El filme de los realizadores belgas Felix van Groeningen y Charlotte Vandermeersch —pero de producción italiana— obtuvo el prestigioso Premio del Jurado en el Festival de Cannes 2022 y actualmente se exhibe en su calidad de gran estreno, en la oferta de la cartelera cinematográfica de las salas españolas.
Por Jordi Mat Amorós i Navarro
Publicado el 2.6.2023
Se sale de sí mismo
a cada rato
dice que sí, que no
que no, que no, que no
dice que sí, en azul
en espuma, en galope
dice que no, que no.
Pablo Neruda
El matrimonio de realizadores belga compuesto por Felix van Groeningen y Charlotte Vandermeersch nos ofrece un excepcional drama naturalista de mirada sensible, una bella y dura historia con protagonistas masculinos y que está ambientada en la asimismo bella y dura alta montaña de los Alpes italianos y los Grandes Himalaya nepalíes.
Destacar su espléndida fotografía que sublima —si cabe— la grandeza retratada, su cadencia reposada que invita a la contemplación y la gran labor actoral, especialmente las excelentes interpretaciones de Luca Marinelli (Pietro joven) y Alessandro Borghi (Bruno joven).
Tanta virtud artística ha merecido el reconocimiento del público y el elogio de la crítica, y asimismo diversos premios en certámenes cinematográficos, destacando el otorgado por el Jurado en Cannes 2022.
La película se basa en la novela homónima de Paolo Cognetti (1978) que obtuvo, entre otros galardones, el prestigioso premio Strega en su edición de 2017. El polifacético escritor milanés es un gran aficionado al montañismo y ya reflexionó sobre lo que significa ese vivenciar a menudo extremo en su diario El muchacho silvestre (2013).
En el 2009 recibió el premio Lo Straniero siendo alabado por el jurado: «Es entre los jóvenes escritores italianos uno de los más atentos a escuchar y narrar el malestar de las nuevas generaciones y los difíciles años de la adolescencia ante un contexto de sustancia incierta y seguridad precaria».
Ante la sociedad competitiva
Así es, en Las ocho montañas planea —entre otros temas de calado que se irán desgranando— el malestar juvenil propio de una sociedad —la nuestra— en crisis profunda y en la que a menudo se hace difícil —si no imposible— encontrar un «buen lugar» en el cual poder desarrollarse como profesional y especialmente como persona diferenciada.
En esa insatisfacción juvenil se encuentran los dos amigos protagonistas, el urbanita Pietro y «el chico de las montañas» Bruno, a quienes conocemos primero de niños preadolescentes en una amistad que rezuma autenticidad.
Pietro vive en la gran ciudad y acude con sus padres a los Alpes para veranear. Es el padre quien siente gran atracción por la montaña, allí es realmente feliz y no en la gran urbe donde trabaja en una empresa que parece aborrecer tanto como el entorno de asfalto y cemento que le rodea.
Su único y solitario hijo Pietro —tan solitario como el padre— encontrará en esa aldea a Bruno, un chico que es montañero todo el año y que se convertirá en su gran amigo, un bello sentir que será mutuo.
Y compartiendo juntos su día a día veraniego, Pietro entenderá la gran diferencia del vivir de ambos, él en la ciudad estudiando rodeado de gente pero sintiéndose solo y Bruno sin nadie —al menos de su edad— aprendiendo a vivir en armonía con la naturaleza en mayúsculas pero sin poder asistir a clase alguna por tener que ayudar a sus mayores.
Pasarán los años y un Pietro en edad de cursar estudios superiores sentirá en propia piel la insatisfacción juvenil comentada, un sentir rebelde que en su amigo montañero adquiere matices diferentes aunque con un denominador común: la necesidad en ambos de «matar» al padre.
Debo advertir que el análisis que sigue contiene inevitablemente spoilers.
El padre como referente
Poco sabremos del padre de Bruno a quien se cita pero no se ve (y si poco se sabe de él, nada se sabe de la madre). El hombre dejó a su hijo a cargo de unos familiares pero de imprevisto decide llevárselo lejos de sus amadas montañas.
