La tercera novela del autor argentino Michel Nieva se sitúa en el año 2272, cuando ya los últimos hielos antárticos se han derretido y las condiciones mínimas de vida en la Tierra fueron socavadas por temperaturas de calor extremas: la historia se sitúa en la Patagonia trasandina, ahora Caribe Pampeano, uno de los pocos lugares aún aptos para la supervivencia.
Por Rodrigo Barra Valenzuela
Publicado el 3.8.2023
Una distopía es la propuesta ficcional de un mundo, correlativo al nuestro, en el que las cosas, básicamente, han salido muy mal; allí aparece el poder totalitario, las extrañas y perversas ideologías, los desastres naturales o bélicos, o también, de manera sutil, encontramos a un mundo símil al nuestro, sin un gran evento evidente, pero en el que los fundamentos del humano son difusos o han sido derechamente eliminados, provocando lo espeluznante, terrorífico, ominoso o raro que caracteriza al género, satirizando al presente.
No es adecuado creer que la distopía, en cuánto a su idea fundamental, nace con la literatura; la distopía nace, antes bien, en la imaginación humana, en la medida que hemos sido, desde quien sabe cuándo, testigos o agentes de la capacidad nuestra de atentar contra la vida en común, haciéndolo de maneras perversas, absurdas o descabelladas, al punto de que la imaginación con o sin voluntad traza una línea decadente y terrible hacia el futuro. Los relatos antiguos, religiosos o no, atestiguan a esta imaginación de lo terrible.
Sin embargo, es con la literatura que la distopía amplía su imaginación y se figura, llegando a formarse como motivo para el arte; Ballard, Bradbury, Butler, Dick, Forster, Huxley, Le Guin, Orwell, Swift son algunos de los apellidos que resuenan en la tradición y la componen. A partir de allí, la distopía se constituye como motivo o tópico de la literatura, como manera incluso coloquial de satirizar sobre el presente.
¿Pero qué de las distopías presentes, las imaginaciones terribles del ahora? ¿Qué, por lo demás, de las distopías latinoamericanas?
El argentino Michel Nieva (Buenos Aires, 1988) escritor de las novelas ¿Sueñan los gauchoides con ñandúes eléctricos? (2013) y Ascenso y apogeo del imperio argentino (2018), creador del guion del juego en 8 bits Elige tu propio gauchoide y ganador del O. Henry Prize, publicó este año en Anagrama la novela de ciencia ficción «gaucho-punk» La infancia del mundo, una historia que, sin duda, dialoga con esas preguntas.
Victorica, provincia de La Pampa argentina, 2272
La infancia del mundo se sitúa en el año 2272, cuando ya los últimos hielos antárticos se han derretido y las condiciones mínimas de vida en la Tierra fueron socavadas por temperaturas de calor extremas (+ 80). La historia se sitúa en la Patagonia Argentina, ahora Caribe Pampeano, uno de los pocos lugares aún aptos para la supervivencia.
Allí, se nos dice, aún viven masas grandes de gente, pero el cómo y dónde viven depende, todavía, de la capacidad adquisitiva de cada quien:
Para quien no conozca esta austral región de Sudamérica, [Victorica,] recordaremos que fue en 2197 cuando se derritieron masivamente los hielos antárticos, y al subir el mar a niveles jamás vistos, la Patagonia, región otrora famosa por sus bosques, lagos y glaciares, se transformó en un reguero desarticulado de pequeños islotes ardientes. Pero lo que nadie imaginaba era que esta vaticinada catástrofe climática y humanitaria, milagrosamente, le diera a la provincia argentina una inédita salida al mar que transformó de cuajo su geografía.
De un día para otro, La Pampa pasó de ser un árido y moribundo desierto en el confín de la Tierra, resecado por siglos de monocultivo de girasol y de soja, a la única vía, junto al Canal de Panamá, de navegación interoceánica de todo el continente. Esta inesperada metamorfosis insufló a la economía regional de constantes y suculentos ingresos por tarifas portuarias.
En esta Patagonia futura, continúa una evidente relación de dependencia social, ahora generalizada, donde los pobres trabajan para los ricos a cambio de humillaciones varias y salarios mínimos. En consecuencia, los pobres viven en lugares inmundos y los ricos en condominios que simulan un clima y ambiente como el de los mejores días de la vida en la Tierra. Otros ya migraron a nuevos planetas.
