Leer hoy a Lilian Elphick es recobrar el sentido profundo y vital de lo que hemos perdido, pues la narrativa de la autora nacional es un cúmulo de sorpresas elaboradas, conscientes de ser y de estar arraigada en los límites de «esa otra vida», de esas fronteras donde el abismo nos hace vernos en distintas direcciones espirituales.
Por Juan Mihovilovich
Publicado el 5.11.2023
«Aquella sonrisa clavada en el centro de mis ojos. Y los labios moviéndose, expulsando ese aire tan definitivo: ‘perdámonos en las horas’. En el antes que ahora es neblina y prosigue su marcha hacia atrás en busca del sacrificio. Dejar el reloj en casa, caminar hacia la parada de autobuses, ser alcanzado por la bala que se incrusta en el pecho y detiene todo el tiempo».
Lilian Elphick
Fuera de tiempo es una frase que nos recorre y nos atemoriza inicialmente. Pero es solo una imagen distorsionada de la realidad que necesitamos. Lo cierto es que estas narraciones nos involucran en el espacio incognoscible del verdadero sentido de los seres y las cosas, que habitan o habitaron un mundo que vive o pervive, a veces en la memoria, a veces en los limitados sentidos humanos, ocasionalmente en la mirada que se desplaza por un tiempo que se elabora siempre —o casi siempre— en las palabras.
Lilian Elphick Latorre (Santiago, 1959) ha reconstruido —una vez más— esa necesidad apasionada y veraz de hacernos sentir que la existencia cabalga a nuestro lado sin percatarnos de sus dimensiones paralelas, de sus escudos protectores, de esos caminos sinuosos por donde se pierde la orientación y, casualmente también, se recobra.
Y es que la narrativa de Lilian es un cúmulo de sorpresas elaboradas, conscientes de ser y de estar arraigada en los límites de «esa otra vida», de esos límites donde el abismo nos hace vernos en distintas direcciones.
A veces nos obliga a caminar con ella o con aquellos que ella ha redescubierto en sus frases antiguas y presentes; en otras nos invita a mirar hacia las alturas sorprendentes donde el andariego destroza sus manos y sus pies para llegar a una cumbre donde solo los guijarros emiten sus ruidos silenciosos.
Pero persiste en escudriñar esos derroteros que la ligan con una ancestralidad que la ha recubierto de palabras, de mujeres que han soñado desde la irrealidad de una vastedad que nunca pudo destruirlas: «Me siento como un pájaro con alas cortadas, que se tira contra los barrotes de la jaula. ¡Déjame salir!, grita una voz dentro de mí» (Diario de Ana Frank).
Y la narradora la invita, más allá de la vida y de la muerte, a no perdonar ni olvidar, así llevemos todos a un diminuto Adolf Hitler girando en cada una de nuestras conciencias.
Entonces Lilian Elphick es la precursora vigente de los ritos ocultos, los tristes y abatidos, los inconmensurables mundos por donde la civilización agonizante ha agonizado una y mil veces, añorando, a través del verso hecho palabra, que los sueños se yergan desde la memoria invisible y renazcan las ofrendas que atravesando los ciclos de las estaciones florezcan, y que florezcan sencillamente porque ella «ya escribió».
El devenir quieto de la inamovilidad
No hay regreso, o, mejor dicho, lo hay, sólo que la evocación se vislumbra a menudo como un hallazgo: elige luego a Kafka, su escritor favorito, para asociar los transidos días de las tinieblas y los fracasos, de la marginación y el propio olvido, para, justamente retrotraer las imágenes que la pluma certera desglosó y acertó desde las alturas.
Desde el trapecio oculto donde Kafka miraba el devenir quieto de la inamovilidad, Lilian hace suyas sus escritos y los hace relucir vivos en quienes, absortos en el límite de sus contemplaciones, pueden y deben sobrevivir con una «astilla de luz clavada en los dedos».
En estas narraciones se sintetiza de una forma maravillosa el alicaído sentido de un tiempo que ha pretendido la invariable destrucción de sí mismo.
Pero, he ahí la maravilla de la creación literaria, Lilian Elphick nos muestra las dos caras de una moneda que nos negamos a acuñar: por un lado nos evidencia el tránsito agrio, desmesurado, cruel e inhóspito de la muerte por la muerte misma; y por el otro, nos sacude nuestra pesadez interior mostrándonos ese devenir neutro y casi esperanzador, donde las palabras hacen resucitar a los muertos, a quienes han sido parte de un dolor que no se entiende, de una historia que se repite con porfiada obstinación y donde los que sueñan siguen soñando, ahora desde sus tumbas, recobrados por la magia de una escritura envolvente que abre ese espacio del vacío para que podamos también resucitar, aún a nuestro pesar.
Y acude a la naturaleza como un señuelo: la pasión está en su quietud, en no saber cómo ni de dónde se estructura el verdadero silencio desde la ignorancia humana. El silencio está en las piedras y su eternidad, en los lagos que reverberan en sus profundidades abisales, en los ríos y las venas de la tierra. Y aunque este hombre ávido del sinsentido destroce los mitos, no puede encerrar y doblegar el espíritu de una femineidad que no ha entendido, que ha querido domeñar como si fuera un animalito de feria.
Pero —he ahí la paradoja aparente— ese femenino espíritu inmortal la narradora lo sitúa en las antípodas del poder espurio y temporal, lo asocia a esa naturaleza que ningún déspota de turno podrá enjaular, porque deviene de las entrañas mismas de la creación. Es la naturaleza la que pervive. No es la razón manipulada por la locura. No es el vaivén de los dominios que se destrozan así mismos.
Leer hoy a Lilian Elphick es recobrar el sentido profundo y vital de lo que hemos perdido. Cada uno lo sabe en su estrecho espacio o en el espacio más grande, donde la persona humana se ha extraviado, o la han obligado a perderse por obra y gracia de ese depredador insaciable de la belleza que ha sido y es el hombre y sus poderes de facto, aunque ignore —porfiado y obtuso— que la verdadera obra cumbre de la naturaleza humana se alza invencible «fuera de tiempo».
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Juan Mihovilovich Hernández (Punta Arenas, 1951) es un importante autor chileno de la generación literaria de los 80, nacido en la zona austral de Magallanes.
Entre sus obras destacan las novelas Útero (Zuramerica, 2020), Yo mi hermano (Lom, 2015), Grados de referencia (Lom, 2011) y El contagio de la locura (Lom, 2006, y semifinalista del prestigioso Premio Herralde en España, el año anterior).
Imagen destacada: Lilian Elphick.