El texto que sigue a continuación fue leído en la presentación de la monografía que motiva estas líneas, en un lanzamiento que tuvo lugar hace apenas unos días, en el Campus Oriente de la UC, tal como fue anunciado y promovido por este Diario. El autor de la crítica es doctor en literatura, profesor emérito de la Universidad de Poitiers, y ex director del Centro de Investigaciones Latinoamericanas de la misma Casa de Estudios, y asimismo, es el firmante de más de un centenar de artículos especializados sobre narrativa y poesía chilena e hispanoamericana. Y ha publicado, también, varios libros y compilados dedicados a Pablo Neruda, Carlos Fuentes y Roberto Bolaño, entre otros escritores.
Por Fernando Moreno Turner
Publicado el 23.10.2017
Dice el diccionario, más bien está escrito en él, que atípico es aquello que por sus caracteres se aparta de los modelos representativos o de los tipos conocidos y que, por lo tanto, se aleja de la norma o patrón. Pues bien, el libro de Macarena Areco es atípico y por variadas razones.
Primera, la más evidente –pero que no por eso merece ser pasada por alto–, porque siendo lo que es, se publica en Ceibo y no en Cuarto Propio, por ejemplo.
Segunda, porque «Acuarios y fantasmas», a diferencia de muchos ensayos críticos o de muchos trabajos académicos –que se centran en una temática específica, con un corpus por lo general geográficamente acotado–, rompe barreras de contenido, resquebraja límites y fronteras, se instala en otros dominios de la crítica, asedia sus objetos a partir de una mirada panorámica, pero no generalizadora, a través de observaciones meticulosas y, al mismo tiempo, de gran alcance.
Tercera, la más decisiva, por la aproximación, lógicamente. Porque, a la vista del título, uno podría preguntarse qué es esto de acudir a acuarios y fantasmas –además de la idea previa que nos hacemos de cada una de esas “cosas”–, y qué relación puede haber entre ellas y un estudio comprensivo de la narrativa argentina, chilena y mexicana de hoy. Sin embargo lo entendemos rápidamente en la medida en que nos situamos en la perspectiva teórica propuesta por Macarena Areco, quien reconoce e identifica acuarios y fantasmas –así como también al desierto, al laberinto, a los grandes edificios, las llamadas “japonerías”, a los sujetos fragmentados, al imbunche, a la prostituta, al escritor, entre otras– como figuras y figuraciones del imaginario social, según lo expuesto por Cornelius Castoriadis.
Es decir, entendidas bajo esa dimensión por medio de la cual se construye e instituye una manera de pensar la sociedad, no tanto desde la identidad y lo determinable, sino más bien desde la creación indeterminada e incesante, de sus producciones y de los significados, sentidos y prácticas que se movilizan con esas producciones, de suerte que ese imaginario social resulta fundamental para entender la posibilidad y el modo del conocimiento de la realidad. De todas maneras, todo lo anterior ella lo explica mucho mejor y con mayores detalles en la enjundiosa primera parte del libro. El imaginario social produce, entonces, modos de representar el espacio y el sujeto que se concretan en figuraciones, formas, imágenes, sujetos que el discurso literario recoge y expone, que permiten visualizar una ideología y elaborar mapas cognitivos para intentar comprender nuestro presente.
Intento ahora hacer un ejercicio de imaginación, para contextualizar el modus operandi de la autora, el proceso de elaboración que ha llevado a cabo en este rastreo que alucina y elucida. Las figuras de los imaginarios se recortan según puedan reconocerse, en el curso de la lectura, de las lecturas de los textos, en medio de los discurso que fluyen y confluyen. Estos imaginarios aparecen circunscritos, como un signo, una marca, y son memorables. Para desgajarlas, identificarlas, apropiarse de ellas, es necesario contar con cierta lucidez, con una perspicacia singular, con una visión determinada y una proyección determinante. Es lo propio de la autora.
