El volumen -organizado como fragmentos con título- es una suerte de diario poético, y donde a través de estos poemas en prosa, se revela aquella búsqueda por paisajes humanos del escritor español y que terminan en sobrecogimiento e introspección: al transmitir serenidad, mediante sus odas al mar, a la hierba, a los frutos, en palabras sobre las cuales también despliega sensualidad y melancolía.
Por Nicolás Poblete Pardo
Publicado el 6.7.2019
Autorretrato sin mí (2019) es la última publicación de Fernando Aramburu (proyectado internacionalmente gracias al éxito de su novela Patria, ya traducida a varios idiomas). Al igual que Patria, la edición está a cargo de Tusquets, en una hermosa colección (“Nuevos textos sagrados”), dirigida por Antoni Marí. Y es que el libro de Aramburu (San Sebastián, España, 1959) tiene algo de sagrado entre sus páginas. Decir que este libro encanta, o que te encanta, tendría que sugerir la idea de lo que esa palabra significa en su acepción más asombrosa: la de someter a poderes mágicos.
El volumen, organizado como fragmentos con título, es una suerte de diario poético. A través de estos poemas en prosa, se revela aquella búsqueda por paisajes humanos que termina en un sobrecogimiento y en una introspección, como vemos en “Polvo de hombre”, donde la voz narrativa reflexiona: “vuelvo a casa agarrado a mis dos sombras, con las manos, como siempre, vacías de respuestas”. Ese es el tono de Autorretrato sin mí, una colección de entradas que hablan de lo más humano, lo más doloroso; también lo más inspirador e iluminador.
Los temas que Aramburu trata van desde la carta al padre (opuesta a la de Kafka), donde manifiesta su agradecimiento, su aprecio, el dolor de su luto (“¿No habrá, padre, un techo que proteja de tu muerte?”), hasta explicaciones sobre rupturas, divorcios, la protección de la música, el recuerdo de lo pasado, el cuerpo y el lugar del escritor. Él es quien se mira en ese espejo que, a veces, humilla; el que busca en los libros y en una habitación algún cobijo: “[B]usco porciones de profundidad que procuren espacios nuevos a mi defectuoso entendimiento. Busco un poco de música verbal que me consuele y emocione”.
Autorretrato sin mí transmite una serenidad, a través de sus odas al mar, a la hierba, a los frutos. Transmite también melancolía y sensualidad; los sentidos se exaltan para conseguir incluso momentos zen, de una delicada espiritualidad. Cuando habla de las palabras, revela: “Con ellas quise comprender los sueños, los rostros que amé y perdí, los ojos de los gatos, la luz impasible de la Luna en la nieve… No he sido nada del otro mundo, un simple hombre atareado en juntar signos frente a la noche”. Se trata de aquella unión entre espiritualidad y creación artística que lo acerca a los poetas, a quienes rinde homenaje. Se declara contagiado por García Lorca; gracias a él: “he contraído el fervor incurable por la poesía. Ya nunca nada será lo mismo”.
Algunos pasajes consiguen comunicar esos momentos únicos de comunión que podemos experimentar en presencia de otros, en el espacio urbano, con testigos de por medio. Un momento zen ocurre al escuchar un músico callejero tocando el saxo; la energía que se produce entre los espontáneos auditores de la performance admite una emoción personal que puede compartirse. En “Réquiem por el tiempo”, leemos: “Me da pena que un día se muera el tiempo sin nadie que lo llore… al único acaso que tuvo vida entre nosotros”. Pasajes como estos me recuerdan el inmortal poema de John Donne, “Death be not proud”. Pero también aquí se reconoce y agradece la tradición, que se cita en el texto: Neruda y Albert Camus son algunos de los puntos más evidentes. Albert Camus, dice, es quien le enseñó: “a amar al hombre por encima de la idea, y a amar la cara del hombre por encima del hombre, y a amar los ojos, la frente, la boca personal del hombre por encima de su cara”.
Quizá leer este libro en invierno sea lo ideal, pues su lectura requiere de un recogimiento, tal como el que experimenta la voz narrativa, con sus observaciones sobre los pájaros de invierno, el calor de una sala cómoda y calefaccionada para leer. “No hay para el residente de tan inhóspita belleza otro consuelo que el ajetreo en el refugio caldeado”, comenta. Y requiere de atención para apreciar figuras poéticas que muestran una marca singular, como: “una buena barrida al suelo de mi soledad”, o el “portón de una memoria”, o “el cesto de la memoria”. En este recuento, en las postrimerías, quedan aquellos momentos de amor y conexión. Y compasión, como vemos con la hija, quien (involuntariamente) le traspasa esta sabiduría…
Somos individuos con la capacidad de conectar. Pero estamos solos: “Ya no tengo más alma que estar solo”. Más adelante, leemos: “Yo apenas me alejo de mi soledad… Yo estoy tan solo a solas como en presencia de los otros”.
Nicolás Poblete Pardo (Santiago, 1971) es escritor, periodista y PhD en literatura hispanoamericana por la Washington University in St. Louis, Estados Unidos. En la actualidad ejerce como profesor titular de la Universidad Chileno-Británica de Cultura y académico de la Universidad Andrés Bello, y su última novela publicada es Sinestesia (Editorial Cuarto Propio, Santiago, 2019).
Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.
Imagen destacada: El volumen Autorretrato (2019) en sus diversos formatos de edición.