[Crítica] «La sustancia»: El paso del tiempo en una mente desquiciada

Actualmente estrenada en la cartelera de las salas locales, la obra audiovisual de la realizadora francesa Coralie Fargeat, se encuentra protagonizada por las actrices Demi Moore y Margaret Qualley, y también obtuvo el premio al mejor guion en el reciente Festival de Cannes, versión 2024.

Por Aníbal Ricci Anduaga

Publicado el 6.10.2024

Filme que comulga con el género del body horror, con mucho gore hacia el final del metraje, y el cual contrasta con una simetría perfecta y colores muy bien definidos, al más puro estilo de La naranja mecánica o El resplandor, de Stanley Kubrick, donde es evidente la fascinación de la directora. El uso del blanco también recuerda a 2001, odisea del espacio y la música de Richard Strauss al final del largometraje corrobora esa sensación.

Si bien podría parecer una crítica superficial a la explotación de la belleza juvenil, una cosificación de la mujer, mostrando un cuerpo esculpido, admirado por la audiencia televisiva, aunque ese medio de difusión carezca de peso específico en la actualidad.

Una substancia que se inyecta la matriz (la exactriz Elisabeth Sparkle), hace que se duplique una «mejor versión» de sí misma: más joven y que responde a los estereotipos que alimenta la publicidad.

Demi Moore (Sparkle) debe acudir a un sitio inhóspito, muy en la onda Matrix (Lana y Lilly Wachowski), para acceder al kit necesario con el propósito de alimentar a la nueva criatura (Sue): se inyecta un activador, hay un estabilizador para el duplicado y se produce un intercambio de roles cada siete días. Lo que roba una versión (en tiempo), se le sustrae a la matriz.

Hay elementos de El retrato de Dorian Gray, novela de Oscar Wilde, donde la apariencia excepcional, juvenil y fresca (bebe Coca-Cola de dieta) se muestra en las pantallas de televisión (insisto en este detalle anacrónico, porque las redes sociales e internet han sustituido al televisor), no así el contenido superficial, con publicidad vacía. Mientras, en casa vive la matriz, que consume las imágenes televisivas de su duplicado.

La directora coloca el punto de vista en un hombre repulsivo (Dennis Quaid), una especie de Harvey Weinstein, igual de chocante, que las hace de productor del programa de aeróbicos. La imagen es luminosa y brillante, hay mucha artificialidad en las tomas que muestran el cuerpo lozano de Sue (Margaret Qualley).

Así, la crítica profundiza en el vacío existencial de Elisabeth Sparkle, a quien sólo le interesa aparecer en las pantallas y ser famosa. Cuando Sue le roba días, esto causa estragos en el cuerpo de la matriz: el retrato de Dorian Gray (Sparkle), muestra su alma verdadera.

 

Auscultar en el vacío existencial

Hasta aquí el juego es evidente, la crítica hasta obvia, pero creo que la película esconde gran profundidad al evidenciar que un alma vacía generará un doble maldito preocupado por ser exitoso.

Pero el espectador debe ser más exhaustivo y pensar que si la matriz tuviera otros objetivos más espirituales, quizás tener una versión más joven hasta sería deseable. Aunar juventud y sabiduría no es un asunto para tomarse a la ligera, aunque la mayoría lo entienda como un juego de suma cero.

Supongamos que no fuera una substancia, pero que al acceder al otro lado de la «matrix» el personaje se volviera acaudalado. Toda persona cambia al acceder a una materialidad diferente, la diferencia será la madera con que está hecha esa persona, alguien equilibrado le sacará partido al dinero.

En este caso, el duplicado requiere del equilibrio de la matriz y viceversa, dos caras de una misma moneda en la medida que ninguna de las partes debe desperdiciar su tiempo (una robándole días y la otra comiendo hasta el hartazgo, por ejemplo).

Si bien las consecuencias de estas vulneraciones de equilibrio alteran el presente del otro, digamos que su aquí y ahora no es disfrutable, pues surge una especie de competencia entre el mundo real y el aparente, con resultados catastróficos.

El guion es ambicioso y más bien abraza la idea de que la persona forja su presente en base a decisiones. Los actos tienen consecuencias y si luchamos por una vida sin trascendencia, donde alimentarse es el único objetivo, viviremos un presente mediocre donde el pasado carecerá de importancia y el futuro se desvanecerá en el aire.

