[Entrevista] Claudia Martínez Covarrubias: «La vida mejora por escrito»

La autora y psiquiatra chilena formada en Francia publica su primera novela, que bautizada «Ecos de un duelo», corresponde a un texto de enorme interés y riqueza, y cuyas páginas se interiorizan en la profundidad existencial que acompaña al misterio de un acto suicida.

Por Nicolás Poblete Pardo

Publicado el 12.11.2024

Ecos de un duelo (Cuarto Propio, 2024), de la psiquiatra titulada en la Université Rene Descartes Paris V, Claudia Martínez Covarrubias (67), se centra, como indica su título, en el complejo y singular proceso de condolencia por el cual pasamos en nuestras vidas.

En la novela misma, esta experiencia remueve una serie de convenciones que se daban por sentadas al cuestionar los valores y creencias de tres personajes muy cercanos al sufrimiento ajeno. Ellos serán parte de un fenómeno regresivo donde los afectos y vínculos primarios darán cuenta de sus recursos y también de sus vulnerabilidades.

Así, en Ecos de un duelo se plantea la posibilidad de reconstruir nuestras psiques, de reinventarse y fructificar, más allá del sufrimiento. Se trata de un horizonte finalmente reparador que requiere de un análisis retrospectivo.

En efecto, la protagonista, Clara, actúa como arquetipo de esta empresa e irá sumergiéndose en un dolor cargado de remordimientos por la muerte inesperada de uno de sus pacientes.

La novela está narrada con introspección existencial, cultivada por el capital cultural que la autora maneja respecto del área que describe, y la escritura, aunque se dirige hacia lugares oscuros y atemorizantes, nunca pierde su elegancia, nunca cae en lo burdo o morboso.

Claudia Martínez, la autora, hace un necesario trabajo con esta publicación. Como psiquiatra ha conseguido la confluencia de dos registros y, en ese sentido, Ecos de un duelo es una novela de enorme interés y riqueza.

 

«Vivir y crecer significa en parte ir perdiendo»

Ecos de un duelo se zambulle en la profundidad existencial que acompaña el acto suicida. Aquí hablas de los múltiples modos del duelo y del impacto que produce en el entorno (inmediato). ¿Cómo enfrentas y filtras el proceso de duelo al momento de crear y editar un texto narrativo?

—Las preguntas que comienzan por ‘cómo’ son siempre muy difíciles de responder. Eso lo sabemos los psiquiatras pues utilizamos mucho esta fórmula. Y la verdad es que a veces se sabe sin necesariamente haber aprendido a hacerlo. Hay un saber intuitivo, poco sistematizado, que te impulsa y te proyecta en un desafío, y es realizando que vas aprendiendo. Como a esas guaguas que lanzan al agua y nadan. Es un reflejo de sobrevivencia, quizás.

En todo caso este reflejo lo tuve hace unos 20 años cuando efectivamente se murió un paciente en nuestro servicio y nadie se pudo explicar qué había pasado. A partir de este hecho real, fui construyendo la trama. Es decir que la idea surge de una experiencia real y el tema va fluyendo porque conozco muy bien el medio hospitalario, al menos en Francia.

Los personajes están inspirados físicamente en personas que conozco, pues necesité verles la cara para imaginarme todo el resto. Y la estructura de la novela fue dándose, pues mientras pensaba al personaje de Clara, me surgió la necesidad de darles también voz a sus colegas casi como una necesidad de otro punto de vista o quizás de un epilogo postergado.

Con respecto al duelo, creo que uno vive a largo de su existencia sucesivos procesos de duelo, fue la suma de estos en diferentes etapas de mi vida la que me ayudó a escribir esta novela que como te dije comencé hace ya muchos años.

De hecho, estoy aún de duelo por una casa de la cual me lanzaron a la calle con camas y petacas y hasta ahora en juicio.

Creo que escribir la novela me ayudó a elaborarlos, fue casi como una psicoterapia. Es decir que vivir y crecer significa en parte ir perdiendo, y como dice Séneca, lo deberíamos tener más que presente.

 

«Las culpas son parte de nuestra cultura judeo-cristiana»

—Una «herramienta» para lidiar con nuestro predicamento existencial es la religión y sus costumbres y ritos que se obedecen: «Hurgar en la infancia el origen de ese sentimiento de culpa que había trepado por mi cuerpo hasta obsesionarme, me consolaba. Imaginaba que era una reliquia de mis años de rosas cuando a fuerza de confesiones inventadas y exageradas me convencía de mis pecados, acto indispensable para acceder al confesionario». Aquí vemos el tóxico sentimiento de culpa pero, al mismo tiempo, contamos con la tía Amalia, quien, a pesar de promover las misas los domingos, representa un aspecto positivo de la filiación religiosa: «La tía Amalia era para mí, siendo yo niña, un pan bondadoso que se daba sin reticencias, que se repartía generosamente. Nunca la escuchamos hablar mal de alguien o quejarse de la vida que había llevado». ¿Cómo conjugamos la «toxicidad» de la Iglesia con el virtual beneficio psíquico que promete?

