El libro está escrito a modo de diálogo interno de las dos mujeres protagonistas: la antropóloga Isabel García que es dada muerta por error y decide aprovechar la circunstancia para aislarse de los demás, y su hija Serena que siempre se cuestiona e indaga la historia familiar heredada sobre el mítico abuelo Simón para destapar sus engaños.
Por Jordi Mat Amorós i Navarro
Publicado el 29.6.2018
Mentira es una novela del escritor catalán Enrique de Hériz (Barcelona, 1964) que fue publicada en el 2004 por Edhasa. Como indica su título trata sobre las mentiras, qué hay tras ellas y cúal es su repercusión en las personas que las vivencian. Pero también habla de otros temas: el miedo, los silencios, la autenticidad… y especialmente de la muerte. Hay que resaltar los sorprendentes relatos que nos ofrece sobre cómo ven o han visto la muerte distintas tribus y culturas.
El libro está escrito a modo de diálogo interno de las dos mujeres protagonistas: la antropóloga Isabel García que es dada muerta por error y decide aprovechar la circunstancia para aislarse de los demás, y su hija Serena que siempre se cuestiona e indaga la historia familiar heredada sobre el mítico abuelo Simón para destapar sus mentiras.
Hériz lo narra de forma impecable entrelazando el pasado y el presente de una familia con “demasiadas palabras prestadas” (tal y como él mismo la define).
Preliminar
El autor nos habla a través de las dos mujeres, ambas con sus verdades profundas y sus humanas contradicciones. Así, uno puede leer los mensajes que transmiten de diferentes maneras. Este artículo refleja la mía y mi propio entender.
Semántica adecuada
Los significados de algunos nombres utilizados en la novela están relacionados con los personajes, parece evidente que Hériz los ha elegido con toda la intencionalidad.
Así:
La muerte ficticia de Isabel la situa en el río Pasión, y esa fuerza vital es la que la antropóloga ha ido perdiendo a lo largo del tiempo.
Malespina es el nombre escogido para el pueblo marinero donde el abuelo Simón se convirtió en héroe al vencer a la muerte tras su supuesto naufragio, y donde su hijo Julio construye el hogar de referencia y reunión familiar. En realidad Malespina o Malaspina es una playa de Calella de Palafrugell, una bella población de la Costa Brava gerundense. Su significado es “presentimiento de que algo malo va a suceder”, como si se nos quisiera indicar que la familia está marcada en la desgracia.
Serena es la hija, la que pregunta y busca en el naufragio de todos, la que necesita saber lo que hay, la que es el estandarte de la verdad en una familia sustentada en la mentira. El nombre Serena explicita una de las cualidades humanas del saber vivir. La serenidad como herramienta frente a la adversidad, la que evoca Julio al ensalzar la actitud heróica de su padre náufrago. Y serenidad necesaria también para afrontar la verdad que es lo que Serena siempre ha buscado, la serenidad para lidiar con la “movida” que esta supone y así lograr hacer algo constructivo con ella; y no evadirla como desafortunadamente hicieron sus padres.
Astor fue el buque que recogió al náufrago Simón y el nombre de los sucesivos barcos de Julio. Ahora es una familia entera la que está ahogada y quiere ser rescatada. Astor es el azor común en lengua catalana, un ave emparentado con el gavilán. Un ave cazadora que suele habitar en los bosques y que es difícil de ver. Como la verdad escondida en las historias inventadas familiares que nos cuenta la novela, oculta en un bosque de mentiras.
Miedo a…
Isabel se enamoró de Julio y lo ha querido siempre aunque cree que no ha sabido ser padre de sus hijos por su desconexión de la realidad. Ella tiene la seguridad de que el amor es recíproco a pesar de que su esposo hace tiempo se enamoró platónicamente de su vecina “la rusa” (así la apodaban en el pueblo) a la que retrató en la que fue su mejor y última obra pictórica.
