A propósito de «La jauría»: ¿Qué imaginarios representan a la comunidad LGBT+ en la ficción audiovisual?

La intimidad y las escenas que comparten las actrices Mariana Di Girolamo y Paula Luchsinger en los capítulos de la serie que actualmente se proyecta vía streaming a través de la plataforma Amazon Prime, hizo reflexionar a un joven escritor chileno en torno al modo en que los personajes de orientación sexual disidente a la heteronormatividad, han sido tratados en el circuito de la industria cinematográfica a lo largo de la historia.

Por Ezequiel Urrutia Rodríguez

Publicado el 21.7.2020

Hablar sobre temáticas LGBT+ hoy en día, está difícil. Sobretodo con el circo mediático tras este, sumado al movimiento de los corporativos buscando lucrar con la comunidad. No obstante, también es cierto que el tema, tampoco es novedad en la ficción, y que si no fuera por la influencia cultural del cristianismo, el asunto ni siquiera causaría conflicto.

Por lo mismo, no debería extrañarnos que tengamos a autoras como Rebecca Suggar, o Noelle Stevenson retratando esta realidad en sus obras. Al mismo tiempo, que no debería sorprendernos que existan malos trabajos con esta temática. De hecho, la nota de Comiqueros: ¿Qué pasa con el romance LGBT en la ficción? hace alusión al tema, criticando los puntos bajos que su autora encontró en esta.

Dicha premisa, sería la que me impulsó a formular la siguiente pregunta: ¿qué determina entonces, que mi representación del colectivo esté bien hecha?

El reto es entendible. Más que nada, porque muchos lectores suelen obviar el tema, y apuntan su énfasis a “lo que es relevante para la trama”, ignorando que el concepto es mucho más que un adjetivo.

En parte, esto último seria tolerable, considerando que de niños nos enseñaron a rechazar esta forma de ser, desde el relato de Sodoma y Gomorra, hasta el uso del mismo arte, por medio del famoso Queer Coding.

¿Qué es esto? se preguntarán. Bueno, el término “queer” vendría de la Inglaterra victoriana (siglo XIX), que según la licenciada de la Universidad de Chile, Katerín Barrera, se usaba para señalar especialmente a quien saliera del binario hombre-mujer. Mientras que en la narrativa, y sobretodo en el cine, es una caracterización dada al personaje antagónico, a modo de proyectar a la audiencia lo que socialmente se desaprueba. En este caso, salir de la heteronorma.

Sobraría decir lo homófoba que resulta esta aplicación en la práctica, partiendo por el contraste que se genera con el papel protagónico, al cual, se le impregnarían todos estos ideales socialmente aceptados: valeroso, noble, viril. A diferencia de este villano: pervertido, vanidoso, “Queer”. Descaradamente nos pintan un estereotipo que valora a sus personajes por su forma de expresarse, y adivinen quién se termina llevando las miradas de reproche.

Este tropo podemos apreciarlo en un sinfín de personajes a lo largo de la historia del cine. Los más conocidos en este último tiempo vendrían de la mano de los estudios Disney, de la mano de personajes como Jafar, de Aladdín, con ese sombreado de ojos y ese vocablo tan refinado. También en caracterizaciones como las de Scar, del Rey León, que se comporta como una “reina del drama” mientras sacude su melena con la gracia de una diva. Y claro, ¿cómo no hablar de los personajes queer de Disney sin referirnos a su soberana Úrsula, de La sirenita, inspirada en la estrella Drag Queen, Divine, al que su personaje haría viva imagen, homenajeando el talento de esta diva del escenario?

Por supuesto, codificar a un personaje queer bajo el ala del antagonismo, no era la única fórmula. En películas como Top Hat (1935), por ejemplo, se presentaban los besos entre hombres a modo de chiste. Y entre los 70 y 80, estaba el boceto más dramático de este arquetipo, el cual se reducía a un niño confundido, cuyo arco, era entender que su “problema” era su forma de ser, y que debía renegar de ella para estar mejor (haciendo publicidad a las terapias de “conversión” a fin de que los padres conservadores gastaren su dinero).

