[Crónica] Paráfrasis por Cristián Warnken

La columna de opinión «La resurrección de los países», debida al líder de Amarillos, y enarbolada desde la torre de marfil, es una falacia, tan decadente como nuestra sociedad de la mentira y de la corrupción: paz edulcorada y renovación de opereta.

Por Edmundo Moure Rojas

Publicado el 29.4.2024

En su reciente texto semanal en el diario El Mercurio (29.03.2024), el opinólogo de marras escribió un edulcorado texto sobre la posible «resurrección de los países». Un llamado didáctico y moralista a vivir lo que Warnken llama: «la verdadera democracia».

No será, pienso, la sostenida, divulgada y defendida por El Mercurio a lo largo de un siglo y medio de vida al servicio, precisamente, de valores opuestos a una auténtica democracia, aliado de dictadores y patrones abusivos y venales, enemigo de los pueblos originarios, racista y mercenario.

Para más remate, como decían los abuelos, se apoya el amarillo dirigente en Walt Whitman, omitiendo el sentido de su rebeldía y su condición de marginado por los poderes de su tiempo, tal como lo apreciáramos, no sólo a través de su obra, sino por aquel filme extraordinario: La sociedad de los poetas muertos.

El artículo, conocido por mí a través de uno de sus ávidos lectores dominicales, miembro de un taller de poesía que profiero, me sugiere una paráfrasis, pues imagino que, tras sus palabras de gurú a tanto la columna, el inconsciente del autor y su atávico sentimiento de culpa podrían haberle dictado otro discurso, por ejemplo:

Durante el 1 de marzo, hace un mes, pero en 1917, nacía la gran poeta palestina, vate, más bien, en lengua árabe, Fadwa Tuqan, quien falleciera en diciembre de 2003, conocida en el mundo árabe como la Poetisa de Palestina, pionera en el uso del verso libre en la lengua de Mahoma.

En sus primeros escritos habla de su lucha personal como mujer en la sociedad árabe. A partir de 1967, con la ocupación de los territorios palestinos tras la Guerra de los Seis Días, su obra se decantó, sobre todo, por la poesía patriótica y nacionalista.

Así, su trabajo poético ha recibido reconocimiento planetario, con diversos premios internacionales. En su desgarrador poema, Sólo quiero estar en su seno, de su poemario La noche y los jinetes, habla de su tierra, arrebatada por los poderes geopolíticos financieros, dogmáticos y antidemocráticos de este mundo:

Sólo quiero morir en mi tierra, /Que me entierren en ella, /Fundirme y desvanecerme en su fertilidad/ Para resucitar siendo hierba en mi tierra, /Resucitar siendo flor /Que deshoje un niño crecido /En mi país. /Sólo quiero estar en el seno de mi patria/ Siendo tierra/ Hierba/ O flor.

Vivió infinidad de veces su larga vida, trece años más que Walt Whitman, en realidades históricas, sociales y culturales diversas; supo cantar, como el bardo de Manhattan, a su patria escarnecida, haciéndola universal en su dolor y en su trágica epopeya.

Alguien que vivió, como ella, el avasallamiento secular de su pueblo, no podía dejarse abatir por la muerte, pugnando por conquistar, si no la libertad de los suyos, sí la propia, como corresponde a los grandes cantores de su pueblo, zaherido por el fanatismo religioso, tanto de sus enemigos ‘elegidos de Dios’ y apoyados por las potencias esquilmadoras, como por el de los fanáticos prohijados desde el odio y la venganza, en el seno de las comunidades del Islam.

La cruenta guerra civil que vivió Whitman en su patria duró cuatro años. La guerra de exterminio que Israel libra contra Palestina ha durado, con intermitencias y treguas equívocas, poco menos de un siglo. El optimismo fundamental del bardo no puede pedírsele a Fadwa Tuqan, a menos que pretendamos de ella la sumisión servil. Así, para la poeta palestina, la muerte se configura en una roca, piedra negra y dura que da título a su poema:

Mira cómo esa negra/ Roca ha sido amarrada a mi pecho/ Con las cadenas del arrogante destino, /Con las cadenas del absurdo tiempo./ Mira cómo aplasta/ Mis frutos y mis flores,/ Me esculpe con el tiempo/ Y me destruye con la vida./ ¡Déjame! No podemos vencerla./ Las cadenas de mi prisión no se romperán./ Permaneceré en soledad/ Mientras el destino sea mi prisión./ Déjame/ Permanecer así:/ Sin luz,/ Futuro/ Ni esperanza./ La roca negra no tiene escapatoria/ Ni refugio.

Tal vez eso necesitemos como país (aunque ya tuvimos a Gabriela y a los dos Pablo), una poesía que sea nuestra sanadora —nunca nuestra enfermera—, aunque la poesía no ha sido ni será una catarsis social, menos una conciliadora política ni tampoco una medicina histórica; también pudiera ser ‘un arma cargada de futuro’, una fragua de palabras combatientes. En Fadwa Tuqan, sin embargo, el dolor no surge de un canto epopéyico, sino de un íntimo padecimiento, que a su vez se encarna en el calvario colectivo del pueblo palestino.

Hace bien leer a los poetas, pero con una visión más amplia que la de utilizarlos para predicar desde el púlpito consagrado a la defensa del privilegio, sea propio o de los mandantes. La nueva conciencia parte por conocernos a nosotros mismos, sopesar los ideales e intereses que presumimos encarnar y defender, mirarnos al espejo sin la turbiedad amarillenta del oportunismo.

«La resurrección de los países», enarbolada desde la torre de marfil, es una falacia, tan decadente como nuestra sociedad de la mentira y la corrupción; es una puerta cerrada, como escribe nuestra poeta palestina:

Aquella noche/ Mi jardín se despertó/ Y los dedos del viento/ Arrancaron su cercado./ En mi jardín, la hierba,/ Las flores y los frutos se estremecieron/ Con la danza del viento y la lluvia./ Todo se desvaneció/ Aquella noche/ Menos el brillo azul de tus ojos/ Y la llamada/ En el brillante azul/ Donde mi corazón navegó/ Cual barco guiado por las olas. (Del poemario Ante la puerta cerrada, de 1967).

Paz edulcorada, resurrección de opereta. Ya sabemos con quiénes comparte Cristián Warnken sus dulzones huevos de Pascua.

 

 

 

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Edmundo Moure Rojas (1941) es un escritor, poeta y cronista, que asumió como presidente titular de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) en 1989, luego del mandato democrático de Poli Délano.

Además fue el gestor y el fundador del Centro de Estudios Gallegos en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile (Usach), casa de estudios superiores en la cual ejerció durante once años la cátedra de Lingua e Cultura Galegas.

Ha publicado veinticuatro libros, dieciocho en Sudamérica y seis de ellos en Europa. En 1997 obtuvo en España un primer premio por su ensayo Chiloé y Galicia, confines mágicos. Sus últimos títulos puestos en circulación son el volumen de crónicas Memorias transeúntes y la novela Dos vidas para Micaela.

 

Edmundo Moure Rojas

 

 

Imagen destacada: Cristián Warnken Lihn.