Recuerda como en sus inicios sintió miedo a la fuerza del amor por y con Julio, miedo que nunca ha perdido del todo. Miedo a que fuera mentira y a que algún dia se acabara. Por eso ella le pidió en su primera noche juntos que le matara y se muriera con ella, en sus palabras: “me quería morir con él y aquella noche le pedí que me matara, que siguiera matándome; que se muriera conmigo; se lo pedí mientras él, tan dulce, tan feliz, tan preocupado de no hacerme daño, entraba en mí por primera vez” (bella expresión de la pareja tanatos-eros).
Es humano sentir miedo, suele ser útil. Pero en demasiados casos el miedo nos impide experimentar nuestra vida, vivenciarla; evitando posibles perdidas o dolores nos alejamos del vivir y pasamos a sobrevivir. En otros casos, como le sucede a Isabel, no aceptamos lo bueno que nos ocurre; como si no fuéramos merecedores de ello y creyéramos estar en un sueño irreal del que tememos despertar.
La muerte
La petición de muerte a Julio refleja hasta que punto Isabel se siente vinculada a tanatos. Ella es antropóloga y tiene gran interés en cómo vivencian la muerte las distintas culturas de nuestra Tierra. Le atrae lo que Isabel define como “el lamento de los vivos que son los que se quedan solos sin la presencia de sus difuntos”. Nos hace ver que en todas partes del planeta la conversación es el gran conjuro de la muerte, la forma que tenemos los vivos de evitarla en nosotros mismos. Al hablar del muerto recordamos su vida, hablamos de la vida y no de la muerte. Como especialista en la materia, Isabel afirma que los miembros de las culturas sedentarias necesitamos ceremonias para asegurarnos de que aún seguimos vivos; en cambio a los nómadas les basta con seguirse moviendo para constatarlo.
La antropóloga cree que las personas tendemos a mantener la ficción de que la muerte es algo que sólo le ocurre a los demás. Ella considera la muerte como la única verdad, por eso la ha estudiado y la acepta en su propia piel cuando el mundo la toma por difunta. Nos relata que su retiro casual en verdad ha sido buscado, que quiere prepararse para cuando le llegue realmente la muerte. Recuerda los últimos instantes de su padre enfermo, como ella se esforzaba en mantenerle vivo hasta que él le dijo “no hace falta” y se murió. A Isabel le gusta la lucidez que tuvo su progenitor al aceptar la derrota; pero ella siempre quiso ir mas allá, quería mirar a la muerte de tú a tú y bailar juntas dirigiéndola (por algo llevaba toda la vida estudiándola).
Ella entiende que la muerte solo es buena si llega donde y cuando corresponde. Morir bien es evitar sorpresas más que la ausencia de dolor; si no es así, cree que es un error o una maldición. De este modo una enfermedad prematura, un accidente o una muerte violenta son malas muertes. Para la antropóloga el mejor lugar es la propia casa, el hogar; y es importante que las últimas palabras contribuyan a construir algo y así le den cierto sentido a la muerte. Por eso cree necesario al salir de su retiro hablar con los suyos, dejar atrás por fín sus históricos silencios.
Silencios
Isabel nos confiesa que se ha pasado gran parte de su vida buscando lugares remotos donde esconderse, siempre con la sensación de no pertenecer a este mundo, como flotando en su deriva personal pero deseando que los demás acudieran a rescatarla; tal y como hacía de niña al jugar al escondite.
En su retiro como “muerta en vida” Isabel reflexiona sobre sus silencios. Ella cree que escogió no contar para protegerlos, tenía la sensación de que a sus hijos podría hacerles daño conocer su opinión; y también lo hizo en muchas ocasiones por no saber bien cómo explicarse. Confiesa además que su silencio era una forma de protegerse de sí misma y a la vez poder sentirse segura.
Se ve como observadora de la vida, como si estuviera en una habitación de silencios y la vida se desarrollara fuera. En un principio tendía puentes entre interior y exterior, pero llegó un día en el que cerró la ventana para no oir la vida. Isabel asegura que tenía conciencia de que los suyos la necesitaban, que sentía amor por ellos y sabía que atenderlos le volvía real, pero…
Para ella la cotidianidad de la gente es de naturaleza enana y “solo sirve para llenar” sus vidas, mas no para explicarlas. Así, reconoce que empezó desprendiéndose de lo que le pareció accesorio y se fue despojando paulatinamente de la vida para acercarse a la muerte.