Todo como reacción al interés del padre de Pietro por el amigo de su hijo a quien quería darle la oportunidad de ir a la escuela costeándole los estudios y ofreciéndole su hogar.
Esa decisión la cuestiona el empático Pietro quien entiende como dañino sacar a Bruno de su preciado universo alpino, se lo dice al padre y le hace ver la contradicción que el hombre encarna entre el desear esa vida en libertad y el someterse a su confortable vida urbanita que tanto detesta.
Y las consecuencias de esa decisión influirán en el ánimo de Pietro porque pasará demasiadas vacaciones estivales sin compartir vivencias con su gran amigo.
Quizás por eso, un Pietro ya plenamente adolescente se rebela contundentemente contra su progenitor y le espeta su rabia rechazando acompañarle a una de sus excursiones veraniegas en común, su hiriente «nunca más juntos» se desencadena por la simbólica gran carga de la mochila que ha de portar.
En su recuerdo las excursiones compartidas con Bruno, los dos chicos con el padre montañero, los dos chicos aprendiendo de quien tanto sabe. Los vemos juntos en el dificilísimo ascenso a un glaciar, el padre de Pietro entusiasmado con Bruno por sus capacidades físicas y no dándose cuenta de las serias dificultades de su hijo debidas al mal de alturas.
Probablemente también ese no darse cuenta o ese «no estar a la altura» (nunca mejor dicho) sea dolor en lo más profundo que el Pietro joven transforma en rabia y consecuentemente en rechazo a cargar la pesada «mochila del padre».
Sea como sea Pietro cumplirá su promesa silente de nunca más, a partir de ese día ni excursiones conjuntas ni estudiar en la universidad. Y tan pronto puede sale a vivir su vida sin rumbo determinado con la única convicción de que no será el rumbo paterno.
Paralelamente Bruno regresa a sus montañas tras abandonar al padre. En su caso —por lo poco que se cuenta— parece mucho más justificado su rechazo al progenitor por su errático obrar y su adicción al alcohol.
Los dos amigos pues unidos en la distancia física en su contundente «matar al padre» que no obstante y por lo que se refiere al progenitor de Pietro con el tiempo ambos irán vivenciando como un reconocer interno madurativo.
Rumbos y flexibilidad
Todo cambia cuando el montañero solitario muere, Pietro regresa a casa sin poder despedirse de su padre, del hombre que lo fuera todo para él.
Y en ese regresar —anduvo vagando por el mundo— se reencuentra en cercanía con Bruno, los dos han perdido al verdadero padre porque también para el amigo montañero ese hombre fue todo un referente masculino.
Por eso Bruno se propone reconstruir el refugio de alta montaña que el padre de Pietro compró en ausencia de su hijo. El fallecido se lo pidió y él en su afectuoso compromiso quiere honrarlo reconstruyendo ese simbólico refugio que les une como hombres de resonancia alpina y atracción por su simbólica dureza.
Bruno parece haber reencontrado su rumbo, ha regresado a su universo de alturas donde se siente realizado y cómodo. Pero Pietro parece perdido en el vagar errático por el mundo sin rumbo fijo.
Quizás por eso y —ni que sea inconscientemente— por recuperar al padre que duramente abandonó, Pietro se apunta a ayudarlo en la ardua tarea de reconstrucción.
Los amigos de nuevo juntos compartiendo experiencias en el tiempo en el que la montaña afloja su dureza, pasan de los veranos de juego en común de la infancia al verano de trabajo en equipo de una juventud que empieza a mirar al futuro.
En ese reconstruir y en su después se van dando situaciones e intercambios —a menudo en silencio, ambos son hombres de pocas palabras— en los que se van conociendo y reconociendo mutuamente. No sólo reconstruyen el refugio, están reconstruyendo una amistad de infancia que se torna —gracias a ese simbólico trabajo edificador— en amistad adulta consolidada.
Una amistad renovada que nace con Bruno como referente, él está cómodo en su universo vital, él resiste lo que sea, él conoce cómo desenvolverse en ese ambiente a menudo hostil, él lo sabe todo de la técnica necesaria para reconstruir el refugio.
