La obra que apreciamos en estreno este jueves 21 de marzo nos invita a revisar un romance clásico de la mano de un gran cuerpo creativo y técnico. Su sencillez estética nos permite observar con cercanía el lenguaje corporal de la danza y tal vez comprender mejor la evolución de su autonomía gestual. Probablemente y gracias a exhibiciones como ésta, estemos en mejores condiciones de aceptar en nuestros escenarios más títulos contemporáneos, lo que no sólo es deseable, sino que tal vez necesario.
Por Deysha Poyser
Publicado el 25.3.2019
El Teatro Municipal de Santiago revisita Raymonda este 2019, el clásico que fuera estrenado por primera vez en el borde mismo del siglo XIX con música de Glazunov y la coreografía de Petipa, hoy es adaptada y dirigida por el chileno-argentino Luis Ortigoza y el director Pedro-Pablo Prudencio. Ciertamente, revisitada.
Para la ciudad de Santiago Raymonda no es un título más entre los clásicos del ballet, forma parte de los repertorios de danza reconocidos por su exigencia técnica y expresiva, arribando a nuestros escenarios a comienzos de la centuria pasada. Entre 1917 y 1920 la reconocida Anna Pavlova, -como muchas otras compañías que dieron giras fuera de Europa evitando la Guerra- visitó las principales ciudades del país para mostrarnos entre otras, esta pieza.
Esta venida se entrecruza con la historia de los orígenes de nuestro ballet, que mostró un particular interés por las exploraciones modernas pero que tuvo que replegarse a esquemas clásicos para conquistar su consolidación; entre otras razones la Ópera, hermana inseparable del ballet, era una competencia importante por la atención del público en formación. Mientras en París, nos enseña la historia de Hobsbawm, Diághilev, montaba Parade, con diseños de Picasso, música de Satie, libretos de Cocteau y notas de Apollinaire, el destino de nuestro ballet se debatía entre la exploración clásica y la moderna. El resultado es, si acaso se puede hablar en estos términos, una institución que nos permite contar con la continuidad de un cuerpo de danza de alto nivel capaz de poner en escenario con poder sintético y técnico, una pieza de grandes requerimientos.
Luis Ortigoza, ciudadano de gracia para el Estado chileno por su aporte al ballet, ya nos mostró su Raymonda el 2017, siendo aclamado, y horadó el camino para su nueva edición. Ésta es menos extensa que la coreografía original y mantiene lo que parece ser un elemento elocuente para nuestros días: el choque de dos mundos culturalmente ajenos. Una joven y bella mujer se presta ante el escenario como el nudo dramático entre dos realidades vueltas amantes. Escenificada entre la Cuarta (1202-1204) y la Quinta Cruzada (1217-1221), lo que vemos con Raymonda es la tensión entre la ilusión como promesa y la fantasía como prohibición. La distancia entre el mundo católico y musulmán se encarna en un romance con los personajes de Jeann de Brienne, un caballero cruzado y Abderakhman, uno sarraceno.
Es preciso destacar no sólo la performance de los solistas, en particular la de la principal el día del estreno, Romina Contreras -quien expuso con resistencia física y expresiva seis solos inusitados que en muy pocas ocasiones le valió un desfase con el ritmo musical-, sino la puesta en relación de aquellos con el cuerpo de danza en general, lo que se resuelve en una presentación compacta y a mi parecer, más exigente por la preeminencia del todo escénico.
Estos requerimientos se pusieron a prueba en momentos álgidos, cuando la música indica la entrada de mundos diferentes a los delicados sonidos del castillo de la Condesa Sybille de Doris. Una coreografía rápida, dura y exótica se vio fortalecida por un cuerpo de baile sólidamente dispuesto. Parte de este rasgo sin dudas se lo debemos a Ortigoza, pero también a la iluminación, al vestuario y al trabajo sobre la escenografía. La paleta de colores para exhibir los diferentes momentos fue contundente en términos narrativos. Por ejemplo, lograr evidenciar la realidad onírica de Raymonda mediante un azul eléctrico envolvente con destellos múltiples venidos tanto del escenario como del vestuario, ofrecieron un ambiente nocturno íntimo que se refuerza con el uso de luces blanquecinas sobre la soñadora. Los morados y dorados que vistieron al mundo musulmán también, terminan en contrarios verdeazulados que profundiza el desconsuelo por el desamor ya profesado y la pérdida mediante duelo. Y es que la fidelidad de Raymonda por su amado caballero, encarna más bien un apego a la certeza de lo conocido y con ello al elevado orden divino que se celebra al terminar la pieza, exultante de dorados. Apego cuya poética puede hoy ser reevaluada.
La obra que vimos en estreno este jueves 21 de marzo nos invita a revisar un romance clásico de la mano de un gran cuerpo creativo y técnico. Su sencillez gramatical nos permite observar con cercanía el lenguaje corporal de la danza y tal vez comprender mejor la evolución de su autonomía gestual. Probablemente y gracias a exhibiciones como ésta, estemos en mejores condiciones de aceptar en nuestros escenarios más obras contemporáneas. No sólo es deseable, sino que tal vez necesario.
Las funciones de Raymonda continúan este lunes 25, martes 26 y miércoles 27 de marzo, a las 19:00 horas, en el Teatro Municipal de Santiago.
Deysha Poyser es licenciada en ciencias biológicas de la Pontificia Universidad Católica de Chile, y actualmente es tesista de la misma casa de estudios a través de su programa de licenciatura en estética. Sus intereses e investigaciones académicas y personales se enmarcan en una preocupación por una reflexión fenomenológica consistente sobre lo vivo, la vida, la subjetividad y la experiencia. Cultiva su amor por las artes en su tiempo libre.
Tráiler:
Crédito de las fotografías utilizadas: Municipal de Santiago, Ópera Nacional de Chile.