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Algunos fragmentos inéditos de «El perfecto transitivo» (Piélago, 2017)

Francisco Marín-Naritelli, director de "Cine y Literatura"

Francisco Marín-Naritelli, director de "Cine y Literatura"

«El mundo está lleno de falsos felices», dice Julio Cortázar y dice muy bien, justo cuando el Profesor sonríe satisfecho ante aquella erudición que apabulla, la suya propia, y que, en reuniones sociales, bien sabe alardear. Lo que muy pocos sospechan, en cambio, es que el Profesor,  el más ácido crítico de la sociedad moderna, desde hace ya mucho tiempo que se ha reconciliado con el mundo.

Por Francisco Marín-Naritelli

Publicado 17.08.2017

El profesor 

El Profesor está radiante. Acaba de adjudicarse un nuevo fondo estatal. La estrategia resultó todo un éxito: se había puesto de acuerdo con sus colegas para repartirse los diferentes concursos y así no toparse en una misma postulación. Esta vez son más lucas, dice para sí. Incluso piensa en la publicación de un artículo en alguna de las más prestigiosas revistas indexadas. Quizás hasta podría viajar por Europa junto a su señora y su pequeño hijo.

Mientras el Profesor se imagina tantas fotografías placenteras donde él y los suyos son los únicos protagonistas: catedrales, monumentos, museos, restaurantes, Les Champs-Élysées; un alumno, desde el fondo de la sala, le pregunta por las implicaciones políticas y filosóficas del pensamiento nitcheano en la actualidad. Con cierta indignación, el Profesor levanta los ojos por sobre sus lentes hipster y con su mano izquierda sacude levemente la otra manga de su abrigo Montgomery. Casi como si se tratara de la interpretación más excelsa de Elrey Lear, el Profesor hace gala de una respuesta elocuente, llena de tropos y frases taxativas, impresionando a la clase que entusiasta anota en sus respectivos cuadernos.

«El mundo está lleno de falsos felices», dice Julio Cortázar y dice muy bien, justo cuando el Profesor sonríe satisfecho ante aquella erudición que apabulla, la suya propia, y que, en reuniones sociales, bien sabe alardear. Lo que muy pocos sospechan, en cambio, es que el Profesor,  el más ácido crítico de la sociedad moderna, desde hace ya mucho tiempo que se ha reconciliado con el mundo.

 

El malhechor 

Señores, me han declarado en total exclusión, con aquella definición que solo un hombre como yo podría utilizar: moro, diablo, comunista. Todos los males. La suma de ellos. Jamás las restas. Ahora deberé  huir de ese rostro, mi rostro, porque el que se blande cada día, no es más que la fachada de ese otro, más ignoto y peligroso. De ese rostro hay que alejarse, desganarse, tener cuidado. En los liceos de número, también en las escuelas de nombre inglés, francés o italiano, se enseña a no portar ese rostro. Si se pudiera establecer por iniciativa legislativa, de seguro nuestros hábiles y astutos políticos le harían el favor a esa señora bien cuidada que no quiere hijos malhechores en su propia casa.

No es nada ilegal para mi desgracia, pero el rastro del rechazo se asienta en cada mirada pública, en cada garrotazo de los contertulios. Caigo en una espiral de auto lamento. Busco definiciones posibles, ciertas seguridades. El espejo sabe de estas cosas. Me observo detenidamente como estatua. Muchos otros han observado, buscando respuesta en ese rostro, pero no encuentro en ese rostro, que es el mío, alguna respuesta. No. No es nada de eso. Viene de otros lados, en esa maraña de posibilidades inconexas que se desprenden del colchón y de la almohada a punto de caer al suelo. El espejo solo captura corporalidades, no intenciones.

Ahora, que me hallo sin respuestas, me resulta imposible asociar la acción que se me achaca con aquel recuerdo que podría esclarecer tantas dudas. Estrujo la mente. Aprieto, como se dice, la memoria. ¿En qué momento? ¿Bajo cuáles circunstancias?