—Sobre cómo se conjuga la Iglesia con el virtual beneficio psíquico que promete, creo que lo que interesa en un proceso de duelo no son propiamente las Instituciones, léase la Iglesia, un partido político, ni siquiera la familia por sí sola, sino que son los vínculos afectivos protectores que en tu desarrollo te contuvieron.

La tía Amalia es ante todo un ser humano bondadoso, y no es la Iglesia lo que viene a socorrer a Clara en esos momentos de angustia, sino la solvencia de la bondad representada por esta mujer.

Las culpas son parte de nuestra cultura judeo-cristiana y efectivamente es difícil no haber sido alcanzada por este sentimiento desde nuestra infancia.

 

«Esta novela que es una forma huidiza de autobiografía»

—La escritura es muy cuidada. Se trata de una prosa que rescata un tono clásico, culto, con reflexiones e introspecciones profundas: «Pareciera que no siempre las experiencias resultan del azar. Al menos hay algunas que los seres humanos provocan en su voluntad por autoflagelarse». Más adelante: «Tal vez sería necesario flotar y dejarme arrastrar por ese flujo de ideas que Freud utilizó para rescatar, en el inconsciente de sus pacientes, el origen de sus síntomas. Cerré los ojos y en la oscuridad me dejé invadir sin resistencia por imágenes de mi infancia, deteniéndome a ratos en alguna para indagar meticulosamente y con esmero los detalles que mis pensamientos alcanzaban». Estas reflexiones resultan de un trabajo serio de escritura. ¿Qué etapas hubo en la materialización de este proyecto?

—Con respecto a las etapas en la construcción de este proyecto hubo muchas, algunas que ya ni recuerdo porque esta novela quedó muchas veces postergada en un cajón de mi escritorio, y por momentos retomaba aliento y volvía a ella. Como otras que también esperan algo que las gatille.

Yo no soy escritora y mi vida ha sido un ir y venir, de país en país, ejerciendo de manera muy diversa mi actividad profesional, la que no ha sido lineal sino más bien caótica y florida, lo que en parte me ha ayudado a ser más bien ecléctica.

Creo que eso queda claro en esta novela que es una forma huidiza de autobiografía. Porque, aunque haya mucha ficción y los diálogos sean en su mayoría inventados, la que habla e imagina soy yo, Claudia.

 

«Cuando no escribía lo que había vivido era como si no lo hubiese vivenciado»

—La dificultad de comunicarnos, la crisis cada vez mayor, y que conduce a la alienación, es reflejada por ejemplo en la carta de Samia a Ahmed. Este recurso, el epistolar, se ve como una posibilidad de salvación. Quiero preguntarte cómo influye tu práctica en la escritura y si acaso ves opciones, avenidas para acompañar esta crisis que reflejas en Ecos de un duelo.

—Con respecto al recurso epistolar es algo que lo tengo inscrito en la piel desde que era niña. Teníamos la costumbre en la familia de escribir postales, pero sobre todo cartas cuando viajábamos, e incluso construíamos relaciones y conservamos amistades así.

Uno de los recuerdos más significativos que tengo es haberme escrito con el Gitano Rodríguez durante años sin habernos nunca encontrado personalmente. Me resultó natural que mis personajes también se escribieran.

La escritura influye en mi practica en la medida que escribir la historia de mis pacientes es ahondar no solo en el contenido de esos relatos sino en la forma en que se expresan, en los gestos y también en lo que no dicen las palabras.

Cuando niña estaba convencida como lo expresa mi paciente Bueno que cuando no escribía lo que había vivido era como si no lo hubiese vivenciado. Juan Villoro, un escritor que admiro, hace referencia a José Agustín quien le reveló que la vida mejora por escrito.

Y la de mis pacientes, si no mejora por escrito, es más comprensible para mi cuándo la escribo.

 

 

 

 

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Nicolás Poblete Pardo (Santiago, 1971) es periodista, profesor, traductor y doctorado en literatura hispanoamericana (Washington University in St. Louis).

Ha publicado las novelas Dos cuerpos, Réplicas, Nuestros desechos, No me ignores, Cardumen, Si ellos vieran, Concepciones, Sinestesia, Dame pan y llámame perro, Subterfugio, Succión y Corral, además de los volúmenes de cuentos Frivolidades y Espectro familiar, la novela bilingüe En la isla/On the Island, y el conjunto de poemas Atisbos.

Traducciones de sus textos han aparecido en The Stinging Fly (Irlanda), ANMLY (EE.UU.), Alba (Alemania) y en la editorial Édicije Bozicevic (Croacia).

Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

«Ecos de un duelo», de Claudia Martínez Covarrubias (Editorial Cuarto Propio, 2024)

 

 

 

Nicolás Poblete Pardo

 

 

Imagen destacada: Claudia Martínez Covarrubias.