Sus reflexiones le llevan a desea volver a Cataluña para hablar con su familia todo lo que calló durante tanto tiempo aunque solo sea por morir en paz consigo misma y con los suyos. Isabel está dispuesta a decir la verdad que sabe sobre la historia inventada del abuelo Simón, descubrió que no hubo naufragio y que por tanto no hubo héroe superviviente. Eso ocurrió hace mucho y fue uno de los peores momento de la vida de Isabel, Julio lo sabía de antes y lloró desesperadamente cuando hablaron de la mentira familiar. Ahora tiene miedo de qué consecuencias tendrá en los suyos descubrir la verdad, especialmente en Serena. Se ve como el faro de luz que puede lograr que los barcos perdidos se contemplen a sí mismos o puede quemar los ojos de su hija con su potente luz o incluso puede embarrancarla de por vida como hacían los piratas con sus falsas hogueras.
Pero hablar le devolverá a la vida y les dará vida a los suyos, en especial a Serena la que desde la adolescencia se lo ha cuestionado todo, preguntando y preguntando sin encontrar respuestas verídicas.
Hablar con autenticidad
La familia de Malespina tiene la tendencia a evitar hablar desde la sinceridad, con autenticidad. La excepción es Luis, el hijo de Alberto que casi muere en un accidente, quien siempre habla con autenticidad sin importarle las consecuencias. De hecho se le considera enfermo con la etiqueta médica de “Síndrome Transitorio de Desinhibición”, paradojas de esta Tierra extraña en la que habitamos…
Julio pretende que sus hijos no mientan mediante el leve castigo casi como juego del encierro o destierro (si les pilla mintiendo les deja escoger aunque siempre acaban con un “a dormir sin cenar”), está siguiendo el patrón fallido del encierro que supuestamente sufrió el abuelo Simón cuando mentía a su padre (aunque en su caso pudiera durar días). A Julio le importaba que sus hijos dijeran la verdad aunque él no lo hiciera con su mujer ni con ellos, una contradicción insalvable (todo empieza por uno mismo).
Él evitó siempre hablar de lo que sabía y de lo que le ocurría, refugiándose en sus historias inventadas; primero la de Simón y luego la de “la rusa” que se convirtió en otra leyenda para sus hijos. Julio fue un niño que creció con la historia creada por su madre sobre un Simón heróico. Y esa historia le evitó el dolor de no tener padre vivo, real. Pero probablemente fue la base de su tendencia a idealizarlo todo y su propensión a escapar de la realidad. Él adornó y completó la historia transmititiéndola a los suyos. Él era un artista muy imaginativo, veía a su mujer de forma distorsionada, y con la vecina de Malespina al retratarla se dejó ir hasta llegar casi a la locura.
Cuando Julio descubrió que no hubo naufragio y que probablemente nunca existió ese Simón, decidió seguir refugiándose en la mentira heredada y no dijo nada a nadie. No fue capaz de asumir la verdad. Y llegó un día que enfermó olvidando casi todo, desconectó definitivamente de la vida real.
E Isabel no pudo o no supo entrar a fondo en todas aquellas fantasías probablemente para no dañarlo ni dañar a sus hijos, optó por los silencios. Eso sí, se alegró cuando Julio decidió dejar de pintar tras acabar el retrato de “la rusa”; se dió cuenta de que su esposo abandonaba algo así como una droga. Isabel era consciente de todo o casi todo pero callaba.
Al regresar al hogar tras su falsa muerte, toda la familia se alegra de que Isabel esté viva. Serena ve a su madre totalmente cambiada: habla mucho más, les toca, hace bromas… La antropóloga les dice que ella es la única responsable de su “muerte en vida”, les pide perdón por su engaño. Isabel tiene muchas explicaciones pendientes que quiere saldar, sabe que ha callado demasiado y no está dispuesta a que vuelva a ser así nunca más.
