Este poemario de la novel autora chilena es un texto inquieto, casi un desafío lúdico a la manera de los crucigramas, donde cada aseveración va cruzando formas distintas y caóticas de contemplarse, que recuerdan en su estética y en su desafío literario al «Libro de las preguntas» de Pablo Neruda.
Por Nicolás Meneses
Publicado el 25.1.2019
A la manera de Édouard Levé en sus célebres libros Autorretrato y Suicidio, esos ejercicios autobiográficos que están entre los más logrados y contundentes de la literatura francesa, Curvatura del ánimo (2018) de Daniela Escobar (1984) es una exploración fascinante de la subjetividad dejando atrás el modelo clásico del autorretrato físico y psicológico tradicional de la narrativa, pues nos plantea un ejercicio minucioso de autolectura personal, descentrado del yo y puesto en la inquietud de una percepción particular e inquieta de sí misma y del resto de las cosas.
En un mundo plagado de estímulos, ahogados en una corriente de información avasalladora, llama la atención que nuestra vida y nuestra percepción sean tan chatas y grises, que nuestras fijaciones se posen en los mismos objetos y hechos y no generen más combinaciones ni ideas que las que propone la posmodernidad. La cantidad de callejones en los que puede adentrarse nuestra cabeza a través del lenguaje es infinita y, sin embargo, nuestra libertad de enunciación minúscula. La hablante de Curvatura del ánimo consigue revolver su paisaje doméstico, cotidiano y barrial y transformarlo en un paraíso para las divagaciones, los juegos de palabras y los giros de sentido a partir de sentencias simples que nos llevan a cuestionamientos radicales de la experiencia, leemos desde la página 9: “Agua y cloro prometen una vida limpia,/ pero los nombres llegan antes del nacimiento./ Expulsión. La raíz no debe ser partida.”
Los juegos de palabras logran poner el sentido constantemente en cuestión, esto junto con las interrogantes que plantea el primer libro de Daniela Escobar que recuerdan al Libro de las preguntas de Neruda, obra que se ha leído como poesía infantil, tratando de rebajarla, pero que leída de manera atenta se convierte en una compleja y lúcida mirada sobre el mundo, libre, llena de imágenes, metáforas y una alta intensidad sensorial. En Curvatura del ánimo encontramos cuestionamientos similares, a tono con la intención del libro de Neruda, leemos en la página 10: “Triste, feliz, triste, feliz,/ triste, feliz// El cielo es bueno, la tierra es buena,/ ¿quién los juntará?”, o en la página 23: “Si lo espiritual ya fue sembrado,/ ¿para qué restringir lo material?”, o en la 29: “Tomo una pera, le saco el palito,/ ¿con qué letra del abecedario/ coincide este desgarro?”.
Otra vertiente importante del libro tiene que ver con el “almacén de objetos” que despliega la hablante en sus poemas, como cada cachivache cobra vida en todas sus dimensiones, texturas y relieves, casi en un ejercicio de prosopopeya digna de alguna escena de Alicia en el país de las maravillas, donde la hablante interactúa con lo inanimado dándole un movimiento y un rol y por ende, vida; leemos de la página 16: “Tosí. Pequeños hombres atléticos/ corrieron por el lavamanos.// un brote alrededor de sus cabezas/ ―como si estuvieran felices y llenos de vida,/ era el alimento que los ayudaba a multiplicarse.” O en la página 53: “El clavel del aire/ se acurruca en mi cuello/ y llora”.
Quizá la mejor manera para hablar de este libro sea citándolo en extenso, leer un par de poemas y luego pasar a comentarlos, ver cómo se abre a sus múltiples posibilidades. Enmarcarlo dentro de una propuesta o un tema central sería un error. Pese a esto y como menciona la contratapa, todo se aúna en este carrusel emocional donde el ánimo parece ser la fuerza vectora de estos poemas. “Primero llorar, después aprender a leer” y quizás en esta sentencia que abre el libro radique la clave de lectura de Curvatura del ánimo, un libro inquieto, casi un desafío lúdico a la manera de los crucigramas, donde cada aseveración va cruzando formas distintas y caóticas de contemplarse.
Nicolás Meneses (Buin, Chile, 1992) ha publicado el libro Camarote (Ediciones Balmaceda Arte Joven, 2015) y Panaderos (Hueders, 2018). Becario de la Fundación Neruda (2016) y del Fondo del Libro y la Lectura (2015, 2018), también ha ganado diversos concursos literarios, entre los que destaca el Premio Roberto Bolaño en la categoría de cuento (2017). Escribe sobre poesía para diversas revistas digitales. Actualmente se encuentra preparando el volumen de relatos Reencarnación bajo el sello Jámpster eBooks.
Crédito de la imagen destacada: Ediciones Overol.