En los cuentos de este volumen se mezclan ensayos, interpretaciones, vocalizaciones, referencias a una tradición dramática; los “personajes” son aún más personajes detrás de sus propias personificaciones que designan sus roles: escriben, citan, saben hablar y conocen la boca de la gente y la propia muy bien.
Por Nicolás Poblete Pardo
Publicado el 13.6.2018
Los relatos de Un hermano muerto (Editorial Cuarto Propio, Santiago, 2018), de Isabel Baboun Garib, se desarrollan en el fructífero y creativo espacio que permite el registro teatral. En cada uno de ellos se percibe una determinada noción de escena teatral, de performance actoral, con el ensamblaje que permiten variadas referencias clásicas: Antígona, Judith deambulan por estos relatos que se estructuran como un oráculo, pues las voces muchas veces parecen incorpóreas, salen de bocas anónimas o muchas veces acusan sus identidades, ya nombradas por la cultura y la tradición teatral, a la vez que desafían la estructura clásica de lo que se considera o espera de un cuento.
Es precisamente este último rasgo lo que particulariza la articulación de las narraciones, donde se privilegia el desarrollo de voces narrativas, más que de secuencias convencionales. En “Itinerario de ruta”, por ejemplo, tenemos una muestra de lo que es capaz la voz narrativa. Acá se desenvuelve una voz delirante, cuya transcripción hacia la letra parece coincidir con el de una psiquis liberada, a la vez que angustiada: “Te dejé y no te haces notar, no te encuentro, dónde pasaste la noche a tu pieza no llegaste al otro día ya no estabas, abro los brazos no entres, está con llave, estabas dentro y no te vi, la rodilla y mi falda y mis orejas y mis hollejos no sangraste conmigo advertiste la falla, dónde te dejé no me acuerdo, cajonera de cinco cajones sigues ahí, los cuatro primeros no se abren, el último tiene papeles tapas el fondo crees que no supe de ti pero te conozco, te pareces a mí, nunca fuimos iguales y busco la matriz en mis brazos mi nariz no se parece aunque tu olor y marcas tus manos y empujas y todo igual, todo quieto…”. Y sigue el soliloquio, en su hiper-conciencia discursiva, literaria, dramatúrgica, con ecos que me hacen recordar algunos parlamentos de Elfriede Jelinek u otras escrituras disociadas de una voz fantasmática, que es esa que vemos en el Beckett de “Not I”, por ejemplo.
“Cuando un abrazo se ensaya” amplía esta noción y preocupación por lo teatral, ángulo que permea el volumen en su totalidad. Acá se mezclan ensayos, interpretaciones, vocalizaciones, referencias a una tradición dramática; los “personajes” son aún más personajes detrás de sus propias personificaciones que designan sus roles: escriben, citan, “saben hablar. Conocen la boca de la gente y la propia muy bien”. Asimismo, las narraciones ostentan cierta experimentación que trabaja al servicio de esta oralidad, de esta fluidez: “Todo tiene relación con la lengua. Contarse la vida por la boca, querer más”. “Aparecida y el hombre iniciaron una conversación. Ella le habló de los chinos, de cómo dicen que pueden conocerte mirándote la lengua, que es el órgano más parecido al corazón”. “Aparecida se detuvo. Respiró hondo, y le dijo: amar es como pasar la mano sobre algo, o pasar la lengua sobre todo lo que encuentres. Y permanecer”.
La boca, las bocas, son una preocupación especialmente importante en estos relatos. En “Rama arriba” leemos: “Si existe algún tipo de instructivo para abrir la boca, cómo mover la lengua o cuánta saliva almacenar… porque nunca pude abrir la boca antes que él, nunca pude amasar mi saliva lo suficiente…”. Y uno de los cuestionamientos deriva de la futilidad de ciertas expresiones, de la conciencia de saberse innecesaria, inútil, insuficiente y hasta intimidada. El tira y afloja de estos relatos sigue los movimientos de un hilo peliagudo: “Cuando les diga eso que todavía no les he dicho, eso que ya no importa pero que ahora sé cómo se dice. No quiero bajar. No quiero mirar hacia abajo. Pero quiero dejar de hablar”.
Crédito de la imagen destacada: Editorial Cuarto Propio
Crédito de la fotografía a Isabel Baboun: Escuela de Teatro de la Pontificia Universidad Católica de Chile