La reflexión que hace el espectador, mirando a otro ser humano cualquiera, es que en su interior comulgan las buenas y malas decisiones, ojo que también se puede aprender de las malas. Pero el resultado de perseguir los objetivos que alimentan las redes sociales es mediocre, podrá producir dinero en algún momento, pero no es perdurable.

Con todo, la belleza externa es una simple metáfora que utiliza Coralie Fargeat para ejemplificar el daño que hace el paso del tiempo en una mente desquiciada.

Es un llamado a mostrarnos más transparentes como seres humanos. Tendremos cruces que cargar y defectos, pero hacernos los indiferentes y desperdiciar el tiempo sólo traerá miseria y soledad, no aquella de la buena, sino esa orfandad donde agotamos nuestras vidas frente a una pantalla.

La substancia, este elixir de la juventud, no descansa en un elemento químico, sino en nuestra alma que se expresa a través de nuestros pensamientos y emociones.

Perfectamente puede existir una persona de aspecto amenazante que encierra en su interior un universo fascinante, no necesariamente uno políticamente correcto o aparente, que haya sido delineado por algoritmos matemáticos o de inteligencia artificial.

La belleza y la juventud a fin y al cabo es un asunto estético. Puede haber belleza incluso en algo que resulte no tan perfecto. Por eso esas imágenes pasadas de rosca que muestra la película. Debes tener algún objetivo en la vida, nada es bueno ni malo completamente, pero si persigues humo obtendrás vacío existencial, no esa ausencia de haber logrado algo trascendente.

Cada individuo no saca nada con destruir el retrato (que muestra la realidad). Romper el espejo para enfrentarse a sí mismo puede convertirse en una experiencia aniquiladora.

Los últimos minutos nos llevan de lleno a las imágenes gore del género (body horror), aunque en realidad es un viaje a nuestro interior. ¿Habrá valido la pena el viaje? La apariencia, tu alter ego, ¿será suficiente? Preguntas realmente trascendentes.

Si el viaje resulta especialmente retorcido y hasta repugnante, quizás sea momento de detener la marcha y empezar a transitar por la realidad. Construir algo verdadero. No tiene que ser especialmente hermoso, debe ser algo que te llene de gozo.

Largometraje visceral, es un viaje difícil no apto para cualquiera. Mejor entender entre líneas y valorar el poder de las imágenes, si no será un tortuoso viaje sin sentido.

 

 

 

 

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Aníbal Ricci Anduaga (Santiago, 1968) es un ingeniero comercial titulado en la Pontificia Universidad Católica de Chile, con estudios formales de estética del cine cursados en la misma casa de estudios (bajo la tutela del profesor Luis Cecereu Lagos), y quien también es magíster en gestión cultural de la Universidad ARCIS.

Como escritor ha publicado con gran éxito de crítica y de lectores las novelas Fear (Mosquito Editores, 2007), Tan lejos. Tan cerca (Simplemente Editores, 2011), El rincón más lejano (Simplemente Editores, 2013), El pasado nunca termina de ocurrir (Mosquito Editores, 2016) y las nouvelles Siempre me roban el reloj (Mosquito Editores, 2014) y El martirio de los días y las noches (Editorial Escritores.cl, 2015).

Además, ha lanzado los volúmenes de cuentos Sin besos en la boca (Mosquito Editores, 2008), los relatos y ensayos de Meditaciones de los jueves (Renkü Editores, 2013) y los textos cinematográficos de Reflexiones de la imagen (Editorial Escritores.cl, 2014).

Sus últimos libros puestos en circulación son las novelas Voces en mi cabeza (Editorial Vicio Impune, 2020), Miedo (Zuramérica Ediciones, 2021), Pensamiento delirante (Editorial Vicio Impune, 2023), Vivir atormentado de sentido (Editorial Vicio Impune, 2024) y la recopilación de críticas audiovisuales Hablemos de cine (Ediciones Liz, 2023).

 

 

 

 

Tráiler:

 

 

 

Aníbal Ricci Anduaga

 

 

Imagen destacada: La sustancia (2024).