El filme del realizador estadounidense —protagonizado por el actor Tom Hardy— centra su mirada audiovisual y dramática durante los últimos años de vida del famoso gánster, luego de que éste fuese liberado de la prisión de Alcatraz, ya enfermo mortalmente de demencia a causa de una sífilis sin tratar, y la cual al parecer había contraído durante su juventud.
Por Horacio Ramírez
Publicado el 5.6.2020
¿En qué consiste el éxito de la vida? En durar como tal… pero no se trata sólo de durar, naturalmente. Si así fuera, las rocas serían algunos de los seres más exitosos del planeta, sin embargo nadie estaría dispuesto a aceptar esta premisa: un santo, un poeta, un intelectual son cosas mucho más interesantes que el más bonito cristal que podamos tener en nuestra casa, así venga desde millones de años de profundidad en el tiempo a nuestra repisa a adornar los relativamente pocos años de nuestra vida. No: el éxito de la materia en este Universo es durar con complejidad creciente. “Evolución” lo llaman a este fenómeno y su culminación es —hasta donde podemos entenderlo— el Hombre.
Pero el Hombre, a su vez, sigue internamente este progreso. Freud hablaba, por ejemplo, de una tendencia en el ser humano a regresar al “estado mineral” contraponiéndolo a un supuesto “estado trascendental” que lleva a esferas filosóficas y hasta religiosas de un Sophia Perennis, de un saber perenne del espíritu. De esta manera no es difícil imaginar a personas que tienden a ser una piedra de lindos colores en la repisa de la Historia: atractivos pero estériles.
Otros, en cambio, evolucionan hacia la opacidad que implica el destierro de sus propias almas para dedicarse a hacer felices a los demás con su propia felicidad. Pero todos, los inútiles brillantes y los vitales opacos, tienen algo en común y que es común a toda forma de vida: sus vidas siempre tratan acerca de una historia. De hecho, sabemos que el Universo es una enorme roca helada que va y viene sobre sí en un perpetuo silencio, donde todo se congela o se calcina… hasta que, movido por alguna fuerza que le es propia pero que al mismo tiempo pareciera contenerlo, ese Universo empieza a querer contar una historia. Y cuando el Universo quiso contar una historia dio paso a la materia viva.
Así, por ejemplo, un científico ve en cada fenómeno que observa un cuento, ya sea geológico, físico, matemático, químico, etcétera: todo es, en presencia del Hombre —y en el Hombre mismo—, una historia, lo que lleva a concluir que la vida del Hombre es Literatura… así se trate de un cuento mal contado o de un espléndido poema. Y sea ese, quizás, el por qué Josh Trank filmó Capone (2020): porque en ese ser despreciable había una historia para contar.
Sería la historia triste de una vida que resplandeció a través de la brutalidad y quizás —no somos nadie para juzgar— también a través de la maldad. Un ser humano que nos repugna, pero que vivió. Es la historia que la vida nos quiso contar y es la historia que un director de cine —y guionista— nos quiso acercar a través de aquel triste adiós de un alma despiadada y la convocatoria a su lectura.
Capone desde Capone
Porque no hay literatura sin lectores. Y así, los seres humanos nos dividimos entre los que piensan que al Hombre se lo lee desde fuera de sí mismo y desde fuera del Universo —en un escrito de un demiurgo con palabras sagradas—, o que se trata de un texto escrito por el azar para que nadie lo lea. Como sea, el arte exige un tipo especial de asimilación. Obliga al lector a ser ese lector pasivo que debe aceptar lo que ocurre aunque ocurra poco o que se vea obligado a aportar de sí para completar la historia.
Esto último a muchos críticos de cine no les gusta del todo: quieren que el argumento conduzca a alguna parte; que haya introducción, nudo y desenlace, pero en el Capone de Trank (interpretado por Tom Hardy) esta construcción tripartita no está definida… y no lo está, precisamente, porque el cerebro del gángster está descomponiéndose. El espectador sabe algo de su historia personal. Sabe que fue un gángster que mató y mandó a matar. Que fundó un imperio comercial al margen de la ley, de modo que desde ese conocimiento parte la apuesta, a mi ver estéticamente acertada, de Trank: hacer vivir al lector—espectador una historia acerca de la putrefacción de una mente y en donde el cuadro completo forma parte de nuestra cultura occidental.
Son los últimos meses de Al y ya no lo llaman así: está empobrecido y afirma —nunca sabremos cuánto había de cierto en lo que dice— que había escondido 10 millones de dólares pero no recordaba dónde. Sea como fuere, lo que Trank nos trae desde Capone es una historia casi sin profundidad dramática: un delicado enjambre alucinatorio a través de una historia sin mayores matices, una monotonía que tensa el relato. Lo que pasa en la película no es nunca importante ni decisivo para la historia: es el último año de un “Al” Capone a quien la neurosífilis le está destejiendo progresivamente el cerebro y donde lo que pasa entrelaza hábilmente realidad y fantasía.
El espectador debe participar activamente conviviendo con una realidad misteriosa por enferma, que se desliza por pasadizos de terror, en una mansión laberíntica que alberga miedos, pasiones y sangrientas orgías que el pasado —con sus curvas de serpiente— se empecina en traer de vuelta. No hay historia más allá de la historia de un moribundo. No hay nudo argumental más allá de lo que pasa a cada momento en la pantalla y lo que pasa participa de un riguroso presente poblado de viejos espectros…
Quizás lo único que anima el mundo externo al personaje sean los 10 millones de dólares que parecen buscar los que trabajan en su mansión de la Florida y los agentes del Tesoro que lo vigilan desde tierra y desde el aire. Su mirada trasluce el miedo y el asombro, el espanto y la desconfianza tras el humo del perpetuo habano que ridículamente fue reemplazado por una zanahoria (casi como burla del director aunque la historia lo confirme).
