[Entrevista] Francisco Marín-Naritelli: «El dolor es una experiencia a la que no puede llegar el lenguaje»

El primer director del Diario «Cine y Literatura» dialoga con el «mass media» del cual fue uno de sus fundadores, en torno a su tercera novela, y la primera de largo aliento, la cual bautizada como «La sangre que corre por sus venas», argumenta —a través de la ficción contenida en sus páginas—, que gran parte de la crisis social y política del Chile actual, nace de la banalización del mal vivida por el país, durante la década de 1990.

Por Nicolás Poblete Pardo

Publicado el 17.10.2024

La sangre que corre por sus venas (Amuleto Ediciones, 2024) es la nueva publicación de Francisco Marín–Naritelli (Talca, 1986), un relato que se vale del género policial como canal de denuncia.

Marín–Naritelli, autor de Otoño, Desaparecer, Interior con ceniza y Aguante, entre otros, es profesor de la Universidad Andrés Bello y suele colaborar en plataformas como El Mostrador, El Dínamo y fue el primer director titular del Diario Cine y Literatura (2017 – 2020).

Sobre la presente novela, Juan Ignacio Colil comenta que es una invitación: «a pensar el pasado reciente de la dictadura y de una parte de sus consecuencias desde una mirada distinta», donde se debaten dilemas éticos: «¿Cómo se vive conociendo esa verdad? ¿Cómo se entiende la justicia cuando no hay posibilidad de aplicarla?».

La novela posiciona a Agustín Sinclair como narrador omnisciente, un joven rabioso y educado. Su vida está plena de lecturas e intertextualidades: Salinger, Dostoievski, Lovecraft, Emily Dickinson y Jim Thompson.

El personaje de Agustín encarna un «pesimismo existencial». Su drama es compartido desde el inicio de la novela: sus padres han sido asesinados por la DINA durante la dictadura y el hombre sufre un conflicto de identidad, partiendo por su propio nombre, que siente como máscara, impostura:

«Años después lo comprendí. Carencia era todo lo que significaba el nombre Agustín, pero mucho les debía a Marta y Rafael, mis padres ficticios, así que preferí omitir».

Luego, concluye: «De eso se trataba mi vida: omitir y asesinar». Irónicamente su propuesta criminal, su planificación, corre paralela al estudio de las leyes, la carrera profesional que proyecta Agustín.

Pero más allá de las deudas y herencias que todo hijo recibe si ha tenido o no padres presentes, Agustín tiene clarísimo que sus padres que lo han criado, estas figuras «ficticias», son el enemigo, representantes de un sistema repudiable.

En particular el padre concentra la toxicidad. Sus discursos reflejan un sinfín de prejuicios sociales y a su hijo lo trata con condescendencia, cuando no repudio. Su sensibilidad le parece la propia de un «marica».

Por ejemplo, el padre ficticio lo ha obligado a leer Crimen y castigo repetidamente, para inculcarle, o, como dice Agustín, para: «meterme por las tripas el sentimiento de culpa». Así, la novela va construyendo los polos que dialogan como fuerzas en oposición, en un conflicto tan constante, que el momento de la explosión llega, y con violencia, sangre, y mutilaciones de todo tipo.

Marín–Naritelli organiza sus voces para explorar, como dice el blurb, distintos dilemas: «¿Puede la justicia coexistir con la venganza? ¿Puede una víctima convertirse en un victimario?», y plantea la noción de culpa tanto en su acepción de pena legal como de remordimiento emocional.

Aunque la novela retrata la década de los 90, con su característica música, cine, cultura pop, la aún prominente presencia de la televisión, hasta con apariciones de Augusto Pinochet, su lectura es claramente actual en cuanto a los conflictos que aún sufrimos como sociedad.

 

«Con lo de Gaza, Stefan Zweig cobra hondo significado»

—Por una parte tenemos el repaso de las noticias oficiales, por voz de los diarios Las Últimas noticias y El Mercurio, y, por otro, se hace un recuento de los centros de tortura (Londres 38, Belgrano 10, Tres y Cuatro Álamos, donde: «nos asesinaron y nos hicieron desaparecer»). Esta yuxtaposición de noticias nos muestra lo espurio del periodismo local ante el calibre testimonial que es imposible de contener. ¿Cómo hablas de estos traumas, de estas disociaciones?

—Hay una vileza de los medios de comunicación, en especial esos dos que nombras, y no solo en la época de la dictadura, también en la contemporaneidad. Inquieta, todavía, la poca autocrítica y qué decir de pedir perdón. Hasta las instituciones militares, el Estado, al menos en el discurso.

Esa crueldad nos permite advertir cierta continuidad o permanencia del horror, más allá del paso del tiempo. Dudo, en este sentido, de que haya real conciencia de responsabilidad, de que no es posible, bajo ningún punto de vista, justificar o amparar las violaciones a los derechos humanos. Tanto por parte de los perpetradores como de los encubridores, los medios.

Hay cierta negación o ligereza, o de frentón indolencia. Todavía subyace la sospecha hacia ‘el enemigo’ interno, bajo los códigos de la Guerra Fría. No sé si esos sectores creen que todavía vivimos en guerra. Puede ser.

Lamentablemente eso es un fenómeno global. La proliferación del negacionismo, hoy proclamado como rebeldía, nos hace cuestionarnos la real prevalencia de esos mínimos comunes que nos dimos luego de la Segunda Guerra Mundial. Y eso estremecedor. Con lo de Gaza, Stefan Zweig cobra hondo significado. Vivimos en un matadero, literalmente.

Ahora bien, hablar del dolor trae una imposibilidad, porque es inenarrable. Ya lo decía George Steiner o Enrique Lihn. El dolor es una experiencia a la que no puede llegar el lenguaje o la literatura. Solo nos basta rodearlo, dejar fluir, conectar desde algún margen.

En efecto, a los escritores nos basta con estar en los márgenes. Es imposible cualquier pretensión de totalidad o captura o centralidad.

Creo que, volviendo a la novela, los bordes telegráficos constituyen ese margen, que es un verosímil, o sea, el repaso de las noticias oficiales o las palabras de Augusto Pinochet a la salida de la Escuela Militar, en 1991.

 

«Los personajes de la novela optan por un camino, porque necesitan salvarse»

—La realidad democrática está lejos de ser ideal. En realidad, resulta falsa y decepcionante al evaluar los primeros gobiernos de la Concertación. «A poco andar, en el transcurso de los años 90, la cosa no pintaba para nada bien. TVN no era precisamente un canal con real vocación pública». El modo en que las ilusiones caen es una constante. ¿Cómo evolucionan y reaccionan los personajes ante la confirmación de su ingenuidad?

—Los seres humanos buscamos con ahínco tener respuestas. No hemos sido educados, como se dice, heideggerianamente. Resulta difícil el sinsentido o el vacío. Intolerable el sufrimiento o el fracaso.

Recuerdo la frase ‘y será hermoso’, en el marco del 18-O, ahí se nos cuela ese deseo también de trascendencia, de satisfacción, de esperanza o fe. Conscientes o no, hay una promesa cristiana que nos constituye. Un sentido escatológico.

En el fondo, todos somos ingenuos, necesitamos serlo. Descubrir lo contrario, o sea constatar que estamos perdidos o que, si la historia avanza, no avanzamos con ella, es devastador. En términos personales y también sociales o políticos.

Los personajes de la novela optan por un camino, porque necesitan salvarse. Pretenden ser héroes aunque terminan siendo asesinos. Porque lo contrario sería el suicidio o la alienación. Lo heroico sería para ellos como el contrapunto de la maldad, lo heroico opera como justificación, como redención. Pero eso solo es una patraña.

Si escribiera otro libro que versara sobre los mismos hechos, probablemente, me quedaría en una zona más luminosa, una consciencia triste pero luminosa, como en La peste de Albert Camus.

 

«Hay una degradación de la conversación, del pensamiento, por ende de la democracia»

—Antonia dice que «el pensamiento está en crisis» y muestra una opción genuinamente democrática: «Si la gracia de conversar no es anular al otro, es estar dispuesto a escuchar». A la luz del colapso que vive la conversación (según plantea Yuval Harari en Nexus), ¿cómo crees que esta postura ha cambiado, considerando que la narración representa los años 90 en Chile?

—Hay una degradación de la conversación, del pensamiento, por ende de la democracia. Y eso es potencialmente peligroso. Ya lo advierten intelectuales y filósofos. Estamos en un ciclo polarizante que nos puede llevar a situaciones más complejas en un futuro no tan lejano.

Y eso se da porque existen promesas incumplidas. Todos hablamos de democracia, pero qué democracia estamos entendiendo. Hay una lucha semántica no menor. Una lucha por el sentido.

Claramente que no basta con mejorar los índices económicos o motivar el voto cada cuatro años. Hay un malestar en la cultura que es también un malestar existencial, y eso a veces tiene fugas violentas, como en el estallido.

Ahora es más fácil cuidar lo propio que lo ajeno, cuando no existe un ‘nosotros’. Un nosotros, que es el encuentro entre unos y otros, está fallando. Al parecer, el único camino posible es la fuga, encerrarnos en espacios cada vez más pequeños, relacionarnos con gente que piensa y se parece a nosotros, y abjurar de la comunidad. La sociedad de mercado, el profundo individualismo, le está provocando un daño irremediable a la democracia.

Pienso en Hannah Arendt y esta frase crucial: ‘inter homines esse’, y esa es una declaración radicalmente democrática. Y el encuentro con el otro es difícil, claro está, implica salir de la zona de comodidad, cuestionarnos.

A veces es bueno ofenderse, ¿por qué no? Hay que hacer la pega, debemos recuperar la capacidad de diálogo aunque sea cansador, que lo es. Es muy cansador. La pereza mental y emocional no ayuda en nada, y reconocerse únicamente en un plano de indignidad o humillación, que es un cariz de nuestra época, es asumir un rol demasiado pasivo y conservador.

Hoy es fácil identificarse como víctima, lo revolucionario es hacer algo con eso.

Volviendo a tu pregunta, ¿hay un cambio respecto a los 90?

No lo sé, puede ser. El consenso de la transición democrática suplantaba el conflicto, lo anestesiaba. Hoy, el conflicto emerge de una herida nunca tratada, purulenta, infectada.

 

«Agustín representa un tipo conflictuado con su sexualidad y sus emociones»

—Háblanos de la construcción de género. En una sección, vemos que Alberto acosa a Antonia, en un comportamiento que sugiere feminicidio. Él amenaza a Antonia con matarla y luego matarse él, y ahí interviene Agustín, un inspirado héroe. ¿Cómo actúan los roles de género en La sangre que corre por sus venas?

—Fue algo que pensé mucho, la ficción me permitió explorar diferentes actitudes, acciones y comportamientos en la construcción de estos personajes.

Creo que Agustín representa un tipo conflictuado con su sexualidad y sus emociones. Se justifica, pretende parecer lo que hoy sería un hombre deconstruido.

Pero no. Persiste ese imaginario del héroe, del salvador, pero nadie nos puede salvar. Nadie. Como nadie nos puede completar. Esa es una masculinidad tóxica, al igual que Alberto, aunque en una dimensión distinta, evidentemente, que roza el feminicidio.

Agustín no ve, no se da cuenta quién es realmente Antonia. Todo pasa a partir de lo que cree y dice. Es un ególatra y eso lo vuelve torpe.

Por eso sentí la necesidad narrativa de incluir la voz de Antonia, que el desarrollo narrativo incluyera su presencia más directa, acceder a ella en otro apartado.

Aunque pueden pensar parecido, ideológicamente hablando, las trayectorias vitales, sus motivaciones y sus estrategias son diferentes, y ahí el cambio de narrador se hacía necesario.

 

 

 

 

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Nicolás Poblete Pardo (Santiago, 1971) es periodista, profesor, traductor y doctorado en literatura hispanoamericana (Washington University in St. Louis).

Ha publicado las novelas Dos cuerpos, Réplicas, Nuestros desechos, No me ignores, Cardumen, Si ellos vieran, Concepciones, Sinestesia, Dame pan y llámame perro, Subterfugio, Succión y Corral, además de los volúmenes de cuentos Frivolidades y Espectro familiar, la novela bilingüe En la isla/On the Island, y el conjunto de poemas Atisbos.

Traducciones de sus textos han aparecido en The Stinging Fly (Irlanda), ANMLY (EE.UU.), Alba (Alemania) y en la editorial Édicije Bozicevic (Croacia).

Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

«La sangre que corre por sus venas», de Francisco Marín Naritelli (Amuleto Ediciones, 2024)

 

 

 

Nicolás Poblete Pardo

 

 

Imagen destacada: Francisco Marín Naritelli.