Basándose en la novela gráfica de Paco Roca, el realizador argentino Ignacio Ferreras dirige esta magnífica película de animación ambientada en una residencia de ancianos. Se trata de un retrato fiel de la vida truncada de tanta gente mayor apartada de su hogar, imagen que invita a la reflexión sobre las enfermedades que les aquejan (en especial el Alzheimer) y de cómo las afrontan ellos, sus familias y nuestra sociedad.
Por Jordi Mat Amorós i Navarro
Publicado el 29.5.2019
«A nuestras familias no queremos estorbar, sino no podrían trabajar».
Antonia, citado en la película
«La vejez comienza cuando el recuerdo es más fuerte que la esperanza».
Proverbio Hindú
“Molestar”
Emilio es un hombre viudo que fue director de banco, vive solo y tiene Alzheimer en fase inicial. Su único hijo decide ingresarlo en una residencia de ancianos porque le absorbe demasiado tiempo, es difícil conseguir que coma y a menudo se muestra irritable.
Ferreras nos muestra dos imágenes muy simbólicas al llegar al centro. La verja opaca tras la cual está el jardín resaltando así que la vida del anciano se limita, se encierra. Y las hojas secas que vuelan con el viento una de las cuales recoge Emilio del suelo del vestíbulo mientras espera a que su hijo y su nuera finalicen los trámites de ingreso, la recoge y la lleva-libera fuera observando su vuelo. La hoja seca-muerta que cae del árbol (el árbol familiar) o el anciano desconcertado que ya nunca más regresará a su hogar.
En este sentido, es contundente ver cómo tras ingresarlo el hijo cuelga el cartel de “se vende” en el piso de Emilio. Y como le-se miente al despedirse: “vas a estar muy bien con otros abueletes como tú”, prometiéndole que lo vendrá a ver a menudo. Pero no van a ir a visitarle hasta las navidades que es cuando casi todas las familias aparecen, y se nos muestra como pocos ancianos de la residencia tienen la fortuna de que vengan a verlos con frecuencia. La sensación que la mayoría de ellos tienen es la de abandono, abandono que también siente Emilio quien al entrar en el centro rememora ese espanto que ya vivió de niño en su primer día de escuela.
Estremece esta realidad de tanta gente mayor olvidada-apartada por los suyos porque “molestan”, realidad que es reflejo a mi entender de una sociedad que tiende a evitar ver-saber-sentir todo lo que le incomoda (no solo los ancianos), todo aquello que le cuestiona su supuesta bondad-justicia. Contrasta esa actitud un tanto o un mucho egoísta del entorno de varios internos con la actitud empática de algunos ancianos que la sufren como Emilio, que lejos de preocupar a su hijo le comenta que está bien allí.
El nuevo “hogar”
Emilio descubre el centro de la mano de Miguel, su compañero de habitación. Él es uno de los pocos ancianos que está bien de salud física y mental, lo sabe todo de todos los internos y conoce perfectamente el funcionamiento de la residencia.
Se nos muestra la realidad de lo que es una residencia geriátrica. El salón principal (el espacio más utilizado durante el día) está lleno de abuelos en sus butacas muchos de ellos dormidos sin nada qué hacer, vemos a algunos en una fila frente a la televisión con la cabeza gacha.
Un lugar de ancianos dopados por tanta medicación, un lugar en el que no hay suficiente personal para atenderlos-acompañarlos-mimarlos adecuadamente, un lugar de soledades, un lugar triste. A Emilio le parece como si estuvieran en una sala de espera, un comentario que entiendo evoca lo que es: un lugar de espera a la muerte.
Y ven todas las otras dependencias deteniéndose en la piscina interior que nunca usa nadie: “está de adorno para impresionar a los clientes, los que pagan las facturas: los hijos y el gobierno. Está para que la vean cuando vienen y se crean que esto es un hotel de cinco estrellas”, explica Miguel quien remata con su acento argentino: “qué carajos, si acá la mayoría no puede ducharse sin que lo ayuden”.
La piscina evidencia lo que es hoy en día una residencia de este tipo: ante todo un negocio lucrativo y como tal negocio entra en competencia con otros; así la buena imagen “vende”, la piscina que no se usa es una inversión rentable para contentar-captar clientes. Clientes que desafortunadamente no tienen o no quieren tener tiempo para saber la verdad de su uso (o la verdad de lo que ocurre en el centro). De hecho, el hijo de Emilio decidió ingresar a su padre allí por la piscina, a él le encanta nadar.
Lo que Miguel no muestra a Emilio es la planta de arriba, un espacio a donde van a parar los internos que están peor: «los que han perdido la cabeza, todos abandonados como si fuesen trastos rotos”, afirma. A él le afecta mucho esa realidad e intuye que también le afectaría a Emilio, no obstante más adelante los dos subirán…
Amistad
Miguel nunca se casó ni tiene hijos: “vivir sin ataduras”, dice orgulloso. Pronto se hace amigo de Emilio a quien llama Rockefeller por haber sido director de banco. Miguel comprende que tiene Alzheimer y lo trata con cariño. Emilio es consciente de que pierde facultades y consulta al médico del centro quien le miente negando que él tenga la enfermedad. No obstante lo habla con su amigo y este le confirma su temor aunque tranquilizándole: “puedes pasar años sin empeorar”. Con fuerzas renovadas Emilio decide colarse en la piscina (le encanta nadar) y Miguel le acompaña en ese momento de libertad.
