El autor de esta primicia -que se publicará en el país durante los primeros meses de 2018- es un escritor y académico chileno que vive entre Estonia y Luxemburgo. Luis Cruz-Villalobos, en tanto, es el artista y creador de una amplia obra poética, además de ejercer como psicólogo clínico y ministro presbiteriano.
Por Marcelo Gatica Bravo
Publicado el 29.12.2017
Aproximaciones a la Teoría de la infelicidad de Luis Cruz-Villalobos
a) Aproximándonos al autor-editor:
Luis Cruz-Villalobos sigue al pie de la letra la máxima de Nicanor Parra que paradójicamente no siguen precisamente los poetas parrianos, o para ser más precisos ni el propio Parra: “Primera condición de toda obra de arte es pasar inadvertida”.
Cruz Villalobos silenciosa e inadvertidamente ha instalado un molino de viento (Hebel, término hebreo que denota lo efímero, lo vano, lo pasajero, soplo leve que parte veloz) en el universo binario. Sin ser un utópico revolucionario ni reaccionario iluminista, pues es un pastor protestante presbiteriano (gobierno de ancianos nobles, quise decir, un equipo) y psicólogo (bendita mezcla post y moderna) como lo confiesa en la primera parte:
Soy ya por más de 16 años
Psicólogo clínico de profesión
Es una hermosa y sacrosanta labor
Que duele.
Cruz-Villalobos como la gran mayoría de poetas de resistencia desnuda lúcidamente sus intenciones en su poema introductorio, alejado del marketing tradicional, o del concepto transnacional de empresa, pues es emprendedor de una editorial realmente libre y gratuita. Bella paradoja, pues Hebel persigue ser un auténtico molino de viento:
Debo confesarme
Soy el gerente general de una transnacional
Soy el fundador de una empresa editorial
de auto-ayuda
En un sentido muy estricto
Pero no me mal interpreten
Inicié un proyecto editorial sin fines de lucro.
b) Aproximaciones o entrando en la Teoría de la infelicidad:
Podríamos decir que el lenguaje mecánico y repetitivo de la gran telaraña binaria, podría ser desdoblado o minado a través de la instalación de bombas atómicas de poesía (valga la metáfora). Y este texto aparentemente se trata de eso, pero tal vez sea solo un intento inútil, así como, por ejemplo, elaborar una teoría de la infelicidad o del fin de la historia, o el fin del lenguaje y de las cosas. Pero precisamente la inutilidad en poesía es oxígeno. Así lo declara el poeta (que por este libro es antipoeta y al revés): En la primera parte: Sabias burradas en el fondo:
El título de este libro es por puro marketing…
La verdad es que no tengo una idea exacta de por qué puse ese título
Pero no niego que me dan unas ganas de escribir una sarta de estupideces sin remedio.
No es ningún misterio que vivimos una especie de post-arte, cuyas figuras retóricas más representativas son la ironía y la paradoja, pues se relacionan mejor en el océano de la mercadotecnia líquida (difusión, promoción, publicidad de la obra) escándalos, declaraciones, peleas, bofetadas, desnudos, es decir, exhibición. Lo cual se mezcla con los principios rituales del aura (aquello intransferible, y único, nueva paradoja por la repetición y el arte serial). Como diría algún teórico post-apocalíptico: Hoy existe una distancia nebulosa entre un artista, un publicista o un diseñador web.
Podríamos concluir que la ironía post-moderna ya no sorprende a nadie, o a pocos, que confunden las risas con acumulación de aire que circula en la superficie de la lengua. Este texto corre esos riesgos. Bueno, nos queda mirarnos frente al espejo y ver como permanece intacta la belleza. Pero cuando la paradojas se articulan con elegancia, con autenticidad se sale ganando, y más cuando el yo se ancla en lo autobiográfico, lugar que amplifica ese punto de contradicción: “Dicen que el Talmud dice: / Si tu enemigo viene a matarte/ Mátalo tú primero / No tengo comentarios exegéticos al respecto / Me declaro fácticamente contradictorio por ser un / ministro pacifista practicante del krav magá.
Aunque para ser precisos, Cruz-Villalobos le da una vuelta al lenguaje irónico estableciendo sus propios decálogos, e instalando una banda sonora poética en la que emerge cierta belleza que revolotea leve por sobre la maquinaria gastada del entramado paródico. Y en esta coordenada se sitúa la fortaleza del libro:
Debo confesar que me canso
Que a veces necesito pararme frente a un gran jazmín florecido
Y respirar muy
Pero muy hondo
Hasta marearme de su aroma a paraíso.