Aunque la trama del largometraje reconoce un descontento, no existe mayor cuestionamiento al sistema, ni en los diálogos ni en el contexto en que transcurre la película. Encerrado en sus pensamientos, cada vez más “ausente” del mundo, apático, distante, solo una pequeña caja de recuerdos de la infancia, rescatada desde la casa de su madre, le permite a Andrés un camino distinto, recuperar la ilusión, la autenticidad. Acompañado en este “nuevo comienzo” por Dominga, el personaje interpretado por María Gracia Omegna.
Por Francisco Marín-Naritelli
Publicada el 16.10.2017
“Pero el cuerpo está también directamente inmerso en un campo político; las relaciones de poder operan sobre él una presa inmediata; lo cercan, lo marcan, lo doman, lo someten a suplicio, lo fuerzan a unos trabajos, lo obligan a unas ceremonias, exigen de él unos signos”.
Michel Foucault
Algo ocurre con Andrés Centeno. Trabaja de noche en una fábrica y de actor en una Escuela de Medicina donde hace de enfermo en módulos de atención. Duerme de día pero sufre de insomnio. A veces la rabia, pero casi siempre la pasividad y el sin sentido trazan su cotidiano. Este es el argumento de “Andrés lee i escribe” (Chile, 2016), largometraje dirigido por Daniel Peralta y que recibió el Premio a Mejor Película Género Drama, en el Stockholm Independent Film Festival (Suecia, 2017) y el galardón a Mejor Película en el Craft Film Festival (Barcelona, 2017).
La historia monótona de Andrés es una historia del todo reconocible, universal, la de muchos jóvenes que no trabajan en lo que estudiaron, que han perdido la pasión y que viven, sobreviven, pagando deudas. Una realidad asfixiante, cansina, que refleja la mecanización de las sociedades modernas, donde los grandes relatos se juzgan clausurados y los cuerpos solitarios son parte del sistema productivo.
Andrés es, en propiedad, un cuerpo disciplinado, tal como reconoce Michel Foucault. Circunscrito a los límites de la fábrica (no por nada es una fábrica), a los límites de la adultez y la autonomía (aunque en apariencia), a los límites de una relación carente de empatía y futuro.
Encerrado en sus pensamientos, cada vez más “ausente” del mundo, apático, distante, solo una pequeña caja de recuerdos de la infancia, rescatada desde la casa de su madre, le permite a Andrés un camino distinto, recuperar la ilusión, la autenticidad. Acompañado en este “nuevo comienzo” por Dominga, el personaje interpretado por María Gracia Omegna.
Aunque la trama del largometraje reconoce un descontento, no existe mayor cuestionamiento al sistema, ni en los diálogos ni en el contexto en que transcurre la película.
Hay una carencia de una mirada crítica, política, más allá del ensimismamiento de los personajes, incluido Andrés, cuya vida de pronto se ve conmocionada por el hallazgo de aquella caja de revistas antiguas, póster y VHS. Este hecho es fortuito y accidental, le ocurre al personaje, de manera personal, individual, no hace que ocurra (esto evidentemente le quita peso dramático). A falta de reflexiones sociales y acciones colectivas que cuestionen el orden de la realidad, la fuga de Andrés de aquel estado de extrañamiento, bien podría quedarse en un paréntesis, un hálito, quizá una tregua. Tan sólo eso.
El filme del director porteño Daniel Peralta puede apreciarse actualmente dentro de la oferta programática que exhibe la cartelera de la Cineteca Nacional de Chile.
Tráiler: