La última entrega de la joven poeta chilena es un volumen que constituye el segundo dentro de una trayectoria que ha dado seguros pasos desde sus inicios, y en la cual nos ofrece toda una evolución en torno a los principales conflictos que la autora ha buscado resolver en su escritura: el uso riguroso y vigor creativo de la forma, del versos medido y de la rima.
Por Víctor Campos
Publicado el 22.8.2019
El pasado mes ha aparecido bajo Cerrojo Ediciones la última entrega de la poeta chilena Micaela Paredes (Santiago, 1993) que ha sido bautizada como Ceremonias de interior (2019), un poemario que constituye el segundo dentro de una trayectoria que ha dado seguros pasos desde sus inicios, nos ofrece toda una evolución en torno a los principales conflictos que la poeta ha buscado resolver en su escritura. El uso de la forma, del versos medido y de la rima son elementos que en Ceremonias de interior continúan presentes, mas dotados de ciertas libertades que en Nocturnal (2017) no sucedían. Libro que explora nuevas formas y articulaciones enunciativas, mantiene el rigor, el vigor y el frescor de una poesía indemne nunca asediada por la liquidez y el agotamiento que algunos se empeñan tanto en constatarnos.
El poemario se establece mediante dos estaciones. La primera titulada Poemas para olvidar y la segunda Arquitectura de la memoria. Ambas se hallan dotadas de un profuso mirar meditativo, haciendo de la reflexión un eje que despliega toda la escritura en Ceremonias de interior. “Desear no desear más y amar lo errado” es un verso sentencial correspondiente al soneto Contra el presente que arguye una aguda deliberación en torno a la apuesta del hablante, exhibiendo la calidad de lo mencionado.
Su calidad logopéica afectada por el devenir mortal humano (pienso en los versos “que todo porvenir, aún no nacido,/ el germen de la muerte halla en su seno”) nos permite vislumbrar un desplazamiento constante de la imagen; ya sea dado por el marcado dominio de abstracción en el hablante o por su construcción a partir de una cantidad no breve de versos. “El dolor reducido a un nombre/ es hoy un muerto que recobra/ la voz y en contra del olvido/ alza un altar sobre sus sobras” es una estrofa que evoca la imagen a lo largo de ella, no descansando en un verso por sobre otro.
Nada así yace detenido y todo yace en movimiento. Una obviedad si pensamos que el ejercicio de la lectura implica en sí mismo una acción (y por ende un movimiento), mas es la imagen la que no aparece estática: todo el tiempo muta y cambia a lo largo del poema. “Recupero tu rostro en el espejo/ del tiempo, en los latidos de la carne/ que otro cuerpo me regala cuando cedo/ ante el fuego sin ardor de permanencia” conforman versos de Sucesión y que son elocuentes a lo dicho. La imagen supeditada a la acción verbal gesta entonces la sensación de constante dinamismo.
Y es que una de las mayores inquietudes que motivan la escritura en Ceremonias de interior aparece vinculada con el devenir que encausa el tiempo en las vidas humanas. Esa fijación, ineludiblemente la liga a las grandes composiciones literarias de la tradición occidental moderna. Es así que uno de los complejos desafíos que enfrenta una poeta como lo es Micaela Paredes radique en ser parte de aquella vasta tradición que no solo ha tratado estos temas, sino que lo ha hecho acorde a formas determinadas (entiéndase sonetos, sextinas, coplas, entre otros) y que de no suponer un cierre definitivo desde nuestros ojos contemporáneos, abriría la posibilidad de apertura y relación, comprendiendo una escritura que al menos se halla pensada a partir de referentes y poéticas predecesoras.
Sobre el trabajo de la forma que nos ofrece el presente poemario, llama puntualmente la atención dicha manera progresiva de la construcción enunciativa, es decir, el modo que el poema tiene de ir descubriendo sus propios espacios edificados. Quizá aquella postura constituya la gran ceremonia de interior ofrecida: la voz asomándose por el boscaje que el mismo poema se ha construido. Aquel ritual enclaustrado otorga un ineludible efecto de belleza que cada composición recoge y defiende. Entonces, el lenguaje se sitúa logrado como homenaje desde y para sí, permitiendo individualizar la escritura y sus maneras. No desmesura, no provocación, sino conjurar lo oscuro a la par de un dominio de la belleza.
Esto es hondamente palpable en los últimos poemas que acompañan a Ceremonias de interior, en donde la muerte reina como tópico en la composición de los poemas: “Pero sabes que la luz no alcanzaría,/ que se posa solamente en lo que ha muerto/ acariciado por el tiempo” sentencia el hablante en versos de Adiós a Ítaca. Este diálogo con el tópico nuevamente demuestra el saludable estado de una tradición que no permite el adjetivo de agotada y con la cual aún se puede hablar. Hay la comprensión de la creencia en la palabra como un puente comunicativo. Dicha confianza no perdida y que en absoluto supone ingenuidad, recrea un estado anterior en donde entre las palabras y las cosas no existía amenaza alguna, y la comunicación era posible.
Sin embargo, en Micaela no persiste una apuesta de una nostalgia por aquel estado, sino que el conflicto supone en no admitir una derrota total que para algunos poetas ya ha sucedido y han hecho materia de elucubración. Es la valentía de continuar forjando un espacio bajo el alero de una vasta tradición una de las resoluciones visibles en el presