[Crónica] Nuestros restos fósiles en el fondo del precipicio

Grandes escritores nos han advertido, mediante notables alegorías, de las catástrofes que se ciernen sobre la especie humana: George Orwell nos dejó «1984», la distopía del totalitarismo mecanicista, Aldous Huxley narró otra de las mejores sociedades imaginarias, «Un mundo feliz», a través de la cual se pone en práctica un sistema comunitario en donde el ser humano es conducido a amar su propia servidumbre.

Por Edmundo Moure Rojas

Publicado el 30.11.2023

Este suceso ocurrió en julio de 2017, al sur de Francia, en los Pirineos. Afectó a 208 ovejas, que se despeñaron, una tras otra, al fondo de un precipicio. ¿Huían de un peligro inminente? ¿Fue acaso simple extravío colectivo producto de un pánico fatal?

Carecemos de una explicación precisa del suceso, aunque el caso no es único; ha ocurrido antes y es probable que se repita, no sólo con esta especie, sino con otras de existencia colectiva y conformación en manadas numerosas, que siguen al líder o cabeza rectora, sin capacidad de discernimiento individual.

Recordé hoy este hecho, luego de escuchar la noticia de una nueva ojiva nuclear que el gobierno de los Estados Unidos de América —paradójicos herederos de la primera declaración sobre los derechos humanos, proclamada dos décadas antes de la Revolución Francesa— anuncia al mundo como gran logro tecnológico y demostración de su poderío bélico.

Se recalca su potencia destructiva «tantas, no sé cuántas veces» más devastadora que las de Hiroshima y Nagasaki, amén de una capacidad logística sin precedentes para dirigirla con precisión a cualquier lugar del planeta. El noticiero recuerda los países que poseen la bomba atómica y menciona a los que están en vías de obtenerla, en el corto plazo. Israel la declara y agita sobre Gaza, Irán la sugiere como amenaza de Alá.

También nos hemos enterado de los fracasos globales en las políticas de prevención del cambio climático, desestimadas por las grandes potencias en pro de una industrialización suicida, de la que la carrera armamentista es uno de sus motores fundamentales.

 

Una cadena interminable

¿Qué lleva al ser humano a buscar su propia aniquilación? No lo sabemos, aun cuando se hayan elaborado y se esgriman centenares de teorías al respecto, sean las liberales, escatológicas o del materialismo dialéctico.

Un impulso irracional cuya primera metáfora, para Occidente, parece ser la de Caín y Abel, únicos hermanos, según el relato bíblico, en los cuales se rompe el lazo sanguíneo para desembocar en el fratricidio. Es el inicio de una cadena interminable, cuyos eslabones, a lo largo de la historia, va enlazando Thánatos, mientras Eros lucha por contrarrestarlo y aplacar su furia homicida.

El primero se impone y acrecienta su poder y su insania; el segundo parece derrotado e inerme en el crepúsculo de la humana civilización. Poco le han servido los animismos, las religiones, las artes y las ciencias, para lograr una mínima convivencia de la especie.

Grandes escritores nos han advertido, mediante notables alegorías, de las catástrofes que se ciernen sobre la especie humana. George Orwell nos dejó 1984, la distopía del totalitarismo mecanicista; Aldous Huxley escribió otra de las mejores distopías, Un mundo feliz, a través de la cual se pone en práctica un sistema social en donde el ser humano es conducido a amar su propia servidumbre.

Las ovejas han servido como metáforas e imágenes propedéuticas para las religiones, sea como símbolos de la grey que conduce un iluminado pastor o también como ejemplo del réprobo, personificado por la oveja negra, la que se aparta, la rebelde y díscola. Los impugnadores de la sumisión, como Nietzsche o Kropotkin, hablarán de borregos, para referirse a quienes se someten a los dictados ciegos del rebaño, dejándose arrastrar por este.

Ovejas blancas o negras; la diferencia no parece significativa, a estas alturas. Quizá alguna especie mejor que la nuestra resuelva el dilema, analizando nuestros restos fósiles en el fondo del precipicio.

 

 

 

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Edmundo Moure Rojas es escritor, poeta y cronista, asumió como presidente titular de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) en 1989, luego del mandato democrático de Poli Délano, y además fue el gestor y fundador del Centro de Estudios Gallegos en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile, casa de estudios superiores en la cual ejerció durante once años la cátedra de Lingua e Cultura Galegas.

Ha publicado veinticuatro libros, dieciocho en Sudamérica y seis de ellos en Europa. En 1997 obtuvo en España un primer premio por su ensayo Chiloé y Galicia, confines mágicos. Sus últimos títulos puestos en circulación son el volumen de crónicas Memorias transeúntes y la novela Dos vidas para Micaela.

 

 

Edmundo Moure Rojas

 

 

Imagen destacada: Aldous Huxley en 1925.