Con gran éxito de público —tiene sus funciones agotadas— el nuevo montaje del Colectivo Zoológico, reformula un intrincado conjunto de elementos escénicos y tecnológicos, con el objetivo de hacer partícipe a su público de una especulación política y artística, acerca de su contemporaneidad reciente.
Por Enrique Morales Lastra
Publicado el 19.6.2024
La performance e instalación escénica del Colectivo Zoológico es un ejercicio teatral y audiovisual en un comienzo algo confuso, como si para relatar (y registrar) un acontecimiento en apariencia llano y simple (por su fuerza elemental); sus autores recurrieran a la demostración de múltiples dispositivos simbólicos, a fin de entregar una suerte de explicación metafórica en torno a la crisis política que se desató en el país, luego del 18 de octubre de 2019. La imagen estalla, y también las palabras y los artilugios lingüísticos, desde luego.
En esa retórica visual y plástica insistente, los significados de No mirar se detienen en una mitificación que inclusive busca raíces históricas, a través de una línea de tiempo (que curiosamente empieza en 1991, como los demonizados «treinta años»), y donde la figura virtual de REM, expandió una serie de fabulaciones y profecías, que de alguna manera justificarían, pero también entregarían la comprensión, de los hechos y extraños acontecimientos surgidos entre 2019 y 2023, en los centros urbanos de Chile.
Bajo ese prisma, un tanto difuso (por el origen y posterior desaparición de REM, que bien podría abarcar en sus iniciales a los términos de Rapid Eye Movement, o de movimiento ocular rápido, más todavía si el concepto de «imagen» es interpelado continuamente por el Colectivo Zoológico), se abre un espacio simbólico con el propósito de entender la trama oculta del referido 18 de octubre de 2019.
Un hecho que visto hoy (junio de 2024) parece la estratagema de un museo (como ese en 360 grados que diseña en su escenario participativo No mirar), y que desplazado de la cotidianeidad vital de las personas —donde la desaparición del impulso y necesidad en torno al cambio constitucional, refuerzan la noción de un simulacro sin sentido—, la irrupción de esos días pasados, semejan transcurrir por un sendero aparte del camino oficial, fuera y de la historia política e institucional del país.
La mitificación que en esta obra se efectúa de ese origen «inexplicable», quizás le quitan fuerza al argumento central a la sugerencia del Colectivo Zoológico, ya que se trata de una forma velada de evitar buscar las causas de aquel movimiento insurreccional vaticinado por REM, en compañía de otras crisis y conflictos «reales», como la ambiental, por ejemplo.
La consagración de una estilizada primavera
En efecto, la propuesta de este montaje, en su instalación (compuesta de ocho pantallas, una grabadora, una IBM, un chicle, partituras sobre un atril, un teclado y una asadora de hot dog), esboza una desnaturalización de la vida cotidiana a causa del neoliberalismo y de su tecnicismo virtual y artificial.
Sin embargo, el Colectivo olvida, o evita confrontar, los resultados prácticos de esa crisis, sin profundizar en la violencia, la precarización y la destrucción que dejó a su paso. Atestiguar esa coyuntura, también es una necesidad esencial de esa ambición teatral de representar las contrariedades que acechan al país y el género humano, sin duda.
Y donde la propuesta escénica en 360 grados, colaborativa entre los intérpretes y el público, deriva en una de las fortalezas dramáticas, que asimismo dan cuenta de ese flujo mental, saturado y desordenado, que rozan el argumento de No mirar: la irracionalidad y la locura que se desplaza en la sociedad de masas y en su sobrepoblación de imágenes y de imperceptibles realidades subalternas.
Una mitificación, sin embargo, que deja de lado una reflexión más certera (o profunda, si se anhela) en torno a la ebullición de energías ciudadanas que no construyeron nada mejor, a un lustro ya del 18-O, en la poética de este montaje con elementos estéticos propios del teatro documental.
En esa valoración, tal vez el guion teatral de No mirar debió propender a perseguir razones situadas más allá del compromiso político (o ideológicos), y recoger las respuestas de otras disciplinas, como la ficción, tal cual se escucha en una de esas 30 entrevistas fragmentadas que se proyectan en los monitores de la instalación, y en esa rémora en específico que se realiza sobre el lírico título del largometraje de no ficción, El viento sabe que vuelvo a casa (2016), de José Luis Torres Leiva.
Generar ese contenido incrédulo de una épica que quizás estuvo lejos de existir, se echa de menos en el teatro de corte político chileno, y donde una perspectiva de análisis historiográfico, también debería registrar el desenlace de otros episodios de eclosión popular y cercanos a una revolución, pero que poco o nada contribuyeron a proyectos de cambio cualitativos en relación al diagnóstico social del país.
¿Y si esa imagen y su ética (y heroica) poética nunca existieron, y solo correspondieron a la fricción de una necesidad de salir a la calle y de ejercer una situación de falso poder y de fatuo dominio, en sectores y calles específicas de la ciudad, o en saqueos, que finalmente fueron sancionados por la autoridad?
Como el largometraje documental El que baila pasa (2023), de Carlos Araya Díaz, No mirar, en su seductora manifestación audiovisual y tecnicista, que se abraza con la ciencia ficción, reproduce una intuición artística, que se distingue —por momentos— nostálgica y sesgada, acerca de una crisis política que tuvo nefastas consecuencias, desde físicas, económicas y hasta de índole psicológica, para otros miembros de la comunidad nacional (o como quieran denominarle).
En efecto, el guion teatral se entrampa en decisiones dramáticas que podrían haber sido más simples con la finalidad de favorecer, en un mayor grado intelectual, a que la experiencia del espectador fuese mayormente clara e inmersiva.
Lo que es imposible de negar, sin embargo, es que la obra del Colectivo Zoológico es una puesta en escena y una experiencia teatral estimulante, que fomenta el espíritu crítico en una apoteosis de los sentidos.
Ese hechizo dramático se logra a través de un engranaje artístico que apela a variadas sincronías, a una fracturada poética de la imagen, de coordinaciones visuales, y de una retórica insistente, donde el hacedor del llamado «octubrismo» —REM, el ingenioso agitador ahora desaparecido— palidece ahogado por los sueños comunitarios que su misma fuga propició.
Ficha artística:
Codirección: Pablo Mois y Guille Aguirre | Dramaturgia: Juan Pablo Troncoso y Colectivo Zoológico | Actuación: Paulina Moreno, Juan Pablo Troncoso y Germán Pinilla | Producción general: Sofía Croxatto | Diseño integral: Pablo Mois | Música original: Paulina Moreno | Diseño gráfico: Paula Aldunate | Realización de Colectivo Zoológico | Apoyo creativo: Sandra García, Kevin Hernández y Christian Sepúlveda.
Temporada hasta este domingo 23 de junio de 2024, con funciones de miércoles a sábado a las 20:30 horas, y los domingos a las 17.00 horas, en la sala N1 (Edificio B, piso 2) del Centro GAM.
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Teaser:
Crédito de la imagen destacada: Patricio Melo.