Un ejemplo de este panorama, aunque es cierto que es más contemporáneo, y más ligado a una crítica que otra cosa, se puede en uno de los personajes de la serie La casa de las flores. Aquí, uno de los miembros del cast, impulsado por su sueño de ser padre y formar con su novio su propia familia, se arriesga a “probar ese otro lado”, dejándose llevar a un internado en que le sometería tanto a nivel físico como emocional en busca de la “cura” para su orientación. Al mismo tiempo, esta historia realizaría un quiebre temporal, donde veríamos el pasado de la madre de la protagonista, por quien a su vez, conoceríamos las andanzas de un muchacho (no diré quién), cuyo arco terminaría en tragedia.

Irónicamente, estos personajes terminarían siendo más reconocidos que sus contrapartes normadas, precisamente, por terminar siendo más apegados a la realidad que sus contrarios. Pues al final, esta caricatura no hizo más que reflejar el miedo de un grupo conservador, cuyo argumento, no podía sostenerse sin recurrir al miedo. Léase, que todo el esmero por inculcar una imagen negativa de las personas queer terminó siendo todo lo opuesto a lo que esperaban.

Esto nos llevaría a la actual antítesis al Queer Coding, la que vendría a desmitificar a la comunidad, al mismo tiempo que denuncia ciertos abusos de la heteronorma, así como ciertos problemas sociales que se deben resolver.

Esto podemos verlo en personajes como Marina, de Una mujer fantástica. En ella, Sebastián Lelio considera las irregularidades del marco judicial chileno, en respecto a las posesiones de las parejas «no casadas» (en este caso, personas trans).

Y no es la única. De parte de Chris Pueyo, tenemos el testimonio de un escritor homosexual cuya historia la rompió en 2015, El chico de las estrellas. Dichas premisas, destacan en cómo aprovechan el contexto de su obra, permitiendo que, tanto queers como normados, puedan conectar con estos personajes. A la vez que resalta la naturalidad con la que actúan, especialmente su protagonista.

El único problema con esta nueva interpretación, parece estar en la construcción de romances. Esto, por dos razones:

Primero, dar por hecho que una relación LGBT+ va a ser igual a una Cis Hetero. Cuando en la práctica, no es así (y me consta, porque lo he probado). Esto no es solo por la intolerancia, es más por el hecho de que, como tales, no existen barreras, salvo por la pareja misma, para que una relación Cis Hetero resulte, por lo que es fácil pasar por alto ciertas circunstancias que en una relación No-Heteronormada se deben pasar.

Partimos por ese contrato social llamado “matrimonio”, a cuyos beneficios, como denunció Lelio, no puedes acceder fuera del rígido binario. También está el tema de la adopción; si quieres formar una familia, el proceso legal no será muy amigable fuera del molde. Y como si esto no fuera poco, tenemos a quienes no dejan de repetir que tus sentimientos no son más que caprichos, que no es “natural”, o el infaltable: “¿ya probaste el otro lado?”. Comentarios que a la larga, especialmente de adolescente, pesan.

Una vez, de hecho, por allá en mi último año de enseñanza Media, un chico con el que estaba me cambió por una niña, y mis compañeros no dejaban de repetir que ella era “mejor partido que yo”, solo por su sexo. Al mismo tiempo, que no dejaban de felicitarlo por estar con “una cabra tan linda” (no así conmigo, pues vaya que les dio un infarto al enterarse con quién estaba su “héroe” antes de esa chiquilla).

Descuiden, con el tiempo aprendí a aceptar esas cosas, y que, con paciencia, conocería a hombres mejores. Dichos aprendizajes, además, hoy son la guía para dirigir mis narraciones. Pero al mismo tiempo, me recuerdan las condiciones que implican una relación forzada a la clandestinidad, que irónicamente, es lo que forma ese tinte que no vivirías dentro de la heteronorma.

