«Cantos de vida y esperanza», de Rubén Darío: Los poemas de la Segunda Independencia de Hispanoamérica

El vate nicaragüense, además de tener el rol de modernizar la creación literaria en lengua castellana a fines del siglo XIX, también anunció las luchas sociales de las naciones del continente por la tan ansiada libertad y dignidad, frente al abuso de las potencias anglosajonas y del liberalismo.

Por Sergio Inestrosa

Publicado el 31.10.2019

Recientemente leí en el periódico El País, un texto de Mario Vargas Llosa en el que hablaba de Rubén Darío y de él escribe: “Descubrí a Darío en un seminario que dictó Luis Alberto nchez, para los alumnos de los cursos doctorales de la Facultad de Letras, cuando volvió al Perú del exilio, hacia los finales de la dictadura del general Odría, en 1955 o 1956… Darío fue el poeta del que más versos memoricé en aquellos años de lecturas frenéticas».

Y continúa Vargas Llosa: «Lo que hizo Darío fue romper con el provincialismo que asfixiaba a la poesía de nuestra lengua, la que, desde los grandes tiempos clásicos con Quevedo y Góngora, se había empequeñecido y retraído a las querencias locales, y salir a enfrentar al mundo entero para apropiárselo, precisamente con aquellas mezclas y apareos que sólo un hombre de la periferia podía haber hecho, es decir, alguien que, a diferencia de un poeta francés o británico o alemán, no escribía condicionado por el peso de una tradición. La extraordinaria libertad y audacia con que Darío creó su propia tradición, en esas alianzas desaprensivas en que los dioses griegos bailan el minué con las coquetas indiscretas de los salones del Rey Sol, liberó a la poesía en lengua española del regionalismo y la devolvió al universalismo de los clásicos. Y sigue: «Gracias a él fueron posibles, de una parte, las conmociones telúricas y épicas del Neruda del Canto general, la entrañable poesía de Vallejo, y, en el otro extremo, el internacionalismo de un Borges. Este último lo reconoció, de manera irrefutable: ‘Su labor no ha cesado y no cesará’, escribió; ‘quienes alguna vez lo combatimos, comprendemos hoy que lo continuamos”. (“Recitando a Darío”, El País, 19 de octubre de 2019).

La lectura de este artículo de Vargas Llosa me llevó a leer el libro Cantos de vida y esperanza (Madrid, 1905) cuyos poemas según se informa en la edición de Cátedra, 2014, aparecieron por primera vez en los Diarios Hispanoamericanos entre 1892 y 1905.

El cuerpo de este libro supone una nueva etapa en la producción poética de Rubén Darío y por extensión de la poesía latinoamericana.

Algunos poemas en este libro tienen un tono confidencial, por primera vez el poeta mira hacia adentro, se preocupa por el destino personal y por el significado de la existencia; otros revelan una visión irónica y desencantada de la vida; algunas veces su tono es un tanto grave y es posible percibir cierta inquietud y amargura por parte del poeta, que sabía que ya no era un hombre joven.

En cuanto a la la temática poética se diversifica y la técnica, el ritmo del libro, su métrica y su lenguaje demuestran la maestría que Dario había alcanzado y por lo cual era considerado el líder del movimiento del modernismo latinoamericano.

Este libro ya no se ocupa de elogiar la vida parisina, su hedonismo, y los placeres de la vida nocturna, tampoco hay un elogio a la música del verso de Verlaine. Uno de los temas del libro es el de la muerte; según los expertos se trata de un miedo físico a la muerte, pues cuando esta llega le pone fin a los placeres de la vida. Otro de los temas presentes es el del esplendor de la España grandiosa, la España del Siglo de Oro.  Así por ejemplo en el poema “Salutación del optimista”, Darío termina diciendo:

«Sangre de Hispania fecunda, sólidas, ínclitas razas,

Muestren los dones pretéritos que fueron antaño su triunfo…

Y así sea Esperanza la visión permanente en nosotros,

Ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda!» (Página 346)

Lo mismo ocurre con el poema “Cyrano en España”, donde Darío ensalza la grandeza española:

«He aquí que Cyrano de Bergerac traspasa

De un salto el Pirineo, Cyrano está en su casa.

¿No es en España, acaso, la sangre, vino y fuego?

Al gran gascón saluda y abraza el gran manchego.

¿No se hacen en España los más bellos castillos?

