La puesta en escena protagonizada por Nona Fernández en la sala principal de Matucana 100 entrega una sensación inequívoca después de someterse a una verdadera tortura lumínica por parte de la producción de este montaje: demasiada actriz, para una obra menor y solo rimbombante en sus declaraciones previas.
Por Enrique Morales Lastra
Publicado el 24.7.2023
Uno lee y escucha las cuñas del equipo hacedor de Duelo y espera encontrarse con una pieza teatral donde el ejercicio de recuperar la memoria histórica subvertida, flagelada y ocultada por el discurso oficial será lo primordial, cuando no lo esencial.
Pero el montaje dirigido por la pareja compuesta por los directores Constanza Thümler y Angelo Olivier, peca en un punto artístico fundamental: la espectacularidad no es sinónimo de funcionalidad, y si las palabras se deslizan por un tobogán de oraciones e imágenes en este caso, regadas por un propósito de copiar o reproducir una realidad escabrosa, el asunto se tergiversa y termina por transformarse en una fanfarria lumínica, que antes de ser agobiante, es molesta.
La obra protagonizada por Nona Fernández es un monólogo que se introduce con su argumento en el acto de barbarie que significó torturar y ejecutar a mujeres embarazadas a inicios del régimen cívico y militar liderado por Augusto Pinochet. Ese acontecimiento que es lo anti humano, pero que en Chile se practicó de una forma constante y con una naturalidad que genera pavor, luego del 11 de septiembre de 1973, extiende en su plenitud a las ambiciones escénicas de Duelo.
El aborto obligado desde una perspectiva política y estética, y las interrogantes existenciales, psicológicas, que generan esa pérdida estimulada por la violencia policial, gubernamental y estatal, constituyen el principal acierto dramático de una obra que, donde pese a esa honestidad argumental, son las decisiones emanadas desde su dirección, las cuales concluyen por desechar esa coyuntura artística, en una especularidad forzada y estrafalaria.
Así, la luz incandescente, de ciertos pasajes, reiterada una y otra vez a lo largo de los casi 60 minutos por los cuales se extiende en su duración este montaje, provoca un sentimiento que lejos de acompañar a las víctimas de esas atrocidades, solo aleja a los espectadores de la intencionalidad emocional pronunciado por el colectivo Ensayo del Desastre.
En efecto, hay maneras de lograr esos efectos con una mayor generosidad y elaboración técnica hacia los espectadores, que concluyen por padecer otro acto de violencia, además del que inspira a la obra, con todo su terror y maldad.
En consecuencia, se trata de una decisión efectista y sin mayor justificación escénica que, insistimos en este punto, un mal entendido prendamiento estético de la brutalidad propia de una agresión signada por la singularidad del género: las víctimas eran mujeres que estaban embarazadas.
Por último, una vez está bien, pero dos, tres, cuatro, y Duelo termina por semejar a una instalación declamada de video arte, en una pieza obscura sin oxígeno.
Un nocturno de Chile
Sin enjuiciar las decisiones creativas del colectivo a cargo (solo enfocamos sus resultados), los mejores pasajes del montaje se pierden en esa obsesión lumínica —bastante ingenua— por reproducir a gran escala el foco ofensivo y perpetrador de una pieza clínica y clandestina, acondicionada con el propósito de torturar mujeres, cegar su vida, y cercenar la interioridad reproductora de estas por la pasajera eternidad de una vida finita.
Y el mayor aspecto creativo de esta puesta en escena, radica en una de las más importantes actuaciones emprendidas a lo largo de su carrera por Nona Fernández, quien lejos del registro histriónico en sumo grado del teatro debido a Marcelo Leonart, aquí se apacigua en una declamación acerca del mal, que rivaliza con las mayores narraciones dramáticas, en cualquier género, emprendidas por un artista nacional al respecto.
En efecto, se nos vino a la memoria el hablante de Nocturno de Chile de Roberto Bolaño, mientras escuchábamos a esa Nona tranquila, pausada, y cuya voz penetrante y doliente, aunque sosegada, se explayaba y se introducía por coordenadas distintas y en las antípodas, de las que enarbola la dramaturgia gritona y alaraca del dramaturgo con quien habitualmente trabaja.
Demasiada actriz para una obra menor (por la estrategia equivocada de su realización artística, no por su argumento), y la cual, más allá de las interesantes preocupaciones estéticas de su libreto, prosigue una senda panfletaria y atrabiliaria, propugnada por esas decisiones que incluso, al final de la función de este domingo 23 de julio, tuvieron como protagonista a su director Angelo Olivier, con un mensaje tan cándido como las luces sin medida y preñadas, por paradójico que parezca, de creativa egolatría.
Duelo se exhibe hasta el próximo domingo 30 de julio en la sala principal del Centro Cultural Matucana 100.
Ficha artística:
Dramaturgia: Rodrigo Morales Salazar | Dirección y puesta en escena: Constanza Thümler y Angelo Olivier | Elenco: Nona Fernández | Voz: Luz Jiménez | Composición musical: Sebastián Carrasco | Visualista: Kurt Malonnek | Vestuario: Rocío Monasterio | Prensa: Claudia Palominos | Producción: Olivier & Thümler | Colaboración técnica: Matrice | Patrocinio: Teatro Nacional Chileno y Teatro La Memoria.
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Crédito de las imágenes utilizadas: Maglio Pérez.