Desde el título de este volumen se nos alerta que no es juego de niños, es magia, tierra, vida y muerte. Zurcir y lo intrauterino, generar vida desde una célula. Avalando el aborto de lo femenino, esperando al primogénito, quien es el único capaz de perpetuar el linaje, el apellido, la raza y la fuerza. Obviando al útero.
Por Alejandra Coz Rosenfeld
Publicado el 27.4.2018
“La primera vez que tuve conciencia de mi soledad tenía seis años”.
Este libro/objeto de la poeta y narradora Eugenia Prado Bassi es de una sutileza exquisita. Invita a una lectura profunda acerca del ser mujer, del haber sido mujer y del futuro de serlo.
Su manera de enfrentar el acto tribal de coser y el acto de ser es sagaz. Logra entrar en el inconsciente colectivo del arquetipo femenino, el que se ha dejado coser, desmembrar, zurcir, medir y manipular desde el inicio de la historia contada, desde la costilla de Eva, desde la primera expansión pulmonar, se le ha permitido, se le ha encausado de cierta manera para que permitiese ser coartada, clasificada, seleccionada, encasillada y finalmente enjaulada.
“Las mujeres nacíamos amarradas
amarradas y calladas”.
El círculo sagrado femenino viene de los albores de la creación, de la mano del sonido primordial, del vacío asexuado, donde la energía es andrógina y no hay necesidad de ping poneos, entre lo masculino y lo femenino. Pero una vez declarada ya la guerra de los sexos, que tanto enriqueció a Hollywood, comenzó el latido y el llamado inminente para equilibrar el Todo que contiene de todo en la justa medida. Porque la necesidad de cortar las cadenas y moldes, fue como una bomba de tiempo donde su tic-tac se escuchaba cada vez más fuerte y claro.
Justamente ese imperativo apremiante fue lo que hizo estallar la necesidad de expansión/revalidación. El motor de empuje, la chispa divina, el poder creativo, dador de vida y de alimento. Porque como bien dice Prado, cuando se enfurece la lengua, cuando se afila la palabra, se agudiza el oído y se actúa desde esa rebeldía que se transforma en fuerza creadora, donde el miedo se convierte en voluntad y la ira en fuego, es allí donde se empuña el lápiz como espada y se comienzan a hacer los ejercicios y cálculos y se limpia el camino, se cortan las cabezas y se cerca el territorio y el cuerpo, se mide y se delimita. Así como lo hizo Lilith con Adán.
Hoy se instruye y se sale de caza.
Fuimos metódicamente entrenadas para callar, aprendimos a través de las muchas hogueras y cinturones de castidad, con Eva y la historia de sumisión. Lo aprendimos como forma de protección de nuestros frutos, pero también caímos en las redes de lo hollywoodense, en las redes de los poderes instaurados, para llegar incluso a romper el círculo divino y cortarnos nuestras propias cabezas.
“Cuando se enfurece la lengua y resbala de obviedad. En qué momento aprendimos a empuñar el lápiz y se iniciaron los primeros ejercicios”.
Desde el título Advertencias de uso para una máquina de coser (2017), se nos alerta que este no es juego de niños, es magia, tierra, vida y muerte. Zurcir y lo intrauterino, generar vida desde una célula. Avalando el aborto de lo femenino, esperando al primogénito, quien es el único capaz de perpetuar el linaje, el apellido, la raza y la fuerza. Obviando al útero.
“Un vínculo de heridas se teje entre los pespuntes y cierres. Rivalidades, deseos, amores y odios se comparten en aquella complicidad que bordea la zona de pinchazos”.
Un vínculo femenino, colectivo se entrama, siempre ha sido así, vínculo que tiene el denominador común el vientre de la tierra, los dolores de parto, la zona de pinchazos, las heridas, los tejidos.
“algunas hacen amigas; otras esconden secretos en las bastas o en los pliegues de una piel que no cierra”.
…en los pliegues de una piel que no cierra…lo que no encaja, los secretos llevados a la tumba, guardados en nuestros resquicios. Los secretos tan secretos, lo indecible, ocultado en lugares recónditos del cuerpo y objeto, expuesto.
“En el taller están todas; las bravas, las desobedientes, las peleadoras, las que rasguñan y se rajan…”
Todas nos pertenecemos, somos un reflejo de cada una de nosotras. Cada una contiene a la otra como un eslabón que genera la gran malla.
“En el entramado de todas estas piezas el taller es un observatorio de conductas y las mujeres un todo por organizar”.
“Los murmullos se prolongan. Con el tiempo te olvidas y los pinchazos ya no duelen”.
La costumbre de la adaptación, el cambio, la merma, la mordaza; te acostumbras hasta que estalla la bomba de tiempo anhelada y se expanden sus esquirlas y logras coger el lápiz/arma y salir al campo de batalla.
“Las ideas en una mujer, son pésima combinación – afirma el dueño. Una mujer inteligente es como una bomba de tiempo”.
“Aprendí de mi madre todo lo que sé”.
La sabiduría se transmite a través de lo uterino, de los tejidos, los partos, la leche y la fuerza vital. Coser como medio de expresión y de expansión.
“Coser para la libertad. Zurcir. Almidonar las telas, los bordados. Desandar por las calzadas. Contra un tiempo en reversa, manipular esos pedazos y que de algo pudieran servir sus testimonios, apuntes o notas”.
Cosiendo se deja un manifiesto y se libera.
“Como las piezas de una máquina, estamos condenadas a una misma posición”.
“La máquina de coser es el mejor invento, sin ella seguiríamos recluidas en nuestras casas, a merced de los maridos y todavía coseríamos a mano”.
La máquina de coser, como parte de la revolución industrial y feminista. Como soporte de lucha, como atisbo de independencia. Como vía de expresión, como catarsis, desahogo, terapia, aquelarre.
“…las máquinas se arman o desarman y en esos roces se van produciendo los artefactos; en algún punto del colectivo se acoplan unas con otras las máquinas para el bienestar”.
Las mujeres se arman y desarman, y en esas disgregaciones nos transformamos, creando herramientas de acción, artefactos que suman al bienestar colectivo, con experiencias que se gestan y se cimentan dentro del poder silenciado.
“Se vienen los tiempos para nosotras las mujeres. La urgencia de insertarnos”.
“Estilo y clase, según corte de la prenda y varillado para resaltar el busto y afinar la cintura. Envueltas en esas cárceles, las mujeres ocultan sentimientos, emociones y vergüenzas. Obligadas a ofertar sus inflamadas tetas en los escaparates como cerdos en el matadero”.
“Las amarras se resuelven con leer y escribir”.
“A las costureras nos duele el dolor. Nos duele escribir. Nos duele coser, nos duele almidonar, hilvanar las mezclas de suturas indecibles. Siempre queda algún resquicio, una zona donde anclar el maltrato; martirizadas, degradadas, quemadas”.
Leer expande la mente, abre los corazones, desarrolla la creatividad, cuando se escribe habla el alma, habla lo silenciado, lo pensado, lo ocultado y cuchicheado se expresa.
Los susurros se plasman, se materializan en las palabras, se refuerzan las telas, se remendan las ropas, se vuelven a zurcir las heridas ya curadas con anterioridad, se reabren los tajos que cada tanto supuran, se hacen costra y experiencia. Y se sigue adelante.
“Las mujeres deciden. Nos reconocemos en las suturas, los cortes, las hemorragias, los dolores menstruales. Paños fríos o calientes. Las situaciones son todas distintas. A veces, no hay cómo detener la hemorragia”.
Crédito de la imagen destacada: Editorial Moda y Pueblo