiet Girl (2022).