[Entrevista] Juan Pablo Luna: «El Estado latinoamericano no ha dado el ancho»

El politólogo chileno acaba de presentar su ensayo «¿Democracia muerta?», un texto en el cual describe el auge del populismo autoritario en Occidente, el asedio del poder del narcotráfico frente a la estructura gubernamental de los países hispanoparlantes, y donde plantea que la violencia y el colapso civilizatorio están a la vuelta de la esquina si es que las sociedades contemporáneas no resuelven el tema de la representatividad cívica, de acuerdo a los desafíos propios de una modernidad líquida y virtual.

Por Nicolás Poblete Pardo

Publicado el 15.10.2024

¿Democracia muerta? (Ariel, 2024) es la más reciente publicación de Juan Pablo Luna, cientista político de connotada trayectoria (reflejada en un sinnúmero de publicaciones académicas, y artículos en revistas científicas internacionales) y también profesor titular en la Pontificia Universidad Católica de Chile.

Su flamante publicación, que se subtitula «Chile, América Latina y un modelo estallado», es una fabulosa manera de acercarse a su visión de un modo casi íntimo, que evade las restricciones burocráticas que limitan la difusión científica y el acceso a información, partiendo por su lenguaje.

Los ensayos mezclan léxico pop local con alocuciones más académicas y de divulgación, lo que juega a favor de una lectura accesible, de gran interés y actualidad. Luna confiesa: «Entiendo que mis rasgos de personalidad (soy parco, tosco, no logro calibrar el peso de mis palabras) acompañan bien al personaje del analista lúgubre».

Esta primera persona nos comparte su historia («Viví los primeros diez años de mi vida en dictadura…») y reafirma su discrepancia hacia la academia: “Quien lee, usualmente lo hace para decir que lo leyó al escribir su propio paper académico (por si les tocamos como par revisor cuando envíen el artículo a una revista)».

De este modo, el abordaje resalta la directa crítica que se le hace al circuito de publicaciones en revistas indexadas en un afán de apertura hacia otros modos de diálogos, más estimulantes y menos burocráticos: «ninguno de mis artículos o libros académicos ha gestado tantas conversaciones ricas con gente interesante».

 

La burbuja de las redes sociales

Uno de los puntos críticos que vale la pena atender en este ensayo es el rol de las redes sociales como usurpadoras y suplantadoras de voces ponderadas, que son asfixiadas por la promoción frenética de conjuntos polarizados.

En «¿Y las redes sociales?», Luna explica que: «las redes catalizan la segmentación social y refuerzan burbujas de filtro en las que solo interactúan los iguales. Esas burbujas profundizan la polarización entre grupos cada vez más intensos, homogéneos y pequeños, al tiempo que difunden información contaminada con la que se intoxica el debate público.

Aquí está citando el estudio de Natalia Aruguete y Ernesto Calvo. Y concluye: «Mientras se multiplica el clickbait y el periodismo barato basado en el reporteo de posteos en redes sociales, el periodismo de investigación se queda sin recursos y sin lectores».

De aquí se desprende otra paradoja, en realidad, ironía: «Por otro lado, vivimos en sociedades cada vez más ágrafas, donde poca gente lee y escribe y donde, al mismo tiempo, todo el mundo deja registro público de sus acciones y opiniones».

Con todo, y dada la evidencia de la crisis que vivimos, resulta casi imposible ver horizontes promisorios, pero este libro deja una puerta abierta y hasta ofrece nuevas acepciones para las nociones de optimismo y pesimismo. Con la premisa de «abrazar el fracaso», y de «abrazar la incertidumbre», Luna proyecta el ideal de «reinventar la democracia».

¿Será posible?

 

«Una mayor debilidad de la capacidad del Estado en la sociedad contemporánea»

—En «El hijo del narco y la movilidad social», apuntas: «Y los narcos con hijos en edad escolar también apuestan a educar a sus hijos en los que consideran son los mejores colegios disponibles». La educación es uno de los temas más urgentes, y, en ella, la mutación que ha sufrido el rol del docente. Tú señalas: «Los profesores, crecientemente atemorizados, ven su autoridad desafiada por alumnos con ascendiente entre sus pares y con la capacidad de ‘apretarlos’ debido al poder que detentan sus padres en la comunidad». En el siguiente subcapítulo, «Los colegios emblemáticos», rompes el mito del emblema: «hoy Chile cuenta con un sistema educativo roto en que los colegios emblemáticos se han constituido en foco privilegiado de una conflictividad social inconducente. Trágicamente, la politización de la desigualdad educativa ha terminado erosionando la capacidad de la educación media y básica para apalancar la movilidad social y el desarrollo». La educación sufre una crisis sin precedentes hoy.

—Por supuesto, la educación está en crisis en Chile y en buena parte de la región. Uruguay, por ejemplo, tiene hoy tasas de deserción escolar en educación media del 60 %, lo que es equivalente a las tasas de países mucho más pobres como Guatemala. Y el caso de la educación es dramático, porque está obviamente atado al futuro de nuestras sociedades.

