El realizador de origen británico Christopher Nolan produjo con este filme una verdadera hazaña narrativa y audiovisual que le valieron siete premios Oscar en el último cónclave de la Academia estadounidense: por la dirección, la película y en los rubros de edición (Jennifer Lame), fotografía (Hoyte van Hoytema), banda sonora (Ludwig Göransson) y en las principales categorías actorales.
Por Horacio Ramírez
Publicado el 20.3.2024
Mientras Oppenheimer observaba la detonación de la bomba atómica «Trinity» («Trinidad»), la primera explosión nuclear del mundo, una frase se incrustó en su mente como fragmento de metralla: «Me he convertido en la muerte, el destructor de mundos…».
La expresión pertenece al Bhagavad Gita, el texto hinduista de unos 700 versos —escrito en sánscrito— que Julius Robert Oppenheimer estaba estudiando antes de ser convocado para dirigir el Proyecto Manhattan. El texto original dice: «Me he convertido en el tiempo que destruye al mundo…», pero su profesor de sánscrito, consideró como válido hacer coincidir al «tiempo» como «la muerte».
El escrito sagrado se centra en el diálogo entre el príncipe guerrero Arjuna y su auriga Krishna —una encarnación de Vishnú—. El guerrero debe enfrentar a un ejército enemigo en el cual militan algunos de sus familiares y amigos, lo cual, obviamente, mortificaba su alma. Las cuatro lecciones que se estudian en el Gita son la lujuria, el poder, el Dharma o rectitud y la liberación o Nirvana.
La frase que rescata para sí Oppenheimer pertenece a la tercera lección: el Dharma, la voluntad de rectitud. «Oppi» —como lo llamaban sus seguidores y amigos— sabía que tras haber aceptado el puesto como director del Proyecto Manhattan, estaba diseñando el camino hacia la muerte de miles de personas inocentes con su par de bombas atómicas preparadas para Hiroshima y Nagasaki.
Krishna orienta la mente de Arjuna hacia la rectitud del Dharma: el conjunto de conductas que están de acuerdo con el rita (el orden que hace posible la vida y el universo) incluyendo leyes, deberes, derechos y el virtuosismo en la vida; y le hace ver que él es un guerrero y que, como tal, debe hacer cosas de guerrero. Tal su ajuste al Dharma.
Y aunque Oppenheimer no se hizo hinduista, su estilo de pensamiento le resultaba útil para tratar de entender el mundo que con él acababa —el prenuclear— y aquel nuevo universo al que estaría dando origen: el cosmos de dos primeros personajes, un hombre gordo y un chico flaco, las dos bombas que seguirían a «Trinity».
La intimidad pragmática
Antes de encarar nuestro filme Oppenheimer del inglés Chritopher Nolan filmado en 2023, podemos recordar brevemente a Hacedor de sombras (1989) como se conoció en español al largometraje de otro inglés, Roland Joffé, llamado originalmente Fat Man and Little Boy.
Con esta película aprendemos muchos de los detalles de la construcción de Trinity, pero en el filme de Christopher Nolan los aspectos técnicos, centrales en el filme de su compatriota Joffé, se articulan con un par de historias en paralelo que construyen una película muy particular: no es estrictamente un drama histórico ni es una biopic pura.
Es un argumento que orbita entre diferentes mundos: el del drama moral de Oppenheimer, la necesidad estratégica de terminar con la guerra y la voracidad por el poder que, tras el cese del conflicto, deben encarar los actores políticos de los Estados Unidos, dando origen a la Guerra Fría contra el expansionismo soviético.
No se sabía si la reacción en cadena del núcleo de los isótopos de Uranio 235 («Thin Boy», sobre Hiroshima) y Plutonio 239 («Fat Man», sobre Nagasaki y la «Trinity»), no haría reaccionar en cadena a la propia atmósfera del planeta. La prueba de «Gadget» —el nombre clave de «Trinity» en el experimento de Alamo Gordo— demostró que no sólo no hacía eso, sino que era mucho más potente de lo que se pensaba.