Releo algunos emails pasados.

Busco, digamos, pistas. Cualquier pista.

En realidad nada tiene que ver conmigo, me justifico. Ella se equivocó y esto es un anagrama. Se culpa a arare rus Dei dignusyno a Andrés, pero Andrés es mi nombre. Quizás a otro Andrés. Quizás a muchos Andrés. Muchos Andrés hay en el mundo, no tanto en Chile, pero sigue siendo una proporción considerable. No, señorita, yo soy su amigo y diga lo que diga no me creerá. Su escepticismo es mi condena. ¿Qué podemos hacerle? Es un asunto de confianza, el nudo de la amistad se ha roto por uno de sus bordes. Usted no confía en mí y punto. Siga por su camino, porque yo seguiré con el mío.

Pero me duele. Soberana desdicha es la que me embarga. Ella no me cree. Lloró, pero no me cree. Se tapó el rostro con las dos manos. Sí, exactamente eso pasó. Ella lloró y se acabó la amistad. Quería invitarle un café, pero se fue. Se fue golpeando la puerta. Se fue y es definitivo.

Por un momento pienso que ella tiene razón. Quizás se produjo un desquiciamiento temporal a causa de un motivo, a toda vista, desconocido. Quizás la misma cámara estenopeica que es la vida, ha querido fundirme en negro, en paralelos negros. O más simple: quizás el trabajo, el metro, la ciudad. El trabajo agotador de ocho a ocho. El metro atiborrado en horario punta y no tan punta. La ciudad de la furia o la ciudad que desaparece.

Ahora el teléfono celular está vibrando. Contesto con voz temblorosa. Lo que ocurre en este minuto no es fácil de contar, está lleno de imprecisiones. Ella se pone como la ofendida y yo como el ofensor. Ella me vuelve a pedir explicaciones y yo me callo. Ella se calla y corta.

Tengo rabia, mucha rabia. Confirmo: en realidad nada tiene que ver conmigo. Nada.  Porque aceptarlo sería contraproducente, hasta suicida. También improbable. No podría traicionar mis principios, aunque estos nunca fueron grandes fundamentos: no mentir, simplemente. Había dejado de creer en el Altísimo durante la juventud, y había dejado de creer en mis padres hace menos tiempo, pero mentir no estaba en mi catálogo de desilusiones.

¿Cómo puede ser posible? Según las clases del negro Romo, así le decíamos al profe de Filosofía, la verdad es una, indivisible y objetiva. Entonces, esto es simple. Simple oposición binaria: esto es mentira y lo otro, verdad. No cabe ni a nadie le convendría incluir, ni en diccionario o cosa parecida, una semi-verdad o semi-mentira. Como decir: dos cuartos de verdad o tres quintos de mentira. Mire, ella no está tan equivocada, lo que pasó fue ni más ni menos que un medio de verdad, o sea, un medio de mentira, así que no se complique, no es tan peor que una mentira a secas.

¿Y si todavía no ha sucedido, como en un sueño? Pasos circulares en una ciudad remota, con la mirada como esponja donde caen las lágrimas y las recriminaciones posteriores. Lo siento señorita, fui yo el causante de todo esto, pero como este es un sueño y usted no me escucha, porque sus odios son eternos, deberé visitar, en primer lugar, a mi oculista; luego al neurólogo, y si aún me queda cordura, recorrer esos pasillos de mi mente, para lograr despertarme de una vez por todas.

Pero esto no es un sueño, ni acaso. Y para ser justos, medianamente justos, sospecho de Gonzalo, mi amigo. Él algo tiene que ver en el asunto, claro, tiene que ser así. Habría que sumar razones. Habría que contrastar versiones. Dirán ustedes que no es bueno deslindar responsabilidades. Podrán decir, además, que amo las elipsis en esta historia. Podrán decirme muchas cosas, incluso borrarme, extirparme, diluirme. Pero sospecho de Gonzalo, cómo no, eso es una semi-mentira o una semi-verdad.