Nieva nos presenta este mundo de la mano de dos historias principales, protagonizadas por dos niños: el niño dengue y el Dulce. El primero, un niño mezcla de humano y dengue por (no tan) extrañas razones, desconocedor de palabras como frío, nieve o invierno, con su terrible apariencia sumado a su miserable situación familiar, hace de su vida una constante de humillaciones, renovada por las risas de los demás niños y los maltratos de su madre:
Bichito, acordate que, si en algún momento empezás a sentir una necesidad nueva, extraña e irrefrenable, podés chupar esto. El pobre niño dengue, de la consternación, miraba al suelo y asentía, haciendo un esfuerzo inútil por contener las lágrimas que caían de sus omatidios a los palpos maxilares.
Subía, avergonzado, el paquete a su lomo, y se iba volando a la escuela, cargando con el bochorno de que la madre lo considerara un potencial y peligroso criminal (…) tenía tanta rabia que, cuando estaba lo suficientemente lejos de la casa, revoleaba el táper por alguna alcantarilla (…) no bajaba la mirada porque no necesitaba comprobar, no precisaba verificar, lo que ya sabía que el oprobioso táper contenía: una palpitante y grasosa morcilla que, todavía tibia, se desarmaba lentamente por los resquicios de la cloaca.
El Dulce es introducido a la historia a partir del momento en que conoce y humilla al niño dengue. Este niño Dulce, humano de pies a cabezas, huérfano de padre y madre y sostenido por su hermano, vándalos los dos en el Canal Interocéanico Atlántico/Pacífico, será el encargado de mostrar algo como otra cara de la misma historia.
La misma situación miserable pero desde una suerte de polo viril y patriarcal (a juzgar la referencia a Mussolini), que se desenvuelve en los parajes inmundos del Caribe Pampeano y los interiores del videojuego Indios vs Cristianos, uno de los mejores de la consola Pampatronic, que en una modalidad de inmersión total se sitúa en las luchas históricas de colonización y aniquilamiento de la población indígena. Una suerte de parodia virtual de colonización concluida, conquistada.
Y en este «inmundo mundo» aparecen, de fondo, los gigantes: «Ébola Holding Bank» y «AIS- Influeza Financial Services- YPF», dos de los mayores dueños de capital y que agigantan sus riquezas dominando las «virofinanzas»; el lucro extraído de las distintas situaciones sanitarias producidas por los virus que este inmundo continente genera.
Testimonio futuro, anticipo de una derrota
Es en esta Patagonia distópica, y en el encuentro violento del niño dengue y el Dulce donde se desarrolla la historia; una historia de subjetividades destrozadas, venganzas de clase, absurdo capitalista en el borde del abismo de la vida y, en el fondo, aunque como sutil superficie, la cuestión de la infancia destruida y agotada, pero jamás muerta. Allí aparecerá la ocasión del misterio de la historia: unas extrañas y poderosas piedras telepáticas aparecidas producto del deshielo, las que parecen recuperar la sabiduría de “la infancia del mundo”.
Nieva ha creado una historia que, si ya por su situación de ‘futuro, aunque presente’, de desarrollo caótico pero clarísimo abruma, abruma como la buena literatura lo puede hacer, en su prosa ágil, depurada y metafórica, su estilo argentinísimo, irónico y despiadado termina por darnos una novela llena de imaginaciones e intensidades desbordadas, un posible clásico para el género sci-fi latino.
La distopía vestida con matrices de hoy, matrices de clase y patriarcales, pero también atravesadas de idiosincrasia y absurdo del presente latinoamericano, tomando herramientas de los mejores (Ballard, Borges, Butler, Cronenberg, Dickm Junji Ito, Lovecraft, Venturini, etc).
Quizá el mejor y más terrible prisma de la historia sea el testimonio que Nieva ha hecho de la infancia, que en el contraste entre el niño dengue y el Dulce aparece como un testimonio de infancia muerta que anuncia, desde un futuro, lo poco resuelto de nuestro presente, infancia a la que sólo la unidad misma del universo, una “Gran Anarca” llena de ficción, podrá recuperar. Pero, además, se asoma allí el testimonio de una derrota, esa que día a día dibujamos, en estos días de invierno con 30+ grados de calor, estos días en que el capitalismo no corta su racha destructiva y el incendio avanza, quemando las inmediaciones del mundo y su aparente calma. La derrota, por supuesto, de nuestra respuesta insuficiente y (aún) demasiado imaginaria.
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Rodrigo Barra Valenzuela (1997) es egresado de filosofía, lector y escritor.
Imagen destacada: Michel Nieva.