De este modo, Nolan nos lleva por los intestinos del drama sin atascarse en ninguna curva efectista. Los aspectos románticos de su vida así como su crisis moral y su enfrentamiento con el poder político son torturantes para la mente del físico, aunque no tanto como para ralentizar su inteligencia práctica.
Y ambos mundos, el íntimo y el pragmático, alcanzan con Nolan una equilibrada e inquietante expresión.
Una técnica auténtica y atemporal
El éxito de los dos ataques a Japón, que terminan con la guerra del Pacífico (y la II Guerra Mundial) así como con la guerra de Japón en el frente ruso, se prolongaron en reuniones de opresión política sobre el pasado político del «Padre de la bomba atómica» que alcanzan cerca del final un nuevo clímax, y en gran medida, el éxito formal del filme, es obra del montaje que realizara la editora Jennifer Lame.
Ante el guion del mismo Nolan y apelando a una adaptación del libro del 2005 de Martin Sherwin y Kai Birdars, American Prometheus: El triunfo y la tragedia de J. Robert Oppenheimer, Lame logra transmitir pensamientos, ideas y preocupaciones dentro de la mente brillante del hombre que dirigía el Laboratorio de Los Alamos. A todo esto se le debe sumar la presión psicológica que escala como una locomotora sobre el público, a modo de leit motiv, en la portentosa banda sonora de Ludwig Göransson.
Oppenheimer fue filmada sólo con cámaras de gran formato Panavision de 65 mm e IMAX 65mm, las más grandes del mundo. Nolan quería un gran formato que, a su visión —y no se equivocó— aportara: «nitidez permitiendo sumergir al público completamente en la historia y la realidad que se presenta».
Por otra parte, el incluir secuencias en blanco y negro llevó a su director de fotografía, Hoyte Van Hoytema, a plantearle a Kodak todo un reto técnico ya que Kodak nunca había hecho una película de 65 mm en blanco y negro. Aceptaron el desafío y presentaron un prototipo que satisfizo todas las expectativas. El resultado fue impresionante y capturó la esencia única de las escenas sin color.
Luego, el uso de IMAX, que es habitual para grandes despliegues panorámicos, debía servir para escenas intimistas, y también lo logró. Declara el suizo Van Hoytema: «Mi mayor desafío con Oppenheimer radicó en que era muy diferente a las otras películas que había hecho con Chris. En Interstellar (2014), Dunkirk (2017), y Tenet (2020), hay un enfoque en la acción, mientras que Oppenheimer es más como un thriller psicológico, donde los rostros de los personajes juegan un papel fundamental».
Ruth De Jong, la diseñadora de producción reconocida por su trabajo en películas como Nope de Jordan Peele (2022), Us también de Peele (2019) y Manchester by The Sea de Kenneth Lonergan (2016), fue la elección para construir el mundo de Oppenheimer.
Con Nolan, dedicaron semanas a investigar y desarrollar una estética auténtica, sin atarse a demasiadas referencias históricas, ya que, como es habitual en la visión fílmica del realizador de origen británico, siempre tendió a privilegiar cierta atmósfera de atemporalidad en la medida en que fuera posible, incluso en aquellas ambientadas en momentos históricos específicos, como fue el caso de Oppenheimer.
De Jong recuerda cómo Nolan le decía: «Ruth, no estoy haciendo un evento documental aburrido», frase que le permitió comprender a De Jong la esencia de la realidad que debía construir desde el arte, antes que ponerse a, simplemente, reconstruir cinematográficamente un hecho histórico tal como había creído al principio.
Los Alamos fue una de las principales locaciones para la película y desde 2021 se unieron De Jong con Nolan, la productora Emma Thomas y el productor ejecutivo Thomas Hayslip, para cubrir los requerimientos estéticos de la cinta.
No obstante la mencionada búsqueda de atemporalidad en Nolan, esto no impidió que apareciera la autenticidad ambiental de lo visto en pantalla, y aunque se consideró filmar en el sitio real —que todavía conserva algunas estructuras del Proyecto Manhattan en pie—, hubo de eliminarse digitalmente algunas construcciones modernas, incluyendo un viejo Starbucks que se elevaba por ahí.
Esta complicación extra llevó al equipo a filmar parte de los exteriores en Ghost Ranch (Rancho del fantasma), una reserva en Nuevo México, mientras que los interiores se harían en Los Alamos. En este sentido, la idea del director era ayuda a los actores a «sentir» sus personajes con mayor profundidad.
De hecho, Cillian Murphy y Emily Blunt (en el papel de Kitty Oppenheimer), filmaron escenas en la misma casa que habitara la familia del físico.
El clásico imposible
Oppenheimer eligió el nombre de «Trinity» para su primer ensayo atómico, por un poema metafísico de John Donne:
Golpea mi corazón, Dios de tres personas, por ti
hasta ahora, pero toca, respira, brilla y busca reparar;
para que pueda levantarme y pararme, derrocarme y doblarme
tu fuerza para romper, soplar, quemar y hacerme nuevo.
Y el hombre nuevo comenzó a nacer a las 05:29:45 horas del 16 de julio de 1945 accediendo al control de la energía íntima del átomo. «Funcionó» fue lo único que inmediatamente dijo el Prometeo que trajo a los hombres el fuego escondido del átomo, cuando vio elevarse el gigantesco hongo de unos 12 kilómetros.
Según la película de Joffé, tras la explosión comenzó a sonar por los parlantes de la base un fragmento de El lago de los cisnes de Tchaikovski, según otros, se trató The Lady of Spain de Tolchard Evans: una anécdota menor y un misterio.
«Trinitita» (o, también, «Vidrio de Alamogordo») es el epíteto geológico del mineral verde pálido que se formó tras el estallido y hoy, con un tosco obelisco de unos tres metros y medio de rocas unidas con mortero y una placa, se recuerda el sitio exacto de la detonación.
Un cráter de 330 metros de diámetro y tres metros de profundidad fue lo único que quedó tras la explosión equivalente a 19 toneladas de TNT (muchísimo menor a la potencia de la serie de bombas experimentales que le seguirían).
Luego, 46 segundos tras el estampido lumínico, es lo que tardó la onda expansiva en alcanzar a los observadores que se hallaban a 9 km del punto cero, onda que se sintió hasta 160 kilómetros de distancia. Las montañas circundantes se iluminaron de violeta, luego de verde y finalmente, de un blanco absoluto: «Una luz sólida que penetraba en el cuerpo», testificó el físico teórico y Nobel de 1965 Richard Feynman (interpretado por Jack Quaid), quien fuera el único que vio la explosión sin gafas protectoras, sentado en un camión.
Después, se dispondrían con absoluta frialdad a elegir los sitios candidatos a recibir las dos bombas: debían tener objetivos bélicos y un diámetro poblado que significara su desaparición íntegra por la explosión. Todo llegaba así a su fin, aunque recién ahí comenzaría el calvario del científico acosado por los intereses políticos: el irritante y largo proceso de inquisición magistralmente llevado adelante por Nolan.
Y al mismo tiempo en el que estos actores debatían acerca de cómo hacer la bomba A (de fisión), que utiliza explosivos convencionales como detonadores, ya se postulaba la concreción de una bomba H (de fusión) que utilizaría una bomba atómica como detonador.
En síntesis: aquel teórico e inicial temor de empezar una reacción en cadena en la propia atmósfera, se estaba haciendo realidad en la política internacional: el monstruo «de luz sólida» de Alamo Gordo deparaba el renacimiento del hombre mítico a la vez que perpetuaba al hombre vulgar, pequeño y mezquino.
Nolan desanduvo ambos senderos en una verdadera hazaña narrativa que le valieron siete Oscar: por la dirección, la película y en los rubros de edición (Jennifer Lame), fotografía (Hoyte van Hoytema), banda sonora (Ludwig Göransson) y en las categorías actorales.