 

Lento

Todo el universo escapado del horizonte.
Toda la habitación llena de artefactos.
Y yo acá, degradado como estrella muerta.
La TV rehúye de la novedad.

La gata acecha.
Se rompen los horarios y las cartografías.
Ya no hay modo de enterrar la soledad.
Ella ya viste de traje manifiesto.

La lentitud redime mis pecados,
pero persiste en su afán perentorio.
Encerrado como un corazón funerario,
vegeto como plástico reunido.

No hay alas vitales
ni amores adventicios,
solo un desierto de parco desdén,
y propósitos oscuros que he de reservar.

Lejana

Rasguño el papel por ver un día,
acaricio cada una de las consonantes,
cincelo mis tropiezos y tus huidas,
pero no hay sombrero que cubra la noche.
Ni modo de presentir
la perfidia de salir en cada palabra,
mientras tu fantasma baila, sensual,
en aquella habitación sola
donde las flores se apilan a raudal.
Olor a naftalina
para que lo supiera el reloj
de tus corazas.
Aspirina desde este sillón
en que te voy recordando:
Mujer tú,
muy lejana,
era que te olvidaste
de ese beso cómplice
en una estación de metro.
Mujer tú,
muy obstinada,
mira cómo sopla
mi corazón huracanado.
Melancolía, melancolía,
aúlla la soga y el decoro,
la mufa y la tarjeta postal.
Melancolía, melancolía,
es este un café necesario
donde están los penitentes
y los herederos.
Pero me queda el consuelo
de todas tus fotografías.

 

El peso de la desidia

Arrugo una esperanza apenas,
destierro el silencio,
pienso en la desidia
de los pantalones y las camisas,
el calor que pegotea
los corazones navideños.
Estas ganas de correr y gritar.
Estas ganas de romper anillos y soledades.
Siempre aparecen estas figuras proféticas
entre discusiones y descansos transitorios.
¡Ay de los que leerán esta súplica!
Cabecean las imágenes
de un pasado inconcluso.
¡Ay de mí si soy el mismo!
El frío que mece el viento,
desarreglando formalismos y sonrisas.

 

Comunicación notable

(Wellington. Lunes. 11 de la mañana).

 

Usted habla en un lenguaje inhabitado

por mis fantasmas,

un espacio enteramente abandonado

por la conciencia.

Piedras/ asaltos/bombas lacrimógenas

para el hacedor de principios y ontologías.

 

¿Dónde van los sonidos litúrgicos

de encuentros otoñales?

¿Dónde quedaron las sillas juntas y

los vasos rotos?

Así y todo,

comunicación notable

aquella

que nos confiere

algo de encuentros.

 

(Santiago. Domingo. 6 de la tarde).

 

Mi lenguaje es otro:

compacto por rutas de espigas.

Lecturas vespertinas:

Berger y Luckmann

y toda la sociología del conocimiento.

Mi café se ha enfriado.

Hay movimiento epistolar en el comedor.

 

Simón Torres:

Estos son los caminos insospechados,

los movimientos oportunos, las proezas.

 

Usted habita mi futuro

y yo habito su pasado.

Estas son las costuras de un tiempo

impreciso, veleidoso

que juega a los dados

entre espacios desiguales

y distancias cortadas.

 

Pérdidas auréticas

A esta condición de recuerdo

hemos hecho la memoria.

Para que lo supieran:

esta es piedra devaluada, sin razón.

 

Ceden a esta moda capital

las formas enjutas.

Ya nada es como quedó:

 

Que Las Meninas de Velásquez

tengan el color de antaño,

es solo composición química.

 

Que Los girasoles de Van Gogh

abriguen ese auspicio

en violentas decoraciones,

delata este paraguas venidero

del cual caen ciertas apreciaciones estilísticas.

 

No nos llegará la madreselva,

solo esa arquitectura de los reflejos

y ya nada quedará.

 

Benjamín habló de estas cosas

decenios atrás.

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