Hay también una disociación fuerte entre el tipo de empleo que generan nuestras economías y el tipo de formación de capital humano que logran nuestros países, lo que ha terminado reproduciendo desigualdades.

Dicho todo esto, la vertiente más dramática de la crisis educativa en la región tiene relación con que, a raíz de estas falencias, la apuesta educativa ha ido perdiendo centralidad para los jóvenes y sus familias.

Antes uno podía apostar a educar a sus hijos para que lograran tener una vida mejor. Hoy, para sectores relevantes de la juventud, la vía más factible para acceder a la vida que ambicionan tener, que no necesariamente es una vida larga, pero sí una vida «bien vivida», no pasa por la apuesta educativa.

El fútbol, los mercados ilegales, e incluso la música urbana han ganado centralidad como mecanismos alternativos a la apuesta educativa.

Mientras desde la elite seguimos pensando la política pública desde un canon tradicional, muy anclado a esa visión de la educación como palanca de desarrollo, y mientras diseñamos incentivos en base a aquel supuesto, la palanca educativa está cada vez más rota y hoy tiene sustitutos funcionales que han capturado la imaginación de sectores relevantes de la juventud.

Esto también se asocia a una mayor debilidad de la capacidad del Estado en la sociedad contemporánea. Mientras la política debate cuánto Estado y cuánto mercado requerimos en distintos ámbitos, cada vez más, sectores relevantes de la ciudadanía, especialmente los más vulnerables y aquellos que se han ido frustrando con las promesas incumplidas de la política estatal y de los políticos, terminan desertando del Estado.

Un ejemplo reciente es el voto de los jóvenes pobres por Milei en Argentina. Son jóvenes que debieran ser foco privilegiado de la política estatal, pero que lo único que ambicionan es que el Estado salga de sus vidas. Eso viene de una trayectoria larga en que el Estado latinoamericano no ha dado el ancho. Y eso, a su vez, termina poniéndole límites a la política.

¿Qué puede prometer la política democrática a quien opta, luego de años de frustración, por salirse del Estado, de la formalidad, de la apuesta a la educación, para mejorar su calidad de vida?

 

«Este sistema de financiamiento y contralor me ha ido matando las ganas de hacer investigación»

—En «Un Estado ‘atado de manos'» describes la burocracia en la que estamos insertos a la hora de postular a becas: «Esos papeleos refieren a la ‘forma’ más que al ‘contenido’ y razonabilidad del gasto en función de criterios técnicos asociados a la investigación», donde: «lo que importa es que el becario vuelva con todos sus papeles para la rendición». El sistema de rendición chileno es «ridículo» e incluso avergüenza a sus beneficiados, que, frente a ojos extranjeros, se transforman en víctimas de una burocracia que se mantiene en el tiempo y que desmotiva y frustra, más de lo que inspira. ¿Qué pasa aquí a nivel de idiosincrasia y gestión?

—A mí me cuesta mucho hablar de factores idiosincrásicos y culturales, pero sin duda tienen un peso. En ese sentido, la contradicción en términos que implica el defraudar al fisco con boletas ‘ideológicamente falsas’ me parece bien elocuente. En otros países, la corrupción no se asienta en papeles y documentos oficiales.

En Chile, mucho del control se basa en que tú entregues tus papeles, pero eso no necesariamente significa mucho en términos de probidad en ejecución de los recursos. En suma, hay una tradición de control muy asociada a la desconfianza, pero también al papel y a lo formal.

Más que ejercer un control efectivo de las irregularidades, más que cautelar que los fondos se gasten de forma razonable y adecuada en función de los objetivos declarados, lo que hay es un control obsesivo de detalles y minucias administrativas.

Y ese control, además de sus debilidades, es tremendamente costoso para el país. ¿Cuántos recursos de investigación tenemos que destinar hoy a pagarle a gente que nos ayude a lidiar con el sistema de rendiciones? ¿Cuánto cuesta el sistema de rendiciones?

Así, lo más relevante es que esto que nosotros vemos en el funcionamiento de la ANID, a cuya mejora la creación del Ministerio de Ciencia ha contribuido muy marginalmente, también se ve, me temo, en múltiples ámbitos de ejecución presupuestal del Estado.

No solo tenemos hoy un Estado desafiado por la pérdida de poder en la sociedad (desde las compañías de big-tech hasta el narco, desafían el poder estatal en múltiples ámbitos), sino también un Estado que tiene muchísima dificultad para responder con flexibilidad y rapidez ante realidades cambiantes, porque la Contraloría y la lógica de control presupuestal que aplica, lo tiene ‘atado de manos’.

Volviendo a la ciencia y su financiamiento, yo siento que este sistema de financiamiento y contralor me ha ido matando las ganas de hacer investigación. Cada vez es más complicado, cada vez perdemos más tiempo llenando papeles y formularios, muchos de ellos absurdos.

