El secreto de la exitosa novela concebida por la narradora irlandesa Maggie O’Farrell —y la cual ya alcanza su décimo cuarta edición en su traducción española— es que entiende al arte de la escritura como un juego de espejos, de reversos, o como el territorio de la existencia, de lo que «debió» ser.
Por Cristián Uribe Moreno
Publicado el 19.6.2023
«En la década de 1580, una pareja que vivía en Henley Street (Strattford) tuvo tres hijos: Sussana y Hamnet y Judith, que eran gemelos. Hamnet, el niño, murió en 1596 a los once años. Cuatro años más tarde su padre escribió una obra de teatro titulada Hamlet«.
Con esta referencia histórica Maggie O’Farrell, novelista irlandesa nacida en 1971, inicia una de las novelas más maravillosas publicadas en los últimos años: Hamnet (2020).
Los escasos datos biográficos del vate inglés William Shakespeare llamaron la atención de la novelista y de ahí su interés por indagar en su vida. La escritora llevó a cabo investigaciones para profundizar en los pocos documentos que se conocía de él y este es el origen de la presente novela.
Así, lo primero que llama la atención es la decisión de la autora de no mencionar el nombre del dramaturgo inglés en todo el relato. Con una calculada planificación se alude indistintamente al personaje histórico de diferentes maneras pero nunca por su nombre: «el papá de los gemelos», «el hijo del guantero», «el hermano mayor de Edmund», «el esposo de Agnes».
Conscientemente, ubica a Shakespeare en segundo plano como muchas veces ha ocurrido con las mujeres en la historia cuando son denominadas como las «hijas de», «la esposa de» o «la hermana de».
La otra determinación importante que la creadora irlandesa adopta, es el nombre que asigna a la esposa del escritor inglés. Tradicionalmente citada como «Anne Hathaway», pasa a ser la protagonista del relato renombrada como «Agnes». Todos estos desplazamientos nominales pasan a cobrar importancia a la hora de ponderar la obra.
La reconstrucción de un mundo antiguo
En lo formal, el libro se divide en dos partes. Y la primera parte, se narra a dos bandas. Por un lado, refiere la historia de cómo el hijo de John conoció a quien sería su esposa de toda la vida: Agnes.
De esta manera, el relato pasa por las distintas etapas de su romance, un casamiento un tanto apurado, que al momento de efectuarse se entendía como una unión que beneficiaba más a la familia del hijo mayor del guantero del pueblo, un comerciante venido a menos, que a Agnes, hija de un agricultor fallecido que le dejó una buena dote.
En el pueblo y en la familia de Agnes no se entiende del todo que ve ella en un preceptor de latín que no tiene un espíritu para afrontar la difícil vida que se desarrolla en el campo. Y que tampoco sirve mucho para los negocios. Luego, siguen los pasos de la pareja que tienen primero a Sussana y después a los gemelos, Judith y Hamnet. Sin embargo, el marido de Agnes no parece feliz del todo viviendo en el pueblo, en una casa detrás de la de sus padres.
Por otro lado, el otro hilo de la narración da cuenta de la vida de Hamnet desde que cae enferma su hermana gemela Judith, víctima de la temida peste bubónica. Aquí dominan las impresiones del niño con su entorno familiar y de cómo percibe la relación entre ambos padres. Además, muestran los esfuerzos de Agnes por salvar a su hija de la temida enfermedad.
Ambas hebras narrativas se centran en Agnes. La describen como una mujer fuerte e independiente para la época. Se dice de ella, que es seis años mayor que su esposo, tiene una conexión especial con la naturaleza y que tiene intuiciones sobre las personas cuando toca la palma de sus manos.
En efecto, Agnes es una suerte de curandera que tiene un actuar que la convierten en una mujer excéntrica para la época: «Su madre no está media loca, solo es diferente a los demás», reflexiona su hija Sussana. Agnes fue quien se quedó en Strattford cuidando de los hijos y estimuló a su pareja para que viajara a Londres tras mejores expectativas económicas para la familia. Lugar en el que finalmente encontraría la fama y la fortuna al dedicarse a escribir para los teatros de aquel entonces.