A todo lo largo de ese proceso de lectura, aquellas figuras surgen sin orden, puesto que dependen de un azar interno a la escritura. Estallan, vibran, solas, como un sonido único, separado de toda melodía, o se repiten, como el motivo de una música dominante. En términos lingüísticos se diría que son distribucionales, pero no integrativas, permanecen en el mismo nivel, en una horizontalidad que hasta puede pasar por intrascendente. Macarena Areco, con sabiduría, entendimiento y sutileza les provee una verticalidad, un profundidad, y una altura, de sentido, una coherencia significativa.
De ahí por ejemplo, que de algunos acuarios pueda decir que, por lo general, se trata de alegorías que dan cuenta “de una representación claustrofóbica de los espacios de la intimidad, de la familia nuclear y de la propia interioridad examinada obsesivamente, en la que se construye una subjetividad desagenciada, muchas veces inmóvil, centrada en la auto observación y en la pasividad” (Página 85) y que de los fantasmas afirme que esas “representaciones de lo oculto no expresado que constituye el núcleo del trauma y del retorno de lo reprimido” son figuraciones imaginarias vinculadas generalmente con jóvenes muertos de manera violenta, como “consecuencia de situaciones históricas recientes, como la implementación del neoliberalismo, las guerras, las dictaduras, el exilio y las violaciones a los derechos humanos” (Página 243).
Ahora bien, por lo dicho con anterioridad, como no hay primeras ni últimas figuras, después de su individualización, es necesario presentarlas de acuerdo con un principio distributivo. De modo que, luego de las respectivas introducciones particulares, primero aparecen aquellas más relacionadas directamente con el espacio, luego, las que son representaciones de distintos tipos de subjetividades. Pero, como se trata de un libro atípico, lo decía al comienzo, una parte final, una falsa coda, nos conduce por diferentes modalidades de los imaginarios de trayectos, que recorren, o no, los protagonistas narrativos y que promete, vislumbra y apela nuevas interpretaciones analíticas.
Por último, para componer el todo, y a través de lecturas insistentes y otras de menor frecuencia, se ha recurrido a textos de origen diverso, de modo que son examinados novelas y relatos de, por ejemplo, Alejandro Zambra, Samanta Schweblin, Cristina Rivera Garza, Cynthia Rimsky, Darío Oses, Guadalupe Nettel, Valeria Luiselli, Julián Herbert, Carlos Gamerro, Nona Fernández, Gonzalo Contreras, Ricardo Brodsky, Roberto Bolaño, Mario Bellatin, Jorge Baradit, César Aira, entre muchos otras y otros autores.
El resultado final es un ejercicio crítico en el que se combinan rigor metodológico y acervo reflexivo. Un ejercicio que cuestiona y se cuestiona, que dialoga con las obras, con la crítica y con sus propios fundamentos teóricos, que concreta la experiencia de lectura como enriquecimiento de la conciencia y que, revelando las imágenes y los imaginarios destacados en las narraciones consideradas, entrega y formula percepciones clarificadoras de la realidad de los textos y de la realidad imaginada del mundo por ellos.
Es un ejercicio que significa apertura y compromiso, en cuyo centro encuentro el saber y el hacer, y, consecuentemente, el hacer saber, al menos en dos sentidos. Hacer saber en cuanto informa, comunica, da a conocer los resultados de ese encuentro con los discursos literarios que pone los signos en movimiento haciendo surgir nuevas empatías y experiencias; hacer saber además, en la medida en que es una empresa en la que se elabora, se produce un conocimiento, un nuevo conocimiento producto del examen esclarecedor, sagaz y documentado de aquellas figuras y de sus lazos con la imaginación social.
Para terminar, entonces, no puedo sino instar encarecidamente –como se dice–, la lectura de este libro atípico que, por sus más que loables méritos y cualidades, corre el riesgo de convertirse en modelo.