En la actualidad hay una guerra entre Armenia y Azerbaiyán, en la República de Artsaj, nombre homanish de la región de Nagorno Karabagh. No me detendré en la cuestión política, económica ni militar del conflicto, pero analizaré el espíritu de las palabras que llevan a la lucha en una zona en disputa, la cual es un enclave situado (clavado) en el territorio azerí, con población históricamente de origen armenio.
Por Ana Arzoumanian
Publicado el 27.10.2020
«Hay cosas que no se dicen en dos lenguas».
Abbas Beydoun
En una de las traducciones de la Ilíada, el Canto I comienza diciendo: “la cólera canta, oh diosa, del Pélida Aquiles, maldita, que causó a los aqueos incontables dolores, precipitó al Hades muchas valientes vidas de héroes y a ellos mismos los hizo presa para los perros y para todas las aves”.
El título tradicional de estos versos es el de “Cólera” (Ménis). Homero narra así la cólera de Aquiles en el último año de la guerra de Troya. Tras una invocación la Musa cuenta que Agamenón obró conforme al plan de Zeuz. Batallas, duelos, embajadas, ofrendas, asambleas, juramentos, discursos, monólogos. El héroe épico insiste, mientras que el poema da informaciones sobre la organización política y social, la geografía y los mitos y las costumbres de la época.
La táctica militar de los hoplitas, el combate desde el carro, los tiros de cuatro caballos, el consejo de incinerar a los muertos y llevar a casa los huesos a los niños es compuesto para ser cantado oralmente, pero es, a la vez, un documento histórico. La cólera de Aquiles narrada por la Ilíada es un símbolo de toda la guerra. Y la guerra es entre troyanos y aqueos.
No hay indicación acerca de la estación del año en que suceden los combates, y las luchas son estilizadas de modo que el resto del campo de batalla parece desvanecerse mientras sucede el cuerpo a cuerpo entre los guerreros. Hay un contenido moral en el comportamiento atribuido a los combatientes, una elevación espiritual y una humanidad en el héroe y un deseo propio de la cultura griega antigua de sacar de la contienda una explicación racional.
El poema comienza cuando la guerra termina.
Este hecho me hace pensar en la pregunta de Theodor Adorno acerca de cómo escribir poesía épica después de Auschwitz, él se cuestiona si escribir poesía épica no sería de la barbarie. Claro que habrá que detenerse en ese “después” de la frase de Adorno. Porque el trauma que ocasiona un genocidio, un holocausto, no permite el pasaje del tiempo de un antes a un después; sino que el después nunca llega.
El pensador de la escuela de Frankfurt reescribió su pregunta, llegando a la conclusión que se debía escribir pero con determinados medios estéticos que no renovaran el horror, o que dieran cuenta de él.
Hay una guerra entre Armenia y Azerbaiyán.
Hay una guerra en Artsaj, el nombre armenio de Nagorno Karabagh. No me detendré en la cuestión política, económica ni militar de la guerra. Nagorno Karabagh es un enclave situado (clavado) en el territorio de Azerbaiyán con población históricamente armenia.
Stalin había establecido el dominio azerí de esa entidad autónoma. Existían en la URSS varios territorios con esta categoría de autonomía. Territorios que luego entraron en disputa, una vez caída la URSS: Abjasia, Osetia del Sur, Crimea, Transnistria. En una guerra que comenzó apenas caída la Unión y que duró hasta el año 1994, Armenia logra la liberación del territorio estableciendo un gobierno independiente.
De modo que se constituye la República de Artsaj con un reconocimiento débil de la comunidad internacional. El cese de fuego entre ambas naciones no se cumplió del todo y en el año 2016 el conflicto devino en una guerra de cuatro días. Hasta que los acuerdos de paz devolvieron cierta tranquilidad, mientras que Armenia extiende sus territorios, liberándolos, desde el corredor hasta la zona del enclave.
Este mes de septiembre Azerbaiyán comienza bombardeando la ciudad capital de Artsaj: Stepanakerd, resultando un enfrentamiento de pérdidas incalculables de soldados y de daños culturales en la región.
Pero la pregunta es: ¿podemos escribir/ decir algo mientras la guerra está sucediendo? ¿Hay palabras contemporáneas a la acción? ¿Son posibles?
La siguiente pregunta sería: ¿cuáles palabras serían posibles de ser dichas mientras el campo de batalla está atravesado por la muerte?
Palabras, sí hay.
No, palabras poéticas. Sí palabras estetizadas donde el honor, la dignidad, el pasado de un pueblo, la grandeza de una nación, el trauma de un genocidio, el subsiguiente trauma del negacionismo estén representados por frases, “dichos”.
