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«Al desierto»: La soledad sonora de la Patagonia

El atendible largometraje de ficción del realizador trasandino Ulises Rosell se estrenó en Chile un día antes del estallido social del 18 de octubre, y su exhibición quedó relegada al ostracismo propio de la efervescencia colectiva vivida en esos tumultuosas jornadas.

Por Cristián Garay Vera

Publicado el 19.11.2019

En el cine argentino la Patagonia es una especie de hoyo negro que todo lo subsume, donde los individuos son accidentes frente al imperio del paisaje y del territorio. Y esta película, aunque chileno-argentina, tiene fracamente un ADN trasandino, explorando nuevamente ese espacio patagónico como símbolo de la soledad y precariedad física y mental. Donde la fotografía, debida a Julián Aizpetía, toma protagonismo frente a la parquedad de los diálogos de los protagonistas.

Arrojados así a la Patagonia, Julia (Valentina Bassi) es tentada en el casino de Comodoro Rivadavia por una oferta de trabajo en la explotacion petrolera. Hasta ahora sobrevive, y el sueldo alcanza para el alojamiento y poco más. Un galés, descendiente de aquellos inmigrantes llevados a esa zona, Gwynfor Vernim (Jorge Sesan), le convence de hacer un viaje a la petrolera juntándose en el Cine Teatro Astra, hasta donde llega Julia, y a quien espera en su camioneta desvencijada.

Lo que es una oferta de trabajo, es en realidad un secuestro incruento. Es la maldición de esa zona, cuando los indios tehuelches, en los malones secuestraban mujeres y luego las liberaban en el desierto, las que sin tener a donde ir, volvían a sus captores.

La insania de Gwynford, este “galés” perdido en la Patagonia, tragado por el “desierto” desarrolla el secuestro con un juego de hombre bueno y solícito, quien la atrae en su auto, en una encomendada función de protector. Ciertamente es una cárcel abierta, donde el cultivo del síndrome de Estocolmo agrava la desbalance entre la frágil mujer y su captor.

Ni Julia, ni Gwinfor, son prodigios de la comunicación. En mitad de la película se han dado cuenta que estudiaron secundaria en Trelew y que ninguno supo del otro. Las situaciones están dadas y nadie pide explicaciones ni las da. El volcamiento de la camioneta, informada al comisario Hermes Prieto (Alejandro Goic), inicia las indagaciones con su asistente -el “chileno” Gastón Ahumada (Carlos Salgado)- acerca del paradero y del viaje que a pie evita la Ruta 40 y la ayuda. La caminata se hace pesada y prolonga la estrategia del captor de hacerle sentir que la salvación está en su protección. Cuevas, refugios improvisados, casas abandonada (o no tanto) son la marca de esta arida zona, donde el viento y el sol se conjugan.

Las complejidades de la caminata se mezclan con el juego del gato y el ratón de ambos. Ella por encontrar una salida, el por obstaculizarla. Es el azar y la pericia del comisario el que logra encontrarla, pero el final ha desarrollado el afecto de los secuestrados, que agradecen no tener mayor daño. El final no es el de Hollywood; tampoco con la victimización de la película latinoamericana. Más bien se camufla con el paisaje amarillento del “desierto”, donde todo lo oscuro se oculta a la vista. Thriller policial, muy argentino, y bien ejecutado por su director y guionista Ulises Rosell con escasos materiales.

 

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Cristián Garay Vera es el director del magíster en Política Exterior que imparte el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile, casa de estudios de la cual además es profesor titular.

Asimismo es asesor editorial del Diario Cine y Literatura.

 

 

 

Tráiler:

 

 

Imagen destacada: La actriz Valentina Bassi en El desierto (2017), de Ulises Rosell.

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