Como una película dentro de otra, descubrimos a un irreconocible Robert Downey Jr. mostrándose como el gran actor que es y una brevísima aparición del egipcio Rami Malek, el ganador de un Oscar por Bohemian Rhapsody, que no le temió participar en un papel pequeño y que le dieron la categoría actoral que reclamaba el gran proyecto fílmico de Nolan.
Y para cerrar, lo que dijo Oliver Stone: «El sábado me senté a ver las tres horas de Oppenheimer, cautivado por la narrativa de Chris Nolan. Su guion es complejo y fascinante. Aunque conocía el libro de Kai Bird y Martin J. Sherwin, yo una vez había rechazado el proyecto porque no le encontraba la esencia. Nolan se lo ha encontrado», y agregó: «Su dirección es alucinante y asombrosa, ya que toma montones de incidentes y los convierte en un emocionante torrente de acción dentro de todo el palabrerío. Cada actor es una sorpresa para mí, especialmente Cillian Murphy, cuyos grandes ojos aquí se sienten normales interpretando a un genio como Oppenheimer. Es un clásico que nunca creí que se pudiera hacer: ¡Bravo!».
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Tráiler:
Horacio Carlos Ramírez (1956) nació en la ciudad de Bernal, Partido de Quilmes, en la provincia de Buenos Aires, República Argentina. Tras terminar sus estudios secundarios comenzó a estudiar ecología en la Facultad y Museo de Ciencias Naturales de La Plata, pero al cabo de algunos años:
Reconocí que estudiaba la vida no por ella, sino por la estética de la vida. Fue una época de duras decisiones, hasta que me encontré con una serie de autores y un antropólogo de la Facultad —el Dr. Héctor Blas Lahitte— que me orientaron hacia un ámbito donde la ciencia instrumental se daba la mano con el pensamiento estético en sus facetas más abstractas y a la vez encantadoras.
Pero ese entrelazamiento tenía un precio, que era reencausarlo todo de nuevo, y así comencé a estudiar por mi cuenta estética, antropología y simbología, cine, poética. Todo conducía a todas partes, todo se abría a una red de conocimientos que se transformaban en saberes que se auto promovían y auto justificaban.
La religión —el mal llamado ‘mormonismo’— terminó de darle un cierre espiritual al asunto que encajaba con una perfección que ya me resultaba sin retorno. La práctica de la pintura —realicé varias exposiciones colectivas e individuales— me terminaron arrojando a las playas de la poesía.
Hoy escribo poesía y teorizo sobre poesía, tanto occidental como en el ámbito del haiku japonés. Doy charlas sobre la simbólica humana y aspectos diversos de la estética en general y de estética de la vida, donde trato de mostrar cómo una mosca y un ángel de piedra tienen más elementos en común que mutuas segregaciones, y para ayudar a desentrañar el enredo sin sentido al que se somete a nuestra civilización con una deficiente visión de la ciencia que nos hace entrar en un permanente conflicto ambiental y social.
La humana parece ser una especie que, de puro rica y a la vez desorientada, está en permanente conflicto con todo lo que la rodea y consigo misma.
He escrito cuatro libros de poesía, el último con algunos relatos y una serie de reflexiones, y estoy terminando dos textos que quizás algún día vean la luz: uno sobre simbología universal y otro sobre teoría poética.
Horacio Ramírez actualmente vive con su familia en la localidad de Reta, también de la provincia de Buenos Aires, en el partido de Tres Arroyos, sobre la costa atlántica (a unos 600 kilómetros de su lugar natal), dando charlas guiadas sobre ecología, epistemología y paseos nocturnos para apreciar el cielo y su sistema de símbolos astrológicos y las historias que le dieron origen en las diferentes tradiciones antiguas.
*Este artículo fue escrito para ser publicado exclusivamente por el Diario Cine y Literatura.
Imagen destacada: Oppenheimer (2023).