Un libro de poemas con destellos euroasiáticos y sus huellas en la inmigración que conformó a la nación Argentina, escrito por la socióloga y astróloga bonaerense, y que arriba vía La Yunta Ediciones, con su estética de buscar detrás de la lengua, de indagar en las fronteras sensibles.
Por Ana Arzoumanian
Publicado el 24.8.2024
Iván Paliichuk es un joven cuyo padre fue asesinado por la cabeza de familia de los Huteniuk. Desde pequeño Iván se enamora de Marichka, hija de los Huteniuk. Cuando crecen se dan cuenta que su amor será imposible. Un día, cuando Iván va a pastar, Marichka se ahoga en el río.
Luego de muchos años de sufrimientos, Iván se casa con Palahna; la pareja no puede tener hijos. Palahna se dirige a un brujo para realizar un hechizo y termina teniendo una relación con él. El brujo e Iván se enfrentan hasta que aparece el espíritu de Marichka convertido en una ninfa del bosque.
La historia pertenece al libro de Mykhailo Kotsiubynsky, Sombras de nuestros ancestros olvidados. La novela fue ofrecida al cineasta Serguei Paradjanov para su versión cinematográfica.
El guion se filmó en el año 1964. Era el renacimiento del cine nacional ucraniano y, por extensión, de la cultura ucraniana en general. La interpretación era la siguiente: la nacionalidad no reflejaba secesionismo. La no exigencia de la utilización del idioma ruso, a pesar de que era la lengua obligada en la educación, ponía el acento en el llamado internacionalismo contra la rusificación.
Así, en el estreno de la película, en el Ukraina Theatre de Kiev hubo una protesta: «camaradas, la acción de las purgas de 1937 está avanzando. En este momento están arrestando a intelectuales ucranianos. Las madres de Ucrania están llorando por sus hijos». Los rumores de la protesta llegaron a Moscú. La película se exhibió y luego llegó hasta Occidente bajo el nombre Los caballos de fuego.
La utilización de la lengua es central para la identidad ucraniana, recordemos que el poeta Taras Shevchenko, prohibido durante la época zarista, legitimó el uso de la lengua impulsando a más escritores a escribir en su idioma.
En efecto, la obra íntegra de Shevchenko tiene sus raíces en la historia de su pueblo, un pueblo que lucha por su independencia contra los reyes de Polonia, los sultanes de Turquía, los zares de Rusia.
Toda la obra del poeta es una exaltación al heroísmo cosaco. Un autodidacta, un esclavo, un kobzar. Kobzar es el nombre que se les daba a los cantores errantes que interpretaban los himnos patrióticos y las canciones populares de Ucrania acompañados por la kobza, el instrumento musical a cuerdas ucraniano.
Su obra, denuncia de la dictadura que lo perseguía, es considerada hoy día como la de un héroe nacional, símbolo de la resistencia en el año 2014 luego de la Revolución de Maidan.
Una gramática uterina y un río semántico
Sus poemas llaman a reconstruir una Ucrania contra la Rusia imperial. En Argentina se inauguró un monumento a Taras Shevchenko en el Parque Tres de Febrero, donado por la comunidad ucraniana con motivo de cumplirse en el año 1971 los 75 años de la llegada del primer contingente al país. En «Testamento» (1845), se lee:
Cuando muera, pónganme
en la tierra que sirve de tumba
en medio de la inmensa llanura
en mi Ucrania bien amada,
de modo que pueda ver
los campos sin fin,
el Dniéper y sus ríos abruptos
que yo lo escuche rugir
ya que el Dniéper traerá
hacia el mar azul, lejos de Ucrania,
la sangre del enemigo, entonces
yo abandonaré las colinas
y abandonaré los campos
y volaré hasta el cielo.
Legado, herencia, y transmisión que asume María Chapp (Buenos Aires, 1950): «en grullas del Dniéper/ busco claves planetarias/ el cielo del nacimiento».
