El notable desempeño vocal del tenor lírico uruguayo —quien debutara con la puesta en escena de «Manon», durante la temporada pasada en el Teatro Municipal de Santiago— opacó las expectativas que se tenían en torno a las variantes que podían exhibir en el mismo ámbito el segundo elenco de este montaje, liderado por las cantantes chilenas Evelyn Ramírez y Paulina González.
Por Enrique Morales Lastra
Publicado el 5.7.2023
Una de las promesas a nivel mundial de la ópera sudamericana, el tenor lírico uruguayo Andrés Presno fue la gran voz de esta presentación, la del segundo elenco, antes llamado «nacional», y el cual hizo su debut este lunes 3 de julio, ante un público que en el preámbulo esperaba apreciar a las estrellas femeninas y nacionales del reparto: a la mezzosoprano Evelyn Ramírez y a la soprano osornina Paulina González, respectivamente.
Cantante de imponente presencia física, las intervenciones de Presno a lo largo de los cuatro actos en el rol de don José, fueron una muestra de la alta calidad de su elemento vocal, y aunque sin tanta contundencia para sonorizar las notas graves —pese a que siempre salió bien «parado» de estas—, sus maravillosos agudos produjeron que su interpretación de la canónica La fleur que tu m’avais jetée, fuera la joya de la corona, en una exhibición lírica que lo tuvo la mayor de las veces en el deleite y la preferencia de su público.
Queda la sensación de que tal vez en compañía de la mezzo georgiana Natalia Kutateladze, su timbre lírico hubiese alcanzado un mayor aporte artístico en la totalidad de un conjunto que, lamentablemente en la presente oportunidad, estuvo lejos de encontrar la misma reciprocidad de calidad vocal que se esperaba por parte de las estrellas femeninas y locales de este segundo reparto.
Ahora, observamos a un Andrés Presno con mayor seguridad dramática en la construcción de su personaje, que al tosco Des Grieux que nos presentara en noviembre del año pasado, en el montaje de esa injustamente tratada Manon.
Su don José, además de reflejar la potencia de un hombre dispuesto a vivir en permanente huida a causa de un amor arrebatado y vengativo, también lo mostró en un postura de vulnerabilidad ante los encantos de su esotérica compañera, pese a su porte y envergadura corporal.
Así, Evelyn Ramírez (Carmen) se apreció bastante exigida en una presentación que siempre la tuvo al límite de sus capacidades artísticas (tanto vocales como actorales), en un protagonismo largamente esperado para su encomiable carrera, y en un rol que tal vez constituye un cierre tardío aunque merecido, en la trayectoria de ese aterciopelado timbre, al que tantas tardes de placer y alegrías, le debemos en los íntimos afectos de un pasado no tan lejano.
La soprano Paulina González, en el rol de Micaela, asimismo, cumple con desenvuelta regularidad, aunque si consideramos que hace ocho años era considerada la voz chilena del momento, y a que el personaje ejercido durante la noche del lunes 3 de julio, correspondía a uno de los papeles mejor abordados de su trayectoria, podría decirse que un estancamiento de esas condiciones —técnica y calidad vocal—, a lo menos con preocupación se evidencia.
Tanto Ramírez como González cumplieron, es verdad, y mayormente la segunda, en un papel de menores ambiciones y de entrega durante los cuatro actos de Carmen, pero insisto en que ambas fueron opacadas por el desempeño vocal excepcional de su compañero masculino en esta coyuntura dramática, el cautivante tenor uruguayo Presno.
Ese notorio descenso cualitativo en la expresión de sus registros (los de Ramírez y González), hace que nuevamente se torne imperativo retornar a una temporada de seis fechas líricas en el principal escenario nacional, que por otro lado es la única manera práctica de evitar el costo de perder a nuestros mayores talentos vocales femeninos, debido a la ausencia de instancias análogas —entre nosotros— a las existentes en recintos europeos y norteamericanos, a objeto de ejercer su ya difícil y comprometida profesión.
Se pueden aducir razones presupuestarias que escapan al entendimiento convencional, pero es la ópera, y después en menor medida el ballet, los géneros que distinguen al Municipal de Santiago como el único centro cultural y teatro local, que puede montar en el país espectáculos de esa naturaleza y a un primer nivel, en la vanguardia escénica latinoamericana.
La ley de un deseo incumplido
Un segundo análisis propiciado por nuestra asistencia a la función de la jornada del 3 de julio, en especial a los detalles de la régie, los movimientos coreográficos y al vestuario del elenco, reafirman en esta última vertiente escénica los principales elementos que nos acercarían a la enunciada presencia de ciertas características de la cinematografía del realizador español Pedro Almodóvar, en las formalidades exteriores de este montaje.
Así, un personaje de elevada estatura, en apariencia transexual, camina con insistencia a través de la escena durante el segundo acto, en movimientos de ida y vuelta que apoyados por integrantes de los movimientos coreográficos, vestidos al modo de prostitutas, según se observa en sintonía y similitud con las ambientaciones de diversos filmes de Almodóvar de la década de 1990, tales como ¡Átame!, Tacones lejanos, Kika, La flor de mi secreto y Todo sobre mi madre.
Los bailarines encargados de la coreografía —que hace hincapié en la raigambre flamenca de Carmen, por su contexto original en Andalucía—, fueron llevados a cabo con notorio virtuosismo escénico, y las danzas dirigidas tanto por la régie como por las indicaciones espaciales de Lorena Peñalillo, se transformaron en un elemento dramático que gracias a su singularidad y llamativa ejecución arriba de las tablas, ayuda a subsanar los exiguos acompañamientos en la creación de ambientes particulares, que efectúa la frágil —conceptualmente hablando— escenografía ideada por el arquitecto chileno Ramón López Cauly.
Este último punto debe motivar una autocrítica reflexión acerca de las funciones propias de un recinto de alcances nacionales como lo es el Municipal de Santiago, y su mandato, incumplido hasta la fecha, por albergar la formación de los régisseur y escenógrafos del presente, en su misión impostergable por cultivar y difundir con excelencia las coordenadas estéticas del arte lírico, a la mayor cantidad posible de audiencias culturales y ciudadanas de nuestro país.
La misión de un verdadero teatro nacional —patrimonio cultural y material de la República—, y el cual apuesta con sinceridad por la diversidad de sus públicos, es que una temporada lírica —ojalá con mayor extensión de títulos que la actual—, se convierta en el festín de una mayoría, que fuera de los límites de la Región Metropolitana, pueda recibir ávida a esas producciones que forjadas en el escenario de la calle Agustinas, superen el estigma oligárquico e injusto, que persigue a la ópera.
A modo de conclusión, la Orquesta Filarmónica de Santiago, nuevamente dirigida por el maestro italiano Roberto Rizzi Brignoli brindó una velada musical en la cual prevaleció un estilo que superponía el desenvolvimiento de los cantantes y actores, a cualquier mandato purista por transformar la partitura en un concierto que separara a la misma de la interpretación dramática que transcurría sobre el escenario.
Otra vez, las melodías de una partitura que integra el imaginario lírico de la humanidad, se desplegó con belleza y una profunda implicancia emocional para sus concentrados oyentes.
Las funciones de Carmen, obra del compositor francés Georges Bizet continuará con sus funciones en el principal y mayor escenario teatral del país hasta el próximo miércoles 12 de julio.
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Crédito de las imágenes utilizadas: Patricio Melo (Teatro Municipal de Santiago).