A esto hay que agregar las observaciones del psiquiatra estadounidense Lawrence Kurdek, quien señala en su libro Sobre la homosexualidad, que en general, las parejas LGBT+ no suelen contar con un modelo a seguir a la hora de formar una relación, y aunque La bella durmiente hoy en día sería un caso de violación, lo cierto es que para las relaciones hetero, nunca han faltado referentes (hablaré de eso en mi próximo trabajo sobre el amor en la ficción).

Por otro lado, sabemos que los autores de romance no salen mucho del concepto Star Cross Lovers, es decir, relatos tipo Crepúsculo que no saben otro acto más que el: “¿se quedarán juntos?” o el “y vivieron felices para siempre”, por lo que no puedes sacarles mucho. Esto termina en un entramado casi de prefábrica que mueve a sus personajes a una misma meta, prácticamente por inercia.

En este caso, lo ideal sería escribir desde el día a día, complementando el relato con el choque cultural que implica esta relación (o con el cambio cultural, si prefieren). Resulta ser más eficiente que jugar con el mismo jaloneo de las telenovelas, además de que puedes jugar con la tensión en un elemento mucho más simple: This Too Shal Pass, es decir, todo llega a su fin, sea bueno, o sea malo. Este concepto vendría siendo la última actualización del Carpe Diem, considerando en su filosofía a los momentos malos, volviéndolos tanto un consuelo, como una nueva lección para sus personajes.

Una forma más orgánica para trabajar, creo yo, sus vivencias dentro del relato.

En síntesis, de agregar el factor romance, este debe forjarse en momentos, sean buenos, o sean malos, mientras podamos aprender de ellos.

Algo para terminar, estoy consciente de lo que dicen en redes del tema, y en parte es cierto. Pero, ¿esos no son los mismos que de pubertos se identificaban con Vegeta y soñaban con Bulma en su lecho?

Una vez, por cierto, comentaba el dilema con un amigo. Este decía que un heterosexual puede identificarse con un médico, un abogado, con cualquier otro personaje, independiente de su orientación sexual. Pero lo que no consideró, es que todos esos personajes, de por sí, ya son heteros. Pero al homosexual, ¿qué le queda? ¿El criminal que hace chistes sucios con su bastón? (El halcón maltés, 1941).

Es cierto que cuando aprecias a un personaje, te encantan ciertos rasgos de su actitud durante la obra, así como la idealización de estos mismos suele prestarse para plasmar en su plano todo lo que queremos ser. ¿Pero qué pasa cuando lo que quieres ser es una persona a la que no criticarán por quién es su pareja, o por cómo se viste? ¿Acaso esa persona no tiene derecho a ver esa idealización también definida en ese infinito espectro llamado “arte”?

Por lo mismo, es tan importante el trabajo de Chris Pueyo, de Stevenson, de Lemebel. No solo por decirle al mundo que nosotros existimos, y que no, no somos monstruos. También para decirle a quienes han descubierto esa parte de sí: tranquilos, no son los únicos. Y no está mal lo que sienten. No está mal ser quienes son, pese a lo que digan en mi coro evangélico y bautista.

Y es cierto, aún queda trabajo, pero si seguimos a este ritmo, fomentando conceptos más amplios, podemos invertir todo lo que ha cultivado la homofobia y también la lesbofobia. Solo queda seguir adelante.

Así que amigo, la próxima vez que acuses de “inclusión forzada” a un personaje gay en una obra nueva, recuerda que hay un repertorio de treinta años en el cual ese mismo personaje sería vendido como la peor escoria, así que por qué tan mala sangre (sí, tenía que decirlo).

 

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Ezequiel Urrutia Rodríguez (1996) es un joven escritor chileno nacido en la comuna de San Miguel, pero quien ha vivido toda su vida en los barrios de Lo Espejo. Es autor del volumen Kairos (Venático Editores, 2019) su primera obra literaria, y la cual publicó bajo el pseudónimo de Armin Valentine. Es socio activo de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech).

 

 

 

Tráiler:

 

 

Ezequiel Urrutia Rodríguez

 

 

Imagen destacada: La jauría (2020).