Avecindado en la localidad de Limache (Quinta Región de Chile) desde hace algunos años, el autor de la presente reflexión literaria -como él mismo la ha definido-, es profesor de castellano y magíster en desarrollo curricular y proyectos educativos. Nacido en Santiago, en 1957, imparte talleres literarios de cuento y de poesía, abiertos gratuitamente para la comunidad costera, a fin de que ésta, según confesión propia y honesta: «Pueda vivir la magia de crear nuevos mundos y soñar vidas insospechadas. Pues la belleza y la verdad están más allá de lo evidente».
Por Ignacio Cruz Sánchez
Publicado el 25.10.2017
Amanece en Santiago. El sol se asoma espantando la oscuridad y entibiando las calles. Los mendigos que durmieron a la intemperie cubiertos hasta el rostro para protegerse del frío sienten hambre y deseos de orinar. Mueven sus miembros agarrotados y se levantan antes de que la autoridad los expulse de sus refugios nocturnos, ocultando en algún rincón sus frazadas y viejos colchones.
Los obreros se anticipan a la salida del sol saltando de la cama para tomar los primeros buses y lograr un asiento, pues estarán atestados de gente, y recorrerán largas distancias sufriendo el mal humor de los pasajeros, entre empujones y frenadas bruscas.
Amanece en Santiago. Un día más.
Algunos no amanecen este día, causando llantos desgarradores en sus familias. Trámites funerarios, lágrimas y premuras por un sinfín de papeleos odiosos: algunos querrán misa (cristiana sepultura). En la funeraria: – “¿Qué servicio prefiere?” – Dónde se enterrará finalmente al ser querido, o no querido… “¿Ataúd de palo, o metálico?”. En todo caso, algo se recuperará… si no se le sacó mucho en vida, ahora no podrá patalear. El obligado permiso en el trabajo. – “Jefe, mi tía de verdad murió. Debo hacerme cargo de todo” – (aunque no se haga cargo de nada). – “Gracias Jefe”. – (Al menos no iré a trabajar).
Algunos no amanecen esta mañana. Son encontrados helados por los más madrugadores que salen de alba a sus labores…
Buses y autos pelean en la selva de las calles por llegar a tiempo al trabajo, con dudoso entusiasmo.
Los estudiantes demoran la entrada a sus colegios fumando un cigarro en la esquina con sus amigos, evitando la mirada del inspector que molesto sale a recoger a estos descarriados.
El profesor ingresa a la sala de clases con su exiguo armamento. Libros, apuntes y cuadernos. El inspector caza a los alumnos para meterlos adentro.
La dueña de casa queda sola, su nueva pareja se fue al trabajo. Su hija está muy molesta y atemorizada, pues reclama acosos de su padrastro. Su madre no puede hacer nada, tiene miedo. “Él se puede enojar…” aún le duele el cuerpo de la vez anterior. Debe aguantar. “En el fondo no es malo, él la cuida y le da de comer. Y su hija, bueno.. ya debe hacerse mujer… él le enseñará, después de todo, tiene el derecho…”
Los lanzas salen a trabajar, el centro y los buses atestados de gente son su objetivo. Tienen derecho a ganarse el pan, es lo que alegan.
Una mujer rompe a llorar, le robaron su sueldo. Nadie hace nada… hay temor…indolencia…
Amanece en Santiago. El chofer del hombre rico espera en el auto negro flamante con vidrios polarizados. No tendrá trabajo, pues hay protestas. Su jefe se irá en helicóptero. (Estos ociosos no tienen nada mejor que hacer que armar revueltas).
En el cité el sol despunta. Avanza la mañana, llenando de calor las calles. El basural a las afueras del cité atrae moscardones y ratones. Hiede.
Estudiantes enamorados no van a la escuela. Se refugian en una plaza, donde tienen su momento de felicidad. Vivirán juntos, se casarán más adelante. En casa no los quieren juntos, pero no les importa. El embarazo de ella no les impide soñar. Tendrán por fin un hogar, no el infierno donde deben llegar cada tarde.
Amanece en Santiago. Se retiran delincuentes, comerciantes del sexo y traficantes. Continuarán en el próximo atardecer una nueva jornada. La rueda no se puede detener.
En la homilía del Domingo, el cura habla del pecado. ¿Conocerá él los rostros de los pecadores? ¿Les preguntó alguna vez su nombre?
El mendigo deambula buscando su alimento, se llame desayuno, pan solo, cualquier cosa… Esperan la basura de los restaurantes. Restos de completos y de comida de la noche anterior.
Los honorables de la Cámara van llegando retrasados a la sesión matutina, (el viaje es largo). Deben legislar contra la delincuencia… ¿Conocen a algún delincuente? Por supuesto!! Han leído muchos informes sobre el tema en las comisiones de trabajo. Revisan las faltas y las penas. “Hay que endurecer las posturas!”.
Estorban su trabajo los revoltosos, los estudiantes de siempre con sus gritos y consignas. “¡Al diablo con sus reclamos!” Están ocupados legislando asuntos importantes. (Trabajan para la tranquilidad del país).
Mientras, en la escuela, el profesor se devana los sesos para hacer creer a sus estudiantes que tienen una oportunidad. Les habla de Arturo Prat arengando a sus valientes, para tratar de contagiar a estos adolescentes, y luego cuenta la historia del Quijote tras sus ideales. Termina la clase llamando con el puño en alto a estos jóvenes a construir su destino.
Termina agotado, pero feliz. Ha entregado su mensaje.
Le aborda un estudiante que sonriente le dice: – oiga, profe, tengo un reloj barato…- ” Perplejo, rechaza con entereza la oferta, e invita paternalmente al joven a buscar mejores caminos. Su alumno se indigna y le dice palabras irrepetibles.
El profe se muerde la lengua. Piensa para sus adentros… ojalá los honorables vieran esta escena.
Amanece en Santiago…
Imagen destacada: La actriz francesa Eva Green en un fotograma de la cinta «The Dreamers» (2003), del director italiano Bernardo Bertolucci