En este fragmento de su ensayo «El depósito humano: una geografía de la desaparición» (2010) la escritora argentina analiza los significados estéticos y filosóficos de la obra del realizador canadiense, y además ficciona a través de un bello poema, en torno a uno de los pasajes más hondos y conmovedores de esa trama -mitad inventada, parte real- que revisa audiovisualmente la convulsa memoria existente en torno al denominado Genocidio Armenio (1915-1917).
Por Ana Arzoumanian
Publicado el 21.3.2018
Atom Egoyan, el director armenio-canadiense filma Ararat (2002), película sobre la verdad y la negación, sobre la posibilidad e imposibilidad de filmar, cuyo hilo conductor es el fantasma. Y sin embargo, no se trata del fantasma shakesperiano que ronda Dinamarca, sino de la dificultad de imaginar.
Un largometraje que tiene como tema central el genocidio armenio es conducido por un relato fragmentado, por personajes que conviven con situaciones que pretenden negar. En tres escenarios diferentes: la Turquía de 1915, el estudio del pintor Arshile Gorky en el Brooklyn de 1934, y Canadá en el año 2002, donde una profesora de arte da una conferencia sobre el pintor; lo inacabado, el vacío, el incesto aterrorizan a los sobrevivientes tanto como la masacre a las víctimas.
El artista y su madre
Arshile Gorky y su madre en Van
Es un retrato familiar.
Se dirá que son madre e hijo,
lo dirá una huella pulsante
que lacera sus rostros,
que sin reposo atestigua
esa incisión en la mirada.
Dos bocas iguales.
Dos bocas se hunden inaudibles.
La madre tiene un borrón en las manos,
Las frías manos blancas de un ahorcado.
El hijo sabe,
ni siquiera una plegaria sostiene
un cuerpo sin manos.
Podría haber sido la virgen y el niño,
pero hay un agujero
allí donde terminan los brazos,
una inconsistencia en los dedos,
una lenta profanación.
El hijo sabe en el recogimiento
un hambre feroz
que se come las manos.
Ana Arzoumanian, en El ahogadero (2002)
«El artista y su madre» (del pintor armenio naturalizado estadounidense y exponente del arte abstracto, Arshile Gorky), y basada en una fotografía tomada en la ciudad de Van en 1912, es más que la versión en pintura de una foto. El padre de Gorky había emigrado a EE.UU. para evitar el servicio militar turco. Su madre, sus hermanas y él, se trasladan de Van hacia Ereván. Allí, en 1918, su madre se muere de hambre. Dos años más tarde llega a Nueva York. Su pintura tiene el aire iconográfico de las vírgenes y el niño, sólo que secularizó la imagen, colocó una distancia infinitamente melancólica entre ambos. Las figuras no se miran, sino que lo hacen al observador. La madre sentada, y el niño de pie. Un cierto cubismo, pero con una calidez oriental dan un tono de perplejidad a los rostros. Utiliza la técnica del “borrado” para las manos. En la película de Egoyan se muestra al personaje Gorky en un arrebato de odio, abandono y tristeza, poner blanco sobre el dibujo de las manos. En junio de 1948 tiene un accidente automovilístico que le fractura el cuello y le paraliza su mano derecha. En julio, se suicida.
A la disfuncionalidad de la imaginación del sujeto diaspórico le corresponden una falta de disposición a la autonomía, como forma de darse una ley, y una dificultad de vivir según el deseo. Esta discapacidad, que se enraíza en la intimidad de cada cual, tiene efectos políticos, ya que es en el orden social donde esa imaginación no termina de expresar su poder, como poder de ser afectados por los otros. De manera tal que la crisis en las instituciones que denuncia la tercera generación no es consecuencia de la asimilación (como suele ser indicado) sino que tiene una causa más profunda y desestabilizante: un vacío, un blanco, allí donde debería haber un fantasma.
Imagen destacada: Afiche promocional en castellano del filme «Ararat» (2002), del director canadiense Atom Egoyan