El primer dicho que aparece en una guerra es: vamos a ganar. Aunque nadie se pregunte qué es ganar. ¿Territorio, dignidad, reparación histórica? Ciertamente la ecuación para ganar sería: perdemos vidas, ganamos un futuro nacional.
El primer ministro de Armenia llama a todos los hombres de la diáspora a unirse como voluntarios del ejército para salvar la patria, la Nación Armenia. Entonces pienso en los campos donde se dirimen las palabras. ¿Qué es una nación?
Para los armenios azk es nación y Hayots azk nación de los armenios o nación Armenia, o pueblo armenio.Para comprender mejor esta palabra habría que pensar en sus derivados: azkanún significa apellido y azkagán: pariente, azkapán: genealogía. De modo que la noción de pueblo o comunidad está ligada íntimamente a lo familiar, pero aún mucho más cercano, al propio nombre.
Para una persona de Sudamérica el apellido es un nombre de familia y apellidar es llamar a alguien nombrándolo, apelar, interpelar. Llamar a las armas es un acepción lejana del vocablo que, sin embargo, pone el acento en el llamado y no en lo nacional/ comunitario.
Las discordancias discursivas hablan también de una función que tiene el lenguaje en la composición de un grupo social. En una sintaxis de dominación o desde una sintaxis de lucha la construcción del campo simbólico modela no un vocabulario político sino los afectos de los miembros de ese grupo.
El pedido de unirse a tropas voluntarias para defender la nación hasta la muerte nos lleva a pensar no sólo en qué es una nación sino en qué consiste la muerte.
Para un hombre de Argentina, o de Sudamérica, inscripto en la cultura occidental, la muerte es el fin de la vida. La muerte, esa “cosa misma”, ese todo inasible e indecible hasta el punto de hacer fracasar todo intento lógico es cercar la idea de cómo un “yo” que vive en primera persona una sola vez y no repetible jamás se ofrece no a una supervivencia eterna de un mítico más allá, sino a la realización de un más acá por el hecho mismo de vivir, haber vivido que concierne a toda vida. De modo que la muerte sella el significado histórico de una biografía y ayuda a tomar cierta idea de la gratuidad y de la extrañeza de la vida.
El concepto de muerte en Armenia llega a través de la leyenda de una batalla sucedida en el año 451: la batalla de Avarayr, la lucha contra la imposición del zoroastrismo y el general Vartán Mamikonian enfrentándose a los persas. El alfabeto armenio ya se había creado. Ya Armenia era un pueblo cristiano, pero el imperio quería asignarle su religión.
Un príncipe, un soldado, un general de la familia de los mamikonians que, según se comenta, provenían de la dinastía Han de China, o de otras tierras del imperio chino, o del más próximo Afganistán. Lo cierto es que ese puñado de hombres bajo las órdenes de ese general enfrentándose a las fuerzas persas iba a perder. Lo cierto es que fueron derrotados. Pero no. No del todo.
En el momento anterior a ser arrasados por el fuego persa; antes del enfrentamiento que los llevaría a la muerte, el general, el príncipe, profirió su famosa frase. La misma frase que se bordaban en las cintas de lucha los combatientes de la primera guerra de Nagorno Karabagh: “la muerte inconsciente es muerte. La muerte consciente: inmortalidad”.
Y fueron a la lucha y murieron y fueron vencidos. Pero cada febrero, se celebra Vartanants. Porque fueron vencidos, y permanecieron cristianos. Vasak Syuni, quien pedía la dimisión de la creencia por la supervivencia de los hombres, fue considerado un traidor.
La muerte inconsciente es muerte, la muerte consciente…. ¿Qué es una muerte consciente? Una muerte razonada, una muerte elegida. (¿A eso en occidente se le llama suicidio?). Una muerte deliberada, una teleología en la muerte, una muerte como medio para tener un fin: la inmortalidad. Martirio. Sacrificio. La re elaboración de la pasión crística, sólo que sin cuerpo.
Recordemos que Cristo muere hombre y resucita, su resurrección que es su inmortalidad deviene cuerpo en la sangre y en la comunión en los otros, por los otros, en cada Misa: Este es mi cuerpo, dice, y los fieles in-corporan su gracia. El sacrificio de Vartanants es una inmortalidad sin cuerpo.
Obedecer una orden, en Sudamérica en general, y en Argentina en particular, trae el recuerdo de la obediencia debida y de las dictaduras militares. Obedecer una orden tiene el contrapeso de la ley y sus controles. Obedecer tiene para el vocabulario político un lazo con la justicia, lo que es justo por el “dictum” judicial que conlleva el imperium forense de ser aplicado.
El cumplir con un precepto tiene en Armenia una raíz mítica: se cuenta que cuando el rey murió, hubo tal consternación que sus amigos se lanzaron al sepulcro, suicidándose. Entonces, Artavádz, su hijo, le suplica: “te vas y te llevás todo el país con vos, ¿acaso reinaré sobre ruinas?”.
El padre muerto escucha los ruegos del hijo y lo maldice. Cuando Artavádz va de cacería cae por un desfiladero y allí vive encadenado por toda la eternidad. En cada celebración de Navazart, el año nuevo armenio, los herreros abren sus talleres, atizan el fuego y golpean con sus mazas varias veces el yunque, fortaleciendo las cadenas que aprisionan al príncipe Artavádz. La prisión puede ser el fin de una desobediencia al destino.
Y aquí nos topamos con la idea concebida desde la ilustración como fundante en el marco político: la responsabilidad. La Modernidad con la instauración de la ley y el gobierno del pueblo trajo un sentido de responder no sólo en el representante sino en las elecciones que ese pueblo realiza como representado. Junto con la idea de democracia consolidó el concepto de soberanía en cabeza de un Estado Nación que fue extendiéndose a medida que los imperios iban cayendo.
La paz de Westfalia crea la categoría de nación, pero es recién después de la disolución de los imperios otomano y austro húngaro que las naciones adquieren su esplendor. En ese tiempo el imperio soviético afianzaba la idea de hermandad del homo sovieticus entre repúblicas y regiones autónomas. La Unión cae en el año 1991. De modo que los emblemas de la modernidad llegan a esa región en las puertas del año 2000 cuando en el mundo se abría al concepto de guerra total.
¿De qué modo y con qué elementos se construye una nación post soviética? ¿Con qué diagramas espistémicos? Con la noción de destino y su designio épico trágico. Un sino que parece no depender de las acciones de los hombres y estar ligado a cruces (odios, resentimientos) ancestrales.
Cuando el primer ministro llama a unirse al enrolamiento voluntario llama a formar parte de lo que en Latinoamérica llevó el nombre de grupos paramilitares. Esos grupos que en Latinoamérica tienen una marca de exceso y de un fuera de la ley, en el Cáucaso son designados bajo el repertorio de la defensa de la sangre.
El vocabulario político y militar traducido a otras lenguas no hace más que toparse con un imposible, transplantar campos semánticos. El campo de batalla se produce en una lengua, en una cultura con sus mitos, sus deseos, sus sueños.
En una entrevista de la televisión norteamericana la entrevistadora le indica al ministro de relaciones exteriores armenio que el gobierno debe asegurar el derecho a la seguridad de su población (indicando el riesgo que implica enviar a su población al frente). Sin embargo, seguridad, en los términos del Cáucaso Sur está vinculada al territorio.
El novelista armenio contemporáneo, Vahram Martirosyan, tituló su novela Deslizamiento de tierra haciendo alusión no sólo al devenir sísmico de la zona (recordemos el gran terremoto ocurrido en el año 1988 de Spitak) sino al corrimiento de las fronteras.
Entonces la diáspora utiliza términos que ya comprende, palabras que encuentra en su propio trauma, en su propia pérdida: exterminio, genocidio, negación. Vocablos que asumen la absoluta victimización, vocablos que no admiten negociación, vocablos que claman o por una corte penal internacional o por venganza.
Las palabras en su constelación asociativa conforman también el campo de batalla donde se dirimen los efectos de un lenguaje sobre el cuerpo.
El poema comienza cuando la guerra termina.
Para quien escribe sólo queda sentir.
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Ana Arzoumanian nació en Buenos Aires, Argentina, en 1962.
De formación abogada, ha publicado los siguientes libros de poesía: Labios, Debajo de la piedra, El ahogadero, Cuando todo acabe todo acabará y Káukasos; la novela La mujer de ellos; los relatos de La granada, Mía, Juana I; y el ensayo El depósito humano: una geografía de la desaparición.
Tradujo desde el francés el libro Sade y la escritura de la orgía, de Lucienne Frappier-Mazur, y desde el inglés, Lo largo y lo corto del verso en el Holocausto, de Susan Gubar. Fue becada por la Escuela Internacional para el estudio del Holocausto Yad Vashem con el propósito de realizar el seminario Memoria de la Shoá y los dilemas de su transmisión, en Jerusalén, el año 2008.
Rodó en Armenia y en Argentina el documental A, bajo el subsidio del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales de la República trasandina, un largometraje en torno al genocidio armenio y a los desaparecidos en la dictadura militar vivida al otro lado de la Cordillera (1976 – 1983), y que contó con la dirección del realizador Ignacio Dimattia (2010). Es miembra, además, de la International Association of Genocide Scholars. El año 2012, en tanto, lanzó en Chile su novela Mar negro, por el sello Ceibo Ediciones.
El artículo que aquí presentamos fue redactado especialmente por su autora para ser publicado por el Diario Cine y Literatura.
Imagen destacada: Guerra entre Armenia y Azerbaiyán, en 2020.