Les explica que supo que Simón nunca naufragó y que fue ella quien le dijo a su hijo Alberto (el puntal familiar, el que hace de padre) que comprara la casa de Malespina a su padre cuando este necesitó venderla. Otra evidencia de que la ocultación de la verdad era una constante en la familia.
Isabel se alegra de que Serena pueda reconstruir la historia de Simón de forma más verosímil tras conocer que no fue un héroe, aún sin poder saber nunca la verdad de lo que ocurrió con su abuelo. Le felicita porque lo ha hecho sin atisbo de rencor. Serena se maravilla al ver que puede hablar con su madre como si fueran viejas amigas.
Serena está embarazada y duda sobre si quiere o no ser madre, ahora se ha liberado de su necesidad de preguntar para saber; por fin la verdad ha sido descubierta y todo gracias a la suya, a Isabel. Y eso le abre la posibilidad de escribir “historias nuevas, palabras propias que pueda prestar en el futuro” tal y como Serena nos cuenta al final de la novela.
Hablar con autenticidad siempre es la solución, sacar lo que hay en cada persona aunque duela. Hablar y escuchar con amor, con empatía. Todos somos humanos, todos somos adultos y niños simultáneamente. Todos tenemos nuestras heridas que sanar y lo primero es reconocerlas, luego sanarse aceptando las ayudas de quienes nos conocen y aman de verdad.
En demasiadas familias se tiende a callar y las heridas perduran en todos heredándose de generación en generación. Se requiere valor para afrontar la propia herida sea cual sea, pero es necesario para vivir en paz (y así no esperar a la muerte física para lograrla, tal y como muchos parecen entender).
Las mentiras, ese tabú
Las mentiras en la familia de Isabel y Julio vienen de lejos, al parecer el abuelo Simón tuvo que engañar a su rígido padre para ir al teatro y aprender de actor. Le tocó simular que estudiaba para abogado y trabajar en el negocio paterno, e incluso ocultar su relacion con la abuela que era malvista por ser ella actriz (de ahí su facilidad para crear la historia del héroe Simón).
Socialmente las mentiras suelen ser malvistas, y se entiende que sea así porque en muchas ocasiones tienen consecuencias desagradables que pueden doler a los afectados.
A menudo las mentiras son cobardes, quien miente suele tener miedo de afrontar una situación y por eso decide esconderse en la mentira. Pero tarde o temprano siempre se acaba descubriendo y aparece la verdad.
Hay mentiras inmundas y hay mentiras amorosas que a veces pueden ser útiles e incluso necesarias como la que creó la abuela Amparo sobre Simón. Esa historia inventada quiso evitar el sufrimiento de su hijo Julio y este la asumió adornándola épicamente consiguiendo así dar a sus hijos un referente de superación. Ese referente fue la piedra angular de la convicción de Alberto para confiar en la recuperación de su hijo Luis en coma frente a la opinión contraria de los médicos. Otra cosa son las consecuencias en los demás miembros de la familia; en especial en Julio, quien se dejó llevar por la mentira y se alejó definitivamente de las verdades de su vida.
A mi entender no todas las mentiras son detestables tal y como apunta la novela de Hériz. En ocasiones parece que no existe otro recurso para afrontar una situación donde los interlocutores sufrirán demasiado o quizás no están preparados para comprender… La mentira en estos casos puede ser un oportuno aplazamiento de la verdad a un tiempo donde esta sea mejor asumida.
La mentira rotunda, según mi opinión, es la que nos hacemos a nosotros mismos para evitar ver lo que hay, para no reconocer nuestros errores, para seguir considerándonos como seres de perfección ideal, para evadirnos del tantas veces necesario dolor para llegar a ser más persona… Esa es la gran mentira que nos aleja de la vida, de la vida de los demás y de la propia; la mentira que nos convierte en una sombra grotesca de lo que en verdad somos.
Crédito de la imagen destacada: Fotografía a Enrique de Hériz, por la Asociación Colegial de Escritores de Cataluña (http://www.acec-web.org)