Vulnerado el tiempo pandémico, luego del desastre del aislamiento y de la infección, Mario Sampaolesi recorre los modos posibles de lo posterior, en las postrimerías de una existencia viciada, corrupta, y donde la descomposición que trajo la peste es solo la punta del hilo que lo lleva hasta la pérdida de memoria de la amada y, más aún, hasta el envilecimiento cívico y político.
Por Ana Arzoumanian
Publicado el 13.6.2024
Mario Sampaolesi (1955), poeta argentino, codirector de la colección Aura de poesía de la editorial Libros del Zorzal, exdocente de escrituras creativas de la Biblioteca Nacional de Argentina y director de la revista de poesía Barataria entre los años 1992 al 2008, acaba de publicar en Buenos Aires su libro Después de Reikjavik.
Empecemos por donde se empieza.
Después de Reikjavik titula Mario y yo pienso en esa frase amargamente famosa de Theodor Adorno: «Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie». Después de, el tiempo del trauma, el adverbio que indica la circunstancia de la acción. El sujeto poético no es el yo del poeta, ni su fisiología, sino más bien es la entidad que hace del poema un reloj filosófico histórico.
Si en Sociedad y crítica de la cultura Adorno hablaba de la imposibilidad del después en la acción de escribir, más tarde da precisiones: sólo se puede escribir después en otra estética, con otros registros que no multipliquen la ideología de la muerte propia de la producción cultural de aquella Alemania.
Aegishjalmur, en esas palabras previas al poema pronunciadas por Mario, ese casi prólogo. Un símbolo nórdico de poder y misterio, el escudo de los vikingos cuya invocación correspondía a los hechizos del temor y del terror. La insignia dibujada entre los ojos convertía en invencible a su portador, atemorizando, a su vez, al enemigo. La Islandia de Borges, la sintaxis del agua y el relato del vacío.
Pero, el después ¿qué verbo condicionaría?
En Borges, Islandia es una lengua. De modo que en él respondería a la pregunta de ¿cómo escribir después?
¿Y en Sampaolesi?
¿Ese después a qué verbo apunta?
Acaso la fuerza para seguir viviendo haga suponer la acción sobre la que recaería ese después. Porque la pregunta que se hace Mario en el poema es ¿cómo amar?
Atravesado por las balas
siento escurrir entre mis manos
la hemorragia luminosa del amor.
O más adelante
Como tantas otras veces
me pregunto por qué el odio
resulta ser más fuerte que el amor
¿Cómo amar después de Reikjavik?
Eros, logos y cosmos
Avancemos en el título. Ahora la pregunta del poema ya no se centraría en el cómo sino en el dónde. ¿A qué geografía pertenecería Reikjavik? A un espacio poético, al fin de la autopista de occidente, al lugar como impulso de vida.
Una geopoética, al estilo de la ideada por Kenneth White quien construyó no un movimiento literario, sino una práctica. Si hablo de la geopoética como una archipielización y no una mundialización me refiero al recorrido de Mario localizado no sólo en Reikjavik, sino en Niza, en Plaza Flores, en Paraná, Nahuel Huapi, Edimburgo, Guijón, Valeria del Mar, Mar del Plata, Roma, Liguria y París.
Los paseos y el hogar. Distintos discursos a lo largo de la historia del pensamiento tematizan la casa, para el santo será su claustro, para el campesino, su campo. En la Edad Media cristiana era la Virgen María y Cristo. En la época griega clásica, el ágora. En una tribu paleolítica, su relación con el animal. En Sampaolesi, la tierra misma, el raro planeta en el espacio galáctico donde prueba vivir.
Una geopoética basada en la trilogía: eros, logos y cosmos, allí el mundo de Mario. Una mirada que se opone a la geopolítica como un intento de reunir al hombre con ese espacio que describe ante una catástrofe provocada por el mismo hombre. Es allí que el poema de Sampaolesi deviene político.
Digo deviene y no me refiero a una sucesión temática, sino que en el mismo instante en que se pregunta cómo amar, nos habla de la clase gobernante, del olvido, del perdón y la reconciliación. El territorio se convierte en un campo de reflexión filosófico y estética, se trata del arte de habitar.
La conquista del espacio no es ese viaje interestelar, sino la delimitación de zonas de abandono y riesgo, de batallas y desigualdades, de injusticias, de odios:
Los nuevos asesinos se reúnen
en la Casa Rosada, en el Congreso,
en los Sindicaros, en el Palacio de Justicia:
entre ellos forman bandas de cazadores.
Primero nos adoctrinan
Después nos acribillan.