Bruno está seguro, como experimentado sedentario de alturas, mientras que Pietro se siente inseguro —especialmente en la montaña de los hombres de su vida— en su nomadismo de apariencia errática. Bruno sabe y Pietro aprende de su amigo y a través de él reaprende del padre; un padre que encontró en Bruno lo que su hijo le negó.
Sin embargo y pese a esa dureza con su progenitor, Pietro demuestra —y demostrará— grandeza de corazón. Él nunca sintió ni siente celos por el amigo «hermano» de padre, al contrario; por eso le dice que también es suyo ese refugio heredado y le propone que se quede a vivir allí durante los veranos.
El nómada regresa ocasionalmente a compartir vivencias con el montañero, en el refugio en común y en la aldea de la infancia; más aún cuando Bruno forma familia con una chica amiga de ambos y es padre de una preciosa niña.
Pietro se alegra por su amigo y le cuenta sus experiencias por el gran mundo, especialmente comparte sus transformadoras vivencias en las montañas nepalís —montañas cuya dureza y altitud son oportunidad de conexión interior— donde ha encontrado una chica que le gusta.
Se alegra de verlo tan bien en su hogar y se preocupa seriamente cuando su situación familiar se deteriora. En ese giro vital del amigo sedentario, sus roles se intercambian. Bruno se va perdiendo día a día en su fijación de rumbo y Pietro se ha encontrado en su asimilación de los distintos rumbos de la vida vivenciados. Los suyos han sido caminos inversos.
El saber ancestral nepalí
Pietro ya es un experimentado hombre de montaña que como su amigo lo resiste todo pero que a diferencia de este no se aferra a ella. Porque lamentablemente Bruno en su cerrazón y en su obsesión alpina deja marchar a las mujeres de su vida.
Es su mujer quien lo pone a prueba con voluntad regenerativa, quien le pone en evidencia con amor y quien con el corazón roto lo deja por su egoísta incapacidad de cambiar de rumbo para salir de la bancarrota en la que se encuentran.
Y es entonces cuando Pietro vuelve a mostrarse en su gran corazón abandonando su vida en el lejano Nepal para acompañar a su gran amigo o a las sombras de lo que fuera su gran amigo. Pero nada se puede hacer con quien no quiere atender ni entender ayudas, así que Pietro —muy a su pesar— lo deja solo en el refugio paterno.
Los dos saben que no resistirá el crudo invierno a esa gran altura, los dos saben que Bruno se miente cuando afirma a su amigo que puede irse tranquilo porque la montaña nunca le ha traicionado sino que siempre le ha tratado bien.
Y aunque el orgullo le pueda, Bruno sabe que quienes realmente siempre le han tratado bien son su mujer, su hija y el propio Pietro.
En ellos se da la encarnación del bello poema de Migue (Breverías):
Y cuando vengas
te estaré esperando
con mi vida abrazadora
y la rosa de los vientos en la mano.
Pero Bruno no viene, se queda en hielo. Un duro final para un hombre criado en la dureza y un duro final para sus tres amores, especialmente para el amigo de corazón quien ha perdido tempranamente a sus dos referentes montañeros.
Pietro de alguna manera ha recorrido las simbólicas ocho montañas que dan título a la obra audiovisual y que forman parte del saber ancestral nepalí.
El nómada ha andado los distintos caminos —el ocho asociado a la orientación espacial, a las cuatro direcciones principales y sus secundarias medianas de la rosa de los vientos— para poder acercarse con esa experiencia al preciado centro interior que padre y amigo no supieron encontrar.
La película a mi entender es pedagogía para tantos hombres —y mujeres también aunque es más propio en ellos— que transitan por la vida con rumbo fijo, personas que se fijan objetivos comúnmente vinculados al trabajo y que se muestran con nula —o con poca— flexibilidad ante los inevitables y a menudo necesarios cambios de la vida.
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Jordi Mat Amorós i Navarro es un pedagogo terapeuta titulado en la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.
Tráiler:
Imagen destacada: Las ocho montañas (2022).