 

«Las democracias liberales contemporáneas están en crisis»

—Te detienes en casos como el de Bukele para ejemplificar cómo la vía democrática puede dirigirse al autoritarismo, con el marketing como aliado, y en la tendencia que vemos a través de líderes como Erdogan, Orban y Putin, donde procesos democráticos consolidan el poder del ejecutivo mediante la erosión de las garantías democráticas y de la división de poderes, para avanzar «hacia la autocratización». La crisis de representación política se ve como nunca hoy como un descalabro de los partidos políticos.

—Las democracias liberales contemporáneas están en crisis y esa crisis está directamente asociada a la incapacidad de los partidos políticos de estructurar la representación democrática. Los partidos fueron clave, en el contexto de estados-nación y sociedades industriales, para anclar la representación.

Con todo, la globalización, así como la sociedad post-industrial, han dejado en jaque a los partidos y su capacidad para vertebrar intereses en las sociedades contemporáneas. Ante eso, surgen los populismos.

Sin embargo, mi argumento es que estamos obsesionados con el populismo como única vía hacia la crisis democrática. Hay algunos casos (en el Este de Europa, en Venezuela, Nicaragua o Cuba, algo más incipientemente en El Salvador), en que los populistas logran afianzarse en el poder y empujan una deriva autocrática.

Pero hay muchos más casos en que lo que vemos es liderazgos (algunos populistas, otros más clásicos) que ganan elecciones pero no logran hegemonizar el poder (Trump y Bolsonaro, por ejemplo, son casos que ilustran ese escenario, pero hay muchos otros en Europa, en África y en América Latina).

Y lo que se produce allí es una alternancia entre liderazgos impotentes. Ganan una elección pero rápidamente diluyen su poder. En ese escenario la democracia no muere, sino que languidece. Se va vaciando de capacidad, se va erosionando en su calidad institucional, genera un descontento persistente, sin necesariamente ambientar una deriva autoritaria.

 

«Hacia un ciclo de violencia política y colapso civilizacional»

—Concluyes con vislumbres de un recatado optimismo. Abrazar el fracaso, abrazar la incertidumbre, con el ideal de «reinventar la democracia», son algunos de los planteamientos. ¿Cómo prepararnos ante el evidente colapso que vivimos, más allá de si el colapso ha sido una constante histórica? En su último libro, Nexus, Yuval Harari dice que la conversación, el diálogo, «está colapsando». ¿Adhieres a esta evaluación?

—No he leído aún el nuevo texto de Harari, pero creo que hay dos escenarios claros por delante. O reinventamos la representación democrática, adaptándola a las características que tienen las sociedades contemporáneas, o vamos, inexorablemente, hacia un ciclo de violencia política y colapso civilizacional.

Desde esta perspectiva, cuando se te han caído buena parte de los sistemas de partido del mundo, repetir como loro que ‘la democracia no funciona sin partidos políticos’ como hace buena parte de la ciencia política hoy, no me parece muy productivo. Estrictamente, refleja una nostalgia y un sesgo conservador que a mí me parecen trágicos.

Volviendo a los dos escenarios. El colapso es aún más probable si pensamos en los niveles de concentración de poder y recursos que hoy caracterizan a la economía global. Evitar el colapso implica que quienes más poder y plata tienen en el mundo, deberán adaptar sus modos de vida, restringiendo su consumo para hacer lugar a las grandes mayorías desplazadas y destituidas.

La economía política de ese juego no es favorable. Por lo mismo, necesitamos con urgencia, reinventar la democracia y tener éxito en esa apuesta. Por supuesto, esa reinvención no es fácil y las propuestas que hoy tenemos sobre la mesa son parciales y no funcionan del todo bien.

Estoy pensando en cosas como la democracia en base a agentes y proxies basados en inteligencia artificial, a cuestiones como la democracia líquida o el voto geométrico, o al proyecto Plurality desarrollado en Taiwán.

Pero el punto es el siguiente: o asumimos la pérdida y nos ponemos a buscar con ahínco formas más razonables de organizar la vida en comunidad, o estamos destinados a la violencia y al colapso de nuestra civilización.

 

 

 

 

 

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Nicolás Poblete Pardo (Santiago, 1971) es periodista, profesor, traductor y doctorado en literatura hispanoamericana (Washington University in St. Louis).

Ha publicado las novelas Dos cuerpos, Réplicas, Nuestros desechos, No me ignores, Cardumen, Si ellos vieran, Concepciones, Sinestesia, Dame pan y llámame perro, Subterfugio, Succión y Corral, además de los volúmenes de cuentos Frivolidades y Espectro familiar, la novela bilingüe En la isla/On the Island, y el conjunto de poemas Atisbos.

Traducciones de sus textos han aparecido en The Stinging Fly (Irlanda), ANMLY (EE.UU.), Alba (Alemania) y en la editorial Édicije Bozicevic (Croacia).

Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

«¿Democracia muerta?», de Juan Pablo Luna (Editorial Ariel, 2024)

 

 

 

Nicolás Poblete Pardo

 

 

Imagen destacada: Juan Pablo Luna (por Verónica Ortiz).