Roxanas encarnaron con rosas los Murillos,

Y la hoja toledana que aquí Quevedo empuña

Conócenla los bravos cadetes de Gascuña…» (Página 351)

Dicen los expertos que la expresión poética en este libro es mucho más sobria, lo que no significa que el poeta haya abandonado lo sublime y la nobleza del arte poético que el profesaba. Otros dicen que en este libro Darío deja su “torre de marfil” y opta por cumplir con la labor social a la que estaba llamado como ser humano, pues en esto el poeta no es diferente a los demás ciudadanos.

En el libro se puede ver la preocupación social de Darío especialmente con respecto al futuro de Latinoamérica. Para muestra el poema titulado «A Roosevelt” donde increpa al Presidente de los Estados Unidos su falta de respeto, su arrogancia para con Hispanoamérica:

«¡Es con voz de la Biblia, o verso de Walt Whitman,

que habría que llegar hasta ti, Cazador!

Primitivo y moderno, sencillo y complicado,

con un algo de Washington y cuatro de Nemrod.

Eres los Estados Unidos,

eres el futuro invasor

de la América ingenua que tiene sangre indígena,

que aún reza a Jesucristo y aún habla en español.

Eres soberbio y fuerte ejemplar de tu raza;

eres culto, eres hábil; te opones a Tolstoy.

Y domando caballos, o asesinando tigres,

eres un Alejandro-Nabucodonosor.

(Eres un profesor de energía,

como dicen los locos de hoy.)

Crees que la vida es incendio,

que el progreso es erupción;

en donde pones la bala

el porvenir pones. No.

Los Estados Unidos son potentes y grandes.

Cuando ellos se estremecen hay un hondo temblor

que pasa por las vértebras enormes de los Andes.

Si clamáis, se oye como el rugir del león.

Ya Hugo a Grant le dijo: «Las estrellas son vuestras».

(Apenas brilla, alzándose, el argentino sol

y la estrella chilena se levanta…) Sois ricos.

Juntáis al culto de Hércules el culto de Mammón;

y alumbrando el camino de la fácil conquista,

la Libertad levanta su antorcha en Nueva York.

Mas la América nuestra, que tenía poetas

desde los viejos tiempos de Netzahualcoyotl,

que ha guardado las huellas de los pies del gran Baco,

que el alfabeto pánico en un tiempo aprendió;

que consultó los astros, que conoció la Atlántida,

cuyo nombre nos llega resonando en Platón,

que desde los remotos momentos de su vida

vive de luz, de fuego, de perfume, de amor,

la América del gran Moctezuma, del Inca,

la América fragante de Cristóbal Colón,

la América católica, la América española,

la América en que dijo el noble Guatemoc:

«Yo no estoy en un lecho de rosas»; esa América

que tiembla de huracanes y que vive de Amor,

hombres de ojos sajones y alma bárbara, vive.

Y sueña. Y ama, y vibra; y es la hija del Sol.

Tened cuidado. ¡Vive la América española!

Hay mil cachorros sueltos del León Español.

Se necesitaría, Roosevelt, ser Dios mismo,

el Riflero terrible y el fuerte Cazador,

para poder tenernos en vuestras férreas garras.

Y, pues contáis con todo, falta una cosa: ¡Dios!» (Páginas 359-62)

Esta preocupación por lo social también la podemos percibir en su poema «Letanía de nuestro Señor Don Quijote”, donde Darío escribe:

«Rey de los hidalgos, señor de los tristes,

que de fuerza alientas y de ensueños vistes,

coronado de áureo yelmo de ilusión;

que nadie ha podido vencer todavía,

por la adarga al brazo, toda fantasía,

y la lanza en ristre, toda corazón.

Noble peregrino de los peregrinos,

que santificaste todos los caminos

con el paso augusto de tu heroicidad,

contra las certezas, contra las conciencias

y contra las leyes y contra las ciencias,

contra la mentira, contra la verdad…

¡Caballero errante de los caballeros,

varón de varones, príncipe de fieros,

par entre los pares, maestro, salud!

¡Salud, porque juzgo que hoy muy poca tienes,

entre los aplausos o entre los desdenes,

y entre las coronas y los parabienes

y las tonterías de la multitud!

¡Tú, para quien pocas fueron las victorias

antiguas y para quien clásicas glorias

serían apenas de ley y razón,

soportas elogios, memorias, discursos,

resistes certámenes, tarjetas, concursos,

y, teniendo a Orfeo, tienes a orfeón!

Escucha, divino Rolando del sueño,

a un enamorado de tu Clavileño,

y cuyo Pegaso relincha hacia ti;

escucha los versos de estas letanías,

hechas con las cosas de todos los días

y con otras que en lo misterioso vi.

¡Ruega por nosotros, hambrientos de vida,

con el alma a tientas, con la fe perdida,

llenos de congojas y faltos de sol,

por advenedizas almas de manga ancha,

que ridiculizan el ser de la Mancha,

el ser generoso y el ser español!

¡Ruega por nosotros, que necesitamos

las mágicas rosas, los sublimes ramos

de laurel Pro nobis ora, gran señor.

¡Tiembla la floresta de laurel del mundo,

y antes que tu hermano vago, Segismundo,

el pálido Hamlet te ofrece una flor!

Ruega generoso, piadoso, orgulloso;

ruega casto, puro, celeste, animoso;

por nos intercede, suplica por nos,

pues casi ya estamos sin savia, sin brote,

sin alma, sin vida, sin luz, sin Quijote,

sin piel y sin alas, sin Sancho y sin Dios.

De tantas tristezas, de dolores tantos

de los superhombres de Nietzsche, de cantos

áfonos, recetas que firma un doctor,

de las epidemias, de horribles blasfemias

de las Academias,

¡líbranos, Señor!

De rudos malsines,

falsos paladines,

y espíritus finos y blandos y ruines,

del hampa que sacia

su canallocracia

con burlar la gloria, la vida, el honor,

del puñal con gracia,

¡líbranos, Señor!

Noble peregrino de los peregrinos,

que santificaste todos los caminos,

con el paso augusto de tu heroicidad,

contra las certezas, contra las conciencias

y contra las leyes y contra las ciencias,

contra la mentira, contra la verdad…

¡Ora por nosotros, señor de los tristes

que de fuerza alientas y de ensueños vistes,

coronado de áureo yelmo de ilusión!

¡que nadie ha podido vencer todavía,

por la adarga al brazo, toda fantasía,

y la lanza en ristre, toda corazón!» (Páginas 461-64)

También en este libro se puede observar un cambio en la propia psicología del poeta como ocurre con el poema «Lo fatal” que copio a continuación y del cual Mario Vargas Llosa dijo recientemente que Darío también podía ser íntimo, profundo y personal, como en estos versos donde el poeta canta:

«Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo,

y más la piedra dura porque esa ya no siente,

pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,

ni mayor pesadumbre que la vida consciente.

Ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,

y el temor de haber sido y un futuro terror…

Y el espanto seguro de estar mañana muerto,

y sufrir por la vida y por la sombra y por

Lo que no conocemos y apenas sospechamos,

y la carne que tienta con sus frescos racimos,

y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,

¡y no saber adónde vamos,

ni de dónde venimos!… » (Página 466)

O en el poema “Yo soy aquel” que abre el libro y donde dice:

«Yo soy aquel que ayer no más decía

El verso azul y la canción profana,

En cuya noche un ruiseñor había

Que era alondra de luz por la mañana.

El dueño fui de mi jardín de sueño,

Lleno de rosas y de cisnes vagos;

El dueño de las tórtolas, el dueño

De góndolas y liras en los lagos.

Y muy siglo diez y ocho y muy antiguo

Y muy moderno; audaz, cosmopolita;

Con Hugo fuerte y con Verlaine ambiguo,

Y una sed de ilusiones infinita».   (Página 339)

Permítaseme terminar esta reseña del libro Canto de vida y esperanza con las palabras del propio Darío respecto a este libro: “Azul simboliza el comienzo de mi primavera y Prosas profanas mi primavera plena, Cantos de vida y esperanza contiene las esencias sabias de mi otoño».

 

También puedes leer:

Lanzamiento de Azul, de Rubén Darío: Reeditan el texto fundacional de la poesía hispanoamericana.

 

Sergio Inestrosa (San Salvador, 1957) es escritor y profesor de español y de asuntos latinoamericanos en el Endicott College, Beverly, de Massachusetts, Estados Unidos, además de redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

«Cantos de vida y esperanza» (Cátedra, 2014)

 

 

 

Crédito de la imagen destacada: Monumento a Rubén Darío en el Parque Forestal de Santiago de Chile, por Manuel Soler Mayor.