No estamos ante un relato cinematográfico más de amor: es la historia vivida por la primera escritora chilena del siglo XIX, en el corazón de la Región del Maule, y fueron sus registros los que hoy nos permiten disfrutar, gracias a la pasión de otros artistas, de este filme de impecable y sofisticada belleza, el cual se pudo apreciar a intervalos (por desgracia) durante este mes de marzo en la Cineteca Nacional de Santiago.
Por Alejandra M. Boero Serra
Publicado el 29.3.2019
«Una carta de amor, en que oigas el grito que de lo íntimo del corazón de tu Carmen te dice que te ama, que te idolatra, que tú únicamente posees todos sus afectos…»
Carmen Arriagada
La desolación de una mujer junto al mar, también desolado, buscando ahogar vaya uno a saber qué. La aridez de un pastizal en el que se queman cartas, cartas de amor. Así comienza Ausencia (2017).
La película dirigida por Claudio Marcone y Liu Marino -ambos, expertos en fotografía (Claudio además de sus estudios de cine y dirección de cine y televisión, se especializó en fotografía; Liu es cineasta y fotógrafa)-, cuenta como director de fotografía a Enrique Stindt y en la dirección de arte a Bernardita Ross Steading y Camilo Solís. Juntos logran una obra de impecable belleza. La iluminación va creando atmósferas y verdaderos cuadros -hiperrealistas- que acompañan las tensiones del guión de Rodrigo Antonio Norero. ¿Cuadros que podrían haber sido pintados por Johann Moritz Rugendas?
Talca y Constitución, año 1845. En este ambiente austral, inhabitado e inhóspito se destruyen, se extravían y llegan cartas de amor. Y se viven y resignan historias de amor y de pasión. Carmen Arraigada (Daniela Ramírez) -mujer brillante, culta, libertaria y liberal- y el pintor -viajero alemán- Rugendas (Diego Noguera) se conocen y se enamoran. En un paisaje indómito confluyen un artista aventurero y una joven que lee todo lo que se publica en Europa -en inglés y en francés-, y que se involucra en debates políticos e intelectuales relacionándose con lo más granado de esos ámbitos. Además desafía muchos mandatos del siglo XIX: la maternidad y el mundo femenino de la época no la convocan. Sus inquietudes y reclamos son los mismos que los de una mujer de este siglo XXI.
Carmen está casada con el coronel Eduardo Gutike (Francisco Ossa) -oficial prusiano del ejército chileno caído en desgracia por haber estado del lado de los perdedores, inepto agricultor que siente su vida como fracaso- quien sabe de la insatisfacción de su mujer y de la infelicidad que supone su matrimonio al tiempo que es testigo, no mudo, sí discreto de la relación que mantienen Carmen y Moritz.
Esta relación que no es vivida con felicidad. Hay distancias que la palabra no puede sortear, sólo sublimar. La escritura de esas cartas menguan el hastío y las ausencias que rodean a Carmen. Rugendas viene a paliar un vacío: con él se siente una mujer de dos mundos, la excepción y la transgresión de un modo de ser que no sólo se muestra en las obras de los románticos europeos. Ella se siente y se vive como una heroína clásica, sin caer, jamás, en el bovarysmo. Su racionalidad es tan fuerte como su emocionalidad.
Y está Gutike, un ser desesperado y envuelto en su propia frustración. Sin embargo es el personaje que tiene la capacidad de amor y de aceptación mayor: sólo pide al amante/amigo que no lastime a su esposa. Tanto Clara como él, en un punto, se corren del siglo que les tocó en suerte para llegar al nuestro, seres en conflicto con sus estructuras amorosas que ven cómo cuando el deseo aparece, todo puede ser de otra forma. Gutike no actúa como un machista, en eso es tan excéntrico como su esposa. O quizás es el único que sabe amar…
¿Qué hace de Ausencia un filme necesario, deseable, innovador habiendo 235 cartas de la protagonista y novelas (Carlos Franz, César Aira) que nos cuentan, en todo o en parte, esta historia? Acá hay una ficción que toca las fibras más sutiles de un tiempo que parece lejano, pero ya vimos que no tanto. Hay una reconstrucción de la memoria colectiva a través de detalles cotidianos, domésticos, íntimos: cómo se amaba (tantas formas como hoy), qué se comía, de qué se hablaba y cómo, qué y cómo se leía. Un retrato que aún dejando fuera mucho del cuadro histórico lo va bosquejando en la piel y en la voz de sus personajes sin olvidar el centro de pulsiones y pasiones. Hacía mucho, pero mucho, mucho tiempo que no veía una obra tan compacta, sólida y sin fisuras gracias al trabajo conjunto entre directores, actores y técnicos. El vestuario de Lizbeth Haltenhoff, el sonido de Cristián Mascaró, la música -y ¡qué música!- de Darío Seguí, ya hablamos de la dirección y la fotografía. El montaje de José Luis Torres Leiva es otra fuerte pincelada: los flashback, las escenas en las que Carmen sólo es una con el agua y en el agua, Rugendas leyendo esa última carta, Carmen lacerando el papel con su pluma…
No estamos ante una historia más de amor: es la historia vivida por la primera escritora chilena del siglo XIX en estos lares. Fueron sus registros los que hoy nos permiten disfrutar, gracias a la pasión de otros artistas, de Ausencia.
«Me gustaría tanto tener las alas del cóndor. Así podría volar lejos. Cruzar este río sin puente que tengo ante mí. No hay salida fácil. No soy pájaro. No puedo volar. Pero sí hay algo que puedo hacer y que el cóndor nunca podrá: puedo soñar con eso». La poesía de Carmen es la que desplegaron estos tremendos artistas que hicieron de Ausencia lo que el cóndor y lo que Carmen pretendió en su momento y no pudo. Lo pudo hoy. Sus contemporáneos se lo agradecemos infinitamente.
Parece que, por el camino transitado, otros tantos espectadores, más aptos y entendidos que quien escribe, entendieron de qué iba esta obra de arte. Una muestra más de que no todo es tan igual, de que los centros tienen periferias y que en ellas el arte sigue la revuelta.
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–Ausencia: Un drama sensual e histórico en el Chile del siglo XIX.
Alejandra M. Boero Serra (1968). De Rafaela, Provincia de Santa Fe, Argentina, por causalidad. Peregrina y extranjera, por opción. Lectora hedónica por pasión y reflexión. De profesión comerciante, por mandato y comodidad. Profesora de lengua y de literatura por tozudez y masoquismo. Escribidora, de a ratos, por diversión (también por esa inimputabilidad en la que los argentinos nos posicionamos, tan infantiles a veces, tan y sin tanto, siempre).
Tráiler:
Imagen destacada: La actriz Daniela Ramírez en una escena del largometraje Ausencia (2017).