Así empieza el Pozo del habla de María, de los: «dátiles en Jersón/ negras tierras/ donde el Rus de Kiev/ vikinga griega/ jázara Kiev». En la escritura sigue las huellas de las inscripciones de una abuela niña: «con 7 años escribió mi abuela/ vándalos llegan fuegos del zar/ un día dejaron templos/ casas incendiadas/ nombres detrás de la lengua».
Detrás de la lengua, en la trinchera, en el pozo, esa es la misión: buscar las fronteras sensibles. «Nada desmemorias», dice María Chapp, en: «una gramática uterina, un río semántico», la poeta quiere entrar en ese cuerpo, en ese pensamiento, en todo momento estar delante del muro de un templo que no existe, que sólo aparece cuando franquea ella misma ese muro, lo franquea convirtiéndose en la luz que inunda el interior.
Todos los misterios están allí presentes, se ve su carne a través de sus palabras. La poeta está delante y sin embargo, está adentro, en la mirada y su abolición. «Busco el punto de vista del bosque», escribe en alumbramiento, en entrega; convoca a quienes no tienen oídos y los conmina a soñar. María Chapp hormiguea en el verdor, sale de todos los lugares, desde la oscuridad se alza, se despliega hasta la altura de la luz.
La poeta, la «mocosita», «nunca no recuerda» y lo hace encantando, porque de eso se trata con los bosques infantiles, son bosques en–cantados: «en ruso idish cantaba abuela con su copita de anís», o: «cantos para otros cantaba en Pavón 4184», el papá de esa mocosa.
Una música de las esferas, al modo de Pitágoras y la creencia en la armonía matemática de los cuerpos celestes. Una experiencia envolvente, tanto como la vegetación del bosque, que juega con la textura sonora.
Los planetas de Gustav Holst, una sinfonía de la Tierra, es una pieza inspirada en los planetas del sistema solar. La obra estrenada en 1918, en ese entre guerras de Londres, no es una obra bélica a pesar del título de la primera parte. Ritmos insistentes, cambios rítmicos a zancadas, exploraciones músico y espaciales de carácter cósmico.
Una ominosa quietud, seguida de una confrontación marcial, timbales, fanfarrias. Una puntuación rítmica que late a piedad. Gustav Holst o María Chapp, nuestra kobzar. Una escena entibiada por flautas y un austero violín, Venus el portador de la paz en Holst, en María: «supura jaurías/ de labios resucitados” “bendita estación del verso/ bendita parábola».
La naturaleza dual de todos los elementos, de la historia de las naciones hasta una cosmología de la compasión; un Pozo del habla, un hueco devenido aljibe.
***
Ana Arzoumanian nació en Buenos Aires, Argentina, en 1962.
De formación abogada (titulada en la Universidad del Salvador), ha publicado los siguientes libros de poesía: Labios, Debajo de la piedra, El ahogadero, Cuando todo acabe todo acabará y Káukasos; la novela La mujer de ellos, los relatos de La granada, Mía, Juana I, y el ensayo El depósito humano: una geografía de la desaparición.
Tradujo desde el francés el libro Sade y la escritura de la orgía, de Lucienne Frappier-Mazur, y desde el inglés, Lo largo y lo corto del verso en el Holocausto, de Susan Gubar.
Asimismo, fue becada por la Escuela Internacional para el estudio del Holocausto Yad Vashem con el propósito de realizar el seminario Memoria de la Shoá y los dilemas de su transmisión, en Jerusalén, el año 2008.
Filmó en Armenia y en Argentina el largometraje documental A, bajo el subsidio del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales, un registro testimonial en torno al genocidio armenio y a los desaparecidos en el régimen militar vivido al otro lado de la Cordillera (1976 – 1983), y que contó con la dirección del realizador Ignacio Dimattia (2010).
Es integrante, además, de la International Association of Genocide Scholars. El año 2012, en tanto, lanzó en Chile su novela Mar negro, por el sello Ceibo Ediciones.
El artículo que aquí presentamos fue redactado especialmente por su autora para ser publicado por el Diario Cine y Literatura.
Imagen destacada: Ana Arzoumanian y María Chapp.