La formidable prosa de O’Farrell reconstruye el ambiente de un mundo antiguo: la Inglaterra de fines del siglo XVI, su día a día, sus prejuicios y creencias. Una campiña donde la vida era dura y las tareas domésticas eran difíciles de por sí. En estas severas condiciones, Agnes logra sacar adelante un hogar mientras su esposo, primero, hace clases de forma esporádica en unos pocos sitios y en las noches se recluye a escribir en una buhardilla alejado de todos.
Y luego, se marcha a Londres por negocios pero termina radicándose en la ciudad, cautivado por el espectáculo de las tablas. Por esto, Agnes toma las riendas de la familia y debe lidiar, además, con la familia de su marido.
Algo semejante a la alquimia
La segunda parte del narración está íntimamente relaciona con el duelo. En ciertos momentos, en un estilo poético, muy inspirado, da cuenta de la desgarradora tragedia familiar. En este parte, O’Farrell trata de ligar la historia de la desgracia hogareña con el argumento que aparecerá luego en la obra Hamlet.
Entonces, los fantasmas, la muerte y el dolor están presentes en este capítulo que tiende vínculos con la literatura. Y es aquí donde el relato da indicios de los procesos que están en juego en la novela. La dupla obvia que se nota en los nombres «Hamnet y Hamlet» tiene su contraparte con el planteamiento principal de O’Farrell: las vidas de «Agnes y de Anne». La ficción va en ayuda de la realidad.
Agnes se plantea los primeros cuestionamientos serios contra su esposo. La creciente fama que parece vivir él en la urbe londinense empieza a repercutir en la vida familiar y en Agnes, quien nunca le ha dado mayor importancia al oficio de su marido, tendrá un momento decisivo cuando se anima a enfrentarlo por una insolencia que cree no puede dejar pasar.
Sin embargo, hacia el final, Agnes intuye de alguna forma que su esposo cuando escribe, consigue: «algo semejante a la alquimia». Ella, que tiene un conocimiento profundo que le da la naturaleza, desprecia la escritura y el teatro porque trata de «simular» lo real, y en un comienzo no capta lo trascendente que puede llegar a ser este arte.
De esta forma, Agnes se puede comprender como la visibilización de la mujer que se exhibe en la biografía del poeta inglés como mero dato. Ella es el reverso de Anne Hathaway cuya huella se ha tendido a olvidar.
Por eso la reivindicación, y de ahí que se la muestre como una mujer excepcional para ese tiempo, y de ahí que este rasgo sea una probable explicación a las omisiones de la historia, una mujer que en aquel entonces los propios contemporáneos no pudieron juzgar en su totalidad debido a los prejuicios de la época.
En síntesis, Agnes también podría ser perfectamente un personaje de Hamlet. Uno de esos actores trágicos que toman el lugar del otro, que sacrifican su vida por el otro. Un juego de espejos, de reversos, que entiende el arte de la escritura como el territorio de la existencia de lo que «debió» ser. Un espacio que la narradora O’Farrell siente que es el ideal para enaltecer la figura de quien ha sido injustamente excluida por las crónicas de la época.
De esta manera Maggie O’Farrell crea una de estas narraciones mágicas que están a la altura de algo tan enorme como un Hamlet, obra escrita siglos atrás por el marido de Agnes.
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Cristián Uribe Moreno (Santiago, 1971) estudió en el Instituto Nacional General José Miguel Carrera, y es licenciado en literatura hispánica y magíster en estudios latinoamericanos de la Universidad de Chile.
También es profesor en educación media de lenguaje y comunicación, titulado en la Universidad Andrés Bello.
Aficionado a la literatura y al cine, y poeta ocasional, publicó en 2017 el libro Versos y yerros.
Imagen destacada: Maggie O’Farrell.