Cuando se empieza a hacer más evidente el Alzheimer, Miguel hace todo lo posible y más para que el personal del centro no se dé cuenta. Quiere evitar que se lleven a Emilio a la planta de arriba, quiere evitar perder otro amigo (su anterior compañero acabó allí). En este sentido es bella la escena en un mañana de visita médica, vemos a Miguel ayudando a Emilio a vestirse bien, el amor con que lo hace y cómo le habla de que el personal médico se fija mucho en la manera en que van vestidos: “para ver que tal van las neuronas”.
Una noche en la que Emilio en su confusión quiere marcharse del centro, Miguel le ayuda a escapar. Acaban en un coche junto a Antonia, otra interna; Emilio conduce al son de El huerfanito del mítico Antonio Machín, tres huérfanos perdidos que finalmente en su temeridad se accidentan. Tras el percance Emilio es enviado ya al piso de arriba. Miguel está muy triste, lo vemos intentando suicidarse pero al encontrar los objetos perdidos de su amigo llora con desesperación observando su fotografía.
Ahora Miguel es otro, se entrega a ayudar, sube a la planta de arriba a menudo para auxiliar a su amigo y hacerle compañía. Y ayuda a todo el que puede, él que antes mantenía distancias e incluso se aprovechaba del despiste de otros internos para sacarse algún dinero, él que decía que los enfermos avanzados de Alzheimer no se enteran de nada…
Lejos queda ya ese Miguel que no entendía lo que es entregarse, ese Miguel que tanto dolía a su amiga Antonia quien le decía: “tú no entiendes porque nunca has querido a nadie”, al comentar la bella historia de Loli y Modesto; él enfermo avanzado de Alzheimer y ella interna por voluntad propia para hacerle compañía susurrándole constantemente a la oreja una palabra: “tramposo”, que le hacía sonreír, tras la palabra la maravillosa experiencia vivida que los unió para siempre. Susurrar una palabra cómplice, lo que ahora también hace Miguel con su amigo a quien con camaradería sigue llamando Rockefeller mientras observa su sonrisa.
Como suele ocurrir, la máscara del “¡bah!” es un intento de protección personal, tras ella se esconde la persona sensible que se emociona. Emilio ha conseguido que Miguel se la quite, y con ese quitar desaparece el orgulloso: “vivir sin ataduras” de la distancia-no implicación con la que quería evitar el dolor.
Demasiada soledad
Con su cambio de actitud Miguel alivia la soledad de muchos de sus compañeros, soledad fruto de las carencias de un centro falto de personal suficiente como para atenderlos en su diferencia. Tras cada uno de ellos hay personas perdidas que han ido aislándose en sus mundos, es el caso de una mujer que se refugia en el pasado y se cree pasajera del Orient Express, otra que ve marcianos y teme estar sola…
Soledades que no son sólo de ancianos. En el centro vive también una joven discapacitada física, una joven que sufrió un accidente y al no tener familia fue internada allí, una joven rebotada con todo y que para que “no perturbe” a los demás la tienen confinada en la planta de arriba. Triste, una joven que requeriría una atención muy personalizada es enviada a una cárcel que la hunde y consume.
No es fácil encontrar soluciones a estas soledades, a estas personas que “molestan” y más cuando se trata de enfermedades como el Alzheimer que requieren mucha dedicación.
Si hablamos de ancianos que conservan sus facultades y viven solos, una buena propuesta es la desarrollada por ayuntamientos como el de Barcelona o Madrid en España, programas de convivencia en donde jóvenes estudiantes residen en viviendas de gente mayor compartiendo gastos y tareas: «se ayudan mutuamente para alcanzar un bienestar conjunto y una mejor calidad de vida en un sentido amplio. Es un programa en que cada parte aporta y, al mismo tiempo, recibe. Es un intercambio que no solo es material, como puede parecer de entrada, sino de experiencias, compañía y ayudas”, explican en su publicidad.
Cuando la persona es dependiente, si la familia no puede-quiere atenderlo en su hogar (el propio o el de los hijos) la “solución” es la residencia. Ferreras retrata qué significa ese cambio en lo poco que queda de vida del anciano y la necesidad de máxima atención por parte de la familia (informarse de la verdad del centro y visitar a su padre-abuelo a menudo) y de las instituciones implicadas (priorizar el servicio social al negocio). Es de agradecer que nos lo muestre para que seamos más conscientes de esta realidad de nuestro mundo occidental en donde la ancianidad ha sido desafortunadamente tan relegada.
Dedicado a Josep, Rosa, Eduard, José y Vicente abuelos felizmente encontrados, familia del corazón más allá de esta vida.
Jordi Mat Amorós i Navarro es pedagogo terapeuta por la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.
Tráiler:
Imagen destacada: Un encuadre de Arrugas (2011), del realizador argentino Ignacio Ferreras.