Hace muchos años, cuando aún estaba lejos de la vejez, asistí a la representación de una obra de teatro uruguaya, realista, titulada «Los derechos de la salud». Su trama era sencilla, pero acuciante: la joven y bella protagonista sufría un accidente y quedaba paralítica, en la terrible situación de la silla de ruedas, pero aún a su lado, con un esposo en plena vigencia corporal y sensitiva.
Por Edmundo Moure Rojas
Publicado el 24.4.2024
Los derechos de Cronos son imprescriptibles, aunque confiemos en el olvido, en las apariencias o en los atributos de la madura sabiduría. Las leyes del tiempo acechan, esconden bajo la capa de un buen vivir sus servidumbres, como afilados cuchillos de lo cotidiano.
Charles Chaplin se unió a Oona O’Neil, siendo treinta años mayor que ella. Sin embargo, por lo que creemos saber, constituyeron una pareja feliz. Bueno, convengamos que Chaplin era un genio chispeante y su compañía, un privilegio cuya excelencia podía rebasar otro tipo de urgencias y menoscabos, como la necesidad lúbrica, pongamos por caso, esa llamada de la selva contra la que no hay dilaciones, ni tampoco edad tope.
Hace muchos años, cuando aún estaba lejos de la vejez, asistí a la representación de una obra de teatro uruguaya, realista, Los derechos de la salud. Su trama era sencilla, pero acuciante. La joven y bella protagonista sufría un accidente y quedaba paralítica, en la terrible situación de la silla de ruedas.
A poco andar, el joven y enérgico marido se encontraba con la ancestral tentación de Eva, servida en la bandeja de la concupiscencia, por una mujer cercana a la familia de su esposa, incluso una de sus amigas íntimas. El hombre se resistía al asedio, bajo el imperio del deber y su compromiso religioso ante la difícil norma: «hasta que la muerte nos separe».
Por supuesto, para bien del morbo de los espectadores, él sucumbe y traiciona; ¿es realmente, en aquella circunstancia, una traición, o el derecho de la salud, en su cuerpo juvenil, le eximía de la culpa?
El conflicto se desarrolla, no obstante, según los presupuestos de la humana condición. En su fuero íntimo y a través del «monólogo interior», el protagonista manifiesta lo perentorio de su apremio y la decisión de llevar a cabo una intensa relación erótica. La tragedia se precipita; hay que apurar el desenlace y bajar el telón.
Una boleta con intereses y multas
Vuelvo a los derechos de Cronos. Entre escritores hay muchos casos de viejos unidos con mujeres jóvenes. Nicanor Parra fue uno de ellos, practicando este tipo de connubio aun antes del descubrimiento de la píldora celeste. En menor proporción, escritoras de avanzada edad se han mancornado con bisoños poetastros o gigolós oportunistas, a lo Pancho V____r. El amor no tiene edad, pero a menudo el reloj de arena pasa la cuenta con sus últimos granos, y la cobra cara.
Mi amigo X me llama por teléfono; se le nota afligido. Me pide una reunión de urgencia, pasadas las siete de la tarde, en el bar «Martirio». Accedo a su solicitud, fiel a la amistad entre varones.
El vino aligera su confidencia, mientras escucho el relato con afectuosa atención.
—Tú sabes que soy quince años mayor que mi mujer. Nos casamos cuando ella tenía veintiocho y yo 43. Llevamos veintinueve mayos juntos y, altibajos más o menos, hemos tenido una buena vida de pareja, manteniendo lo esencial de la fidelidad, como un matrimonio bien avenido.
—Me permito dudar de tu condición de esposo fiel.
—A ella le he sido fiel. Te lo juro.
—Dejemos los juramentos para los juicios orales. Continúa.
—Hace un año, Ella invitó a cenar a un amigo poeta, de sus tiempos de juventud en la Universidad de Concepción. Él llegó con una mujer muy jovencita, precedido de una cierta fama, en el medio literario, de poeta donjuanesco y favorecedor de casadas. Todo transcurría como una velada más o menos grata, hasta que Ella, después de unas cuantas copas, comenzó a excitarse con P (de poeta); fue una auténtica obnubilación, un arrebato incontrolable; lo cogió de las manos, dispensándole una sarta de elogios y ditirambos de ardoroso calibre; en dos horas y media no tuvo ojos sino para él. Yo, patidifuso; su compañera, en silencio, con una sonrisa forzada. Nos mirábamos de soslayo, con la incomodidad de quien se advierte sobrante en un lugar y no sabe cómo remediarlo.
—Hasta lo que me cuentas, no me parece tan grave. ¿No te estarás volviendo cartuchón con la edad o celoso in extremis?
—No lo creo. Lo que vino después de que se marcharan sí que me llenó de desasosiego y angustia. Ella me confesó que lo adoraba, desde hacía años, cuando eran jóvenes, y aunque entonces no habían disfrutado de una relación pasional, estaba dispuesta, ahora, a reconsiderarlo, haciendo uso de lo que llamó ‘mi derecho a la libertad’.
—Y, ¿la cosa pasó a mayores?
—No tengo certeza de ello, pero que lo ama, es seguro. Le ha dedicado versos encendidos en sus dos últimos poemarios; ha utilizado la palabra orgasmo.
—Podría ser algo figurado. No necesariamente un acto real.
—Carezco de evidencias, pero no soporto que me reemplace, sobre todo por un huevón doce años menor que yo.
—Ahí está el punto, compañero. A usted Cronos le está pasando la cuenta, con intereses y multas.
—No hagas befa de mi situación, por favor. Menos cuando la causa profunda de mi dolor y desengaño es lo que ella me dijo ayer, culminando su aleve traición.
—¿Cómo así?
—Que él, P sureño, es mucho mejor poeta que yo. No hay derecho.
***
Edmundo Moure Rojas (1941) es un escritor, poeta y cronista, que asumió como presidente titular de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) en 1989, luego del mandato democrático de Poli Délano.
Además fue el gestor y el fundador del Centro de Estudios Gallegos en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile (Usach), casa de estudios superiores en la cual ejerció durante once años la cátedra de Lingua e Cultura Galegas.
Ha publicado veinticuatro libros, dieciocho en Sudamérica y seis de ellos en Europa. En 1997 obtuvo en España un primer premio por su ensayo Chiloé y Galicia, confines mágicos. Sus últimos títulos puestos en circulación son el volumen de crónicas autobiográficas Memorias transeúntes y la novela Dos vidas para Micaela.
Imagen destacada: Nicanor Parra.