En un día como hoy, pero de 1982, se estrenó en los Estados Unidos este filme que aborda el tópico de la memoria como un soporte vital no sólo de los seres humanos, sino también para los replicantes (androides), “ese montón de espejos rotos», al decir de Jorge Luis Borges, y quienes buscan la trascendencia dentro de un mundo distópico, y anhelan ser amados, mientras advierten que el miedo es el ente rector de cualquier existencia, sea esta biológica o cibernética.
Por Aníbal Ricci Anduaga
Publicado el 25.6.2020
Replicante es un tipo de androide creado por Tyrell Corporation con el propósito de realizar el trabajo pesado en las colonias espaciales. Nexus–6 es el modelo más avanzado, concebido para alcanzar una vida útil de cuatro años, límite que le impide desarrollar una cognición empática que los haga idénticos a los seres humanos. Fueron creados como una extensión de las capacidades humanas, buscando satisfacer fines comerciales.
Blade Runner nos instala en un futuro hipotético, acaso uno inconsciente imaginado por Rick Deckard (Harrison Ford). «Me amas… confías en mí», le pregunta a Rachael (la replicante perfecta), ignorando él mismo su origen, pero intuyendo que el amor y la confianza responden a profundas interrogantes tan importantes como ¿de dónde vengo?, ¿a dónde voy? o ¿cuánto tiempo me queda?, aunque más inmediatas y al alcance de memorias finitas.
La película aborda el tema de la memoria como soporte vital no sólo de los humanos, sino también de estos replicantes, “ese montón de espejos rotos” (Jorge Luis Borges), buscando trascendencia dentro de un mundo caótico, anhelando ser amado y advirtiendo que el miedo es un ente rector de sus existencias.
Los protagonistas de esta distopía se aferran a los recuerdos con que sus creadores los controlan. «Es toda una experiencia vivir con miedo», confiesa Roy Batty, replicante que ha vivido experiencias vedadas a la mayoría de los humanos.
El miedo a que se cumpla una fecha de expiración inmovilizaría a cualquier ser humano, con mayor razón para estos seres cibernéticos que sólo perciben la realidad durante un breve lapso. Poseen capacidades sobrehumanas y experimentan eventos extraordinarios, pero cuatro años probablemente son insuficientes para desplegar afectos.
Estos replicantes evidencian emociones con la única certeza de que les queda poco tiempo. Cada acto posee una significación mayor, cada palabra los acercará más a ese final no deseado. Ellos sienten miedo al igual que los humanos, pero la intensidad de ese miedo es inversamente proporcional a sus años de funcionamiento. Al acotar su vida a sólo cuatro años, un símil del “miedo a morir” les hace difícil sobrellevar la existencia. Sus capacidades expandidas captan una mayor información del entorno y pueden experimentar situaciones muy peligrosas, por lo que la pérdida de toda esa experiencia les resultará incomprensible y aquel sentimiento de miedo se hará insostenible. Sus emociones se desbordarán, la moral se volverá más relativa.
En el caso de los humanos, las expectativas de vida son mucho mayores y el miedo a la muerte un constructo lejano sobre todo en los primeros años. Este miedo atenuado es un poderoso motor que nos mueve a alcanzar objetivos mayores. El temor podría resultar en una fuente de motivación para crear condiciones favorables para futuras generaciones.
Blade Runner plantea que los replicantes pueden entrar en pánico, en cuatro años jamás lograran desarrollar emociones estables. El miedo los volverá violentos y harán lo imposible por extender sus vidas.
La novela de Philip K. Dick (Do androids dream of electric sheep?) se sublima en la versión cinematográfica de Ridley Scott. El último diálogo concluye a la perfección dos historias: cine negro futurista y romance hilvanado en puntos de vistas diferentes: el replicante (Rachael) y el humano (Rick Deckard), condensados en palabras simples:
—Me amas.
—Te amo.
—Confías en mí.
—Confío.
El amor y la confianza son la respuesta a las interrogantes de todos, las de Deckard por cierto, aunque también es satisfactoria para la replicante. Respuestas que sustituyen a las preguntas de toda creación:
—¿De dónde vengo?
—¿A dónde voy?
—¿Cuánto tiempo me queda?
Blade Runner es un lúcido intento de contestar estas interrogantes. Una primera arista abordará el tema de la memoria como soporte vital de nuestra existencia, entendiéndola como aquello que sobrevive e impone sobre sistemas de creencias como la publicidad o la religión. Un segundo enfoque será inmediato, más terrenal si se quiere, e invocará el espectro de las emociones humanas como una forma instintiva de encontrar amor y empatía en otros seres humanos, único mecanismo a nuestro alcance para reformular las interrogantes planteadas por Ridley Scott que hacen más llevadera nuestra muerte, fecha de caducidad en los organismos replicantes.
La cognición empática implicaría que la existencia de un individuo se valida con la existencia de otras personas. Me importan las opiniones de los otros y hago valer mis puntos de vista ante los demás. El Dr. Tyrell no quiere que los replicantes se vuelvan humanos, en cierto modo limita a sus creaciones desde una óptica economicista. «Goza de tu tiempo», le responde Tyrell (creador) a Roy (Rutger Hauer), el jefe de la insurrección replicante. Su tono arrogante será silenciado por las emociones desbordadas de que fue artífice, un justo precio por haber jugado a ser Dios.
Cuando Deckard dispara a Pris (Daryl Hannah), Roy de verdad derrama lágrimas y siente deseos de venganza. Sabe que su ciclo está terminando y se entierra un clavo en la mano para seguir sintiendo dolor. Antes de morir perdona a Deckard: «Todos estos momentos se perderán… como lágrimas en la lluvia». Los recuerdos alojados en la memoria del replicante se perderán para siempre.
Blade Runner es una obra precursora de la ciencia ficción exhibida por la corriente cyberpunk. Anticipa los problemas de la tecnología y todavía sigue dándonos respuestas.
La pérdida de memoria propiciada por la irrupción de una tecnología (redes sociales) nos traslada a un presente ficticio donde los recuerdos ya no dependen del transcurso del tiempo, sino de una realidad virtual que viaja a través de internet. Convivimos con una memoria borrosa de imágenes simultáneas que han ido atenuando nuestras emociones. Nos hemos convertido en una especie de replicantes adormecidos. Si los replicantes no llegaban a formular emociones satisfactorias, la humanidad en cambio transita por un camino sin retorno hacia un mutismo emocional.
Rick Deckard no entiende por qué los replicantes (proscritos en el planeta) se arriesgan con volver a la Tierra. Quieren conocer a su creador, simplemente extender sus vidas extraordinarias. Se aferran al pasado y a los recuerdos con que sus creadores los controlan.
«Es toda una experiencia vivir con miedo».
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Aníbal Ricci Anduaga (Santiago, 1968) ha publicado las novelas Fear, El rincón más lejano, Tan lejos. Tan cerca, El pasado nunca termina de ocurrir, y las nouvelles Siempre me roban el reloj, El martirio de los días y las noches, además de los volúmenes de cuentos Sin besos en la boca, Meditaciones de los jueves (relatos y ensayos) y Reflexiones de la imagen (cine).
Tráiler:
Imagen destacada: Harrison Ford en Blade Runner (1982), de Ridley Scott.