Ya no es peligroso y por eso lo dejaron salir de una cárcel en la que estuvo detenido por 10 años (no por gángster, ladrón, contrabandista o asesino, sino por evadir impuestos) y tras su legendaria y despreciable etopeya, llena de actos iracundos, arranques de violencia y brutalidad, los pecados y abusos, romances y momentos de gloria y sangre van teniendo sus lugares dosificados en estos últimos meses de libertad.
Su esposa Mae (Linda Cardellini) debe sufrir de parte de él insultos, escupitajos y gritos… pero también gestos de comprensión y de un amor hundido en un jabardillo de emociones entre tiernas y sanguinarias. Los aligátores (los cocodrilos norteamericanos) que abundan en los Everglades del sur de Florida, emergen y se sumergen como sus propios recuerdos. Tras el Nº 93 de la Isla de Palm —en lo que hoy es la zona más lujosa de Miami Beach— asistimos al delicado trabajo de la muerte: “Nadie la quiere, pero siempre llega y siempre gana”, supo decir Shakespeare.
Y ese final de horror, esa ametralladora bañada en oro que mataba más en la tragedia de su mente que en el mundo real invocaba a la Muerte. Ese aligátor amenazante que parece querer devorar su remordimiento… pero que es también metáfora de todos aquellos que comparten su hambre de riquezas del otro lado de la ley. Esa ola que lo transporta a paisajes que nunca vivió en una Italia que le fue ajena, hundido en un hervidero furioso de nadas angustiosas… Es que a veces la vida se despide en medio de un sueño tranquilo… pero otras veces lo hace en medio de una tormenta inacabable, una ola gigante como antesala del infierno imaginado.
Nada quedó de Fonzo (tal iba a ser originalmente el título del filme), salvo la casa —que quedó para Mae— después de la muerte de Capone en enero de 1947, pero de toda la fortuna malhabida no quedó ni un dólar ni para su esposa ni para Sonny, su hijo… con quien termina la película tomado de la mano… aunque nunca sepamos si esa imagen era cierta o no.
“Capone fue la película en la que más cerca me encontré del cine”, dijo Trank en un reportaje. Y de esta forma entró el último Capone a la historia del Hombre: dándole chupadas a una zanahoria, arrastrándose entre alucinados cadáveres y persiguiendo un globo amarillo que clausura como leit motiv, el triste adiós de un alma despiadada.
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Tráiler:
Horacio Carlos Ramírez (1956) nació en la ciudad de Bernal, Partido de Quilmes, en la provincia de Buenos Aires, República Argentina. Tras terminar sus estudios secundarios comenzó a estudiar Ecología en la Facultad y Museo de Ciencias Naturales de La Plata, pero al cabo de algunos años: “reconocí que estudiaba la vida no por ella, sino por la estética de la vida. Fue una época de duras decisiones, hasta que me encontré con una serie de autores y un antropólogo de la Facultad —el Dr. Héctor Blas Lahitte— que me orientaron hacia un ámbito donde la ciencia instrumental se daba la mano con el pensamiento estético en sus facetas más abstractas y a la vez encantadoras… pero ese entrelazamiento tenía un precio, que era reencausarlo todo de nuevo… y así comencé a estudiar por mi cuenta estética, antropología y simbología, cine, poética. Todo conducía a todas partes, todo se abría a una red de conocimientos que se transformaban en saberes que se autopromovían y autojustificaban”.
“La religión —el mal llamado ‘mormonismo’— terminó de darle un cierre espiritual al asunto que encajaba con una perfección que ya me resultaba sin retorno… La práctica de la pintura —realicé varias exposiciones colectivas e individuales— me terminaron arrojando a las playas de la poesía. Hoy escribo poesía y teorizo sobre poesía, tanto occidental como en el ámbito del haiku japonés. Doy charlas sobre la simbólica humana y aspectos diversos de la estética en general y de estética de la vida, donde trato de mostrar cómo una mosca y un ángel de piedra tienen más elementos en común que mutuas segregaciones, y para ayudar a desentrañar el enredo sin sentido al que se somete a nuestra civilización con una deficiente visión de la ciencia que nos hace entrar en un permanente conflicto ambiental y social… La humana parece ser una especie que, de puro rica y a la vez desorientada, está en permanente conflicto con todo lo que la rodea y consigo misma…”.
“He escrito cuatro libros de poesía, el último con algunos relatos y una serie de reflexiones, y estoy terminando dos textos que quizás algún día vean la luz: uno sobre simbología universal y otro sobre teoría poética…”.
Horacio Ramírez actualmente vive con su familia en la localidad de Reta, también de la provincia de Buenos Aires, en el partido de Tres Arroyos, sobre la costa atlántica (a unos 600 kilómetros de su lugar natal), dando charlas guiadas sobre ecología, epistemología y paseos nocturnos para apreciar el cielo y su sistema de símbolos astrológicos y las historias que le dieron origen en las diferentes tradiciones antiguas.
Este artículo fue escrito para ser publicado exclusivamente por el Diario Cine y Literatura.
Imagen destacada: Tom Hardy en Capone (2020).