[Ensayo] «Dublineses»: El enigma que representan los otros

La obra audiovisual del realizador estadounidense John Huston —inspirada en uno de los relatos que conforman el libro de cuentos homónimo debido al escritor irlandés James Joyce— trata de la nostalgia y el destino, y por lo tanto de ese misterio central que simboliza el transcurso material del tiempo.

Por Luis Miguel Iruela

Publicado el 13.1.2025

En 1987, John Huston (1906 – 1978) a los 80 años filmó su canto de cisne cinematográfico, una obra maestra, una espléndida versión del relato «Los muertos» contenido en la colección de cuentos Dublineses (1914), de James Joyce (1882 – 1941). Tanto la película como el libro se adaptan la una al otro como el guante a la mano.

Así, el argumento presenta una velada de la Noche de Reyes de 1904 en Dublín en casa de las ancianas hermanas Morkan. Una cerebración compartida por la familia en un ambiente amable, lleno de nostalgia y de deseos de agradar. La acción se desarrolla de una forma premiosa y da lugar a la aparición alternativa y reiterada de los diversos temas como si de una sinfonía se tratase.

Uno de ellos es la idealización del amor. El recitado de un poema despierta en la tía Kate un antiguo sentimiento por el tenor Parkinson y su bella voz. Y sobre todo la canción La doncella de Aughrim interpretada por Batter D’Arcy evoca agudamente en Gretta el intenso amor y muerte de Michael Furey, tuberculoso y apasionado bajo la helada lluvia frente a la ventana de su amada.

Esta sencilla anécdota descubre a Gabriel Conroy lo poco que ha significado para su mujer ante la figura heroica del muchacho Michael Furey.

Con todo, se trata del amor lírico con sacrificio de la vida, heredero del Romanticismo (en los sentimientos todavía vivimos de esa época). La religión del amor con la mujer como centro, una tradición desde Petrarca y el dolce stil novo, muy arraigada en la vida de Occidente.

La película trata de la nostalgia y el destino, y por tanto del tiempo. Toda la velada (la vida, en realidad) se desenvuelve en banalidades camino de la muerte. Parecen resonar las palabras de Lenin, uno de los mayores necrófilos de la historia: «somos muertos de permiso».

En el discurso de la cena, Gabriel trata del mundo ido y durante la noche son constantes los recuerdos y las invocaciones. El tiempo es nostalgia como presente y final como destino: el tiempo es la acción de la muerte.

 

La barrera entre la vida interior y la social

Otro tema fundamental es la soledad radical de cada individuo (lo que Jean Mitry llamaba la impenetrabilidad del ser). En el relato, Gabriel va pensando, de vuelta al hotel, en la vida juntos y lo piensa con un dulce deseo sexual. Mientras que Gretta lo está haciendo conmovida por su recuerdo de Michael Furey.

Gabriel se da cuenta de lo poco que ha representado en la vida de su mujer, pero reconoce que nunca la ha amado como el muchacho. Los secretos de una pareja: el abismo entre la vida íntima y la privada, y entre ambas y la vida social.

¿Qué representamos para los otros? ¿Qué representa cada uno de los demás para mí? Las repuestas a estas preguntas nos harían conocernos mejor a nosotros mismos.

El tema general de los relatos del libro Dublineses es el fracaso. Aquí el sutil pero inapelable fracaso de la vida en pareja a través del tiempo. El amor puro es un instante lírico que conduce a la muerte, el amor tibio o vulgar, sin embargo, también dirige al ser humano por la misma senda.

Joyce intentó a lo largo de su obra romper la barrera entre la vida interior y la social. Ese intento encuentra su más atrevida expresión en la novela Ulyses. Ahora bien, también intentó encontrar un sentido al mundo con peores resultados.

En su work in progress (obra en marcha) Finnegans Wake escribe: «Podemos ir de los átomos a las suposiciones, pero estamos forzosamente destinados a ser extraños sin sentido».

Así, en el relato, cuando Gabriel pasa por delante del espejo, siente un extrañamiento: «la cara, cuya expresión siempre lo intrigaba cuando la veía en un espejo».

Desde el punto de vista narrativo, la película está narrada externamente por el propio Gabriel Conroy. Sin embargo, al final de la historia aparece una voz interior que consigue un poderoso efecto lírico al alcanzar una elevada cúspide de poesía.

Y para concluir, una pequeña curiosidad. Las epifanías de Joyce son instantáneas realistas y poemas de carácter simbolista, y con toda intención el autor ha situado el relato en los días de la epifanía casi como una revelación.

Hay dos troncos potentes en la literatura de Joyce. El primero procede del realismo y nos lleva hasta Dublineses; el segundo lo hace del simbolismo para desembocar en el poemario Música de cámara. La fusión de ambas corrientes constituye una de las obras más ambiciosas de la literatura del siglo XX: la novela experimental Ulyses.

 

 

 

 

 

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Luis Miguel Iruela es poeta y escritor, doctor en medicina y cirugía por la Universidad Complutense de Madrid. Especialista en psiquiatría, jefe emérito del servicio de psiquiatría del Hospital Universitario Puerta de Hierro (Madrid), y profesor asociado (jubilado) de psiquiatría de la Universidad Autónoma de Madrid.

Dentro de sus obras poéticas se encuentran: A flor de agua, Tiempo diamante, Disclinaciones, No-verdad y Diccionario poético de psiquiatría.

En la actualidad ejerce como asesor editorial y de contenidos del Diario Cine y Literatura.

 

 

 

 

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Luis Miguel Iruela

 

 

Imagen destacada: Dublineses (1987).