El poeta que se pregunta cómo amar después de la catástrofe sabe que ese tiempo traumático no es lineal, que se requiere de ese Kairos literalmente definido como el momento adecuado u oportuno que, en la teología se lo asocia al tiempo de Dios; espacioso, interminable, oceánico. Ese tiempo que robó la calamidad:
Apenas sobreviviente.
Y continúa:
El odio no es algo nuevo en nuestro país.
Es un odio visceral.
La medida del hasta dónde
Los anónimos e invisibles son retratados por las noticias: oíamos las noticias donde nuestro país, como de costumbre se desmoronaba, por los discursos de los que dicen. Lo íntimo y lo público se entreveran, se penetran indistinguibles bajo la mirada del poeta. De la clase gobernante y sus rencores, el poema se sumerge en lo privado:
Les grito a las gaviotas y a tu cuerpo ausente,
prisionero de una venganza inexplicable.
Sampaolesi atraviesa la catástrofe que roe el cuerpo de la amada para adentrarse al delicado tema del perdón y del olvido. Desde el fuero entrañable e interior de la vida con ella, escribe:
En mí no sobrevivió ningún residuo de perdón.
Para preguntarse luego:
¿Quién soy yo para perdonarlos?
De la opresión del pueblo, al sometimiento de la amada, Mario hace foco en los términos de libertad y belleza. Pasa del sin libertad no hay belleza al sin belleza no hay libertad, como si resonara en eco a las Cartas sobre la educación estética del hombre de Schiller. El poema no se detiene en el olvido y el perdón, da un paso más y se cuestiona acerca de la gracia, el don de la libertad: la salvación.
Permanecí sentado e inmóvil
preguntándome
si hubiera podido salvarte.
Salvación que los católicos adjudican a las obras, y los protestantes a la fe. Salvación que, desde la lengua hebrea hace referencia al ser vasto cuya raíz corresponde también a las palabras liberación, emancipación y preservación.
¿Acaso no estamos ante un poema mítico?
Se podría leer el libro desde esta clave: el odio de los hijos. Y en ese sentido, el odio no es sólo sobre la pareja de amados sino también sobre el territorio del país.
Las ciudades, el mar, el delta, las casas son lo que la llanura es para La cautiva de Esteban Echeverría. De algún modo esa triangulación tiene un recorrido similar al poema nacional; ella, él, el paisaje y los odiadores, es decir: el indio —los hijos— la clase gobernante.
Aquí es él quien intenta salvarla, pero no; y lo que acecha es una especie de contaminación. El poema escribe la medida del hasta dónde. Hasta dónde el hierro, la casa, Imarangatú siguen indemnes al odio. El eros desplegado en la escritura es el borde donde lo materno se vuelve a emplazar, si seguimos pensando en la cautiva, esa mujer que busca a los hijos en Echeverría.
Sampaolesi, madre y padre de un poema donde los hijos no llegan. Entonces se revierte el impulso de la destrucción.
Allí donde no alcanzaba el amor para salvar, hay una escritura donde no le alcanza la crueldad de los hijos.
***
Ana Arzoumanian nació en Buenos Aires, Argentina, en 1962.
De formación abogada (titulada en la Universidad del Salvador), ha publicado los siguientes libros de poesía: Labios, Debajo de la piedra, El ahogadero, Cuando todo acabe todo acabará y Káukasos; la novela La mujer de ellos, los relatos de La granada, Mía, Juana I, y el ensayo El depósito humano: una geografía de la desaparición.
Tradujo desde el francés el libro Sade y la escritura de la orgía, de Lucienne Frappier-Mazur, y desde el inglés, Lo largo y lo corto del verso en el Holocausto, de Susan Gubar.
Asimismo, fue becada por la Escuela Internacional para el estudio del Holocausto Yad Vashem con el propósito de realizar el seminario Memoria de la Shoá y los dilemas de su transmisión, en Jerusalén, el año 2008.
Filmó en Armenia y en Argentina el largometraje documental A, bajo el subsidio del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales, un registro en torno al genocidio armenio y a los desaparecidos en el régimen militar vivido al otro lado de la Cordillera (1976 – 1983), y que contó con la dirección del realizador Ignacio Dimattia (2010).
Es integrante, además, de la International Association of Genocide Scholars. El año 2012, en tanto, lanzó en Chile su novela Mar negro, por el sello Ceibo Ediciones.
El artículo que aquí presentamos fue redactado especialmente por su autora para ser publicado por el Diario Cine y Literatura.
Imagen destacada: Mario Sampaolesi y Ana Arzoumanian.