La película del realizador francés Mikhaël Hers es una cinta que cala hondo: habla de lazos posibles aunque seamos desmembrados, y también se refiere al amor, a la violencia, a los encuentros mágicos y a las pérdidas, a las elecciones y a los despertares que nos ofrece la existencia.
Por Alejandra Coz Rosenfeld
Publicado el 2.12.2019
Película francesa que ganó la Competencia Internacional de SANFIC 2019, dirigida por Mikhaël Hers, es un filme que habla de las profundidades de la vida y de los caminos que ella nos tiene trazados, lo que da para pensar si son caminos a priori y consensuadamente dictaminados por alguna energía mayor o si son fruto única y exclusivamente del azar.
Amanda cuenta la historia de una familia parisina aparentemente disfuncional, formada por una madre soltera, que tiene una hija de 7 años y un hermano de 24 años, ambos criados por su padre quien ha muerto hace un tiempo. Su madre vive en Londres y no los vio crecer. El largometraje se sumerge en los afectos, y nada en las aguas más profundas del ser humano, donde la alegría y el dolor se funden como las dos caras de una misma moneda. Colindando en la frontera del sufrimiento/placer. Muestra el lado A y lado B, la otra parte que sustenta lo que se sostiene aparentemente por arte de magia, en un perfecto equilibrio que muchas veces se refleja como caos pero que si se hila un poco más fino se puede husmear que ahí al frente está la contrapartida pulcra y evidente en perfecta sintonía con la intensidad y el ritmo del otro lado, la otra mano en el juego del gallito, la chispa que catapulta la respuesta, lo que se grita en silencio, donde el peso de la palabra no dicha hace presión, porque la energía es invisible pero palpable y más aún si estamos atentos y expectantes a la reacción. Habla de las reacciones en cadena y de aprendizajes de los cuales no se sospecha se está asistiendo.
La película tiene silencios desgarradores que conectan directamente con las emociones que se convierten en estallidos, tan violentas y directas, que te arrancan el aliento y te dejan en total silencio, en estado de shock, en inercia pura, donde no detenerse ni un solo segundo es un acto de supervivencia, porque hacerlo significaría encontrarse de frente con eso que remece los cimientos, acto mecánico en defensa propia literalmente, que da tiempo/espacio para que las olas se calmen y el viento amaine. Para que luego lo inevitable suceda, donde la grieta cede y es posible drenar la pena/alegría, única vía para volver a respirar largo. Son experiencias que llevan a una total transformación, donde de golpe el sujeto se re-conoce en medio de la fragilidad, de lo efímero e involuntario, y la vida se transforma en un destello, en un soplido, que de golpe nos pone zapatos de plomo y las percepciones son trastocadas, el ojo cambia de ángulo mientras el corazón se retuerce.
Es allí donde aflora la esencia prístina con sus sombras/luces, miedos/fortalezas, allí se devela el inmutable poder transmutador que existe dentro, se hace carne el mito del Ave Fénix. Sea para bien/mal, siempre dependerá del lado que se vean los acontecimientos, porque algo puede ser vivido como tragedia pero con el tiempo se percibirá tal vez como una bendición. Siempre existirán distintas apreciaciones de una misma situación y también distintas aristas que de una manera u otra se verán expulsadas de su zona de confort y forzadas al movimiento, aristas que involucran a otros sujetos/objetos, desencadenando una especie de sinapsis rizomática que de una misma experiencia, como plantas rastreras crecen reacciones en cadena que van involucrando a un otro y a un otro y a la vez esos otros a otros, como una malla vincular. Malla que se va tejiendo en la diversidad de componentes y herramientas con las que se disponga, sin dejar de olvidar que también la trama interna es reflejo de la trama externa y viceversa.
La película es una cinta que cala hondo, habla de lazos posibles aunque seamos desmembrados. Habla del amor, de la violencia, de encuentros mágicos y pérdidas, de elecciones y despertares.
Alejandra Coz Rosenfeld nace en Santiago de Chile, en 1972. Poeta, artista y terapeuta transpersonal, estudió letras y estética en la Pontificia Universidad Católica de Chile, y arte en el Palazzo Spinelli, de Florencia, Italia. Ha publicado los poemarios Marea baja (Editorial Cuarto Propio, Santiago, 2017) y La jabalina (Ediciones Filacteria, Santiago, 2019), asimismo prepara su primer libro de relatos con el título tentativo de Las aguas de Neptuno y otros cuentos.
Tráiler:
Imagen destacada: Una escena del filme Amanda (2018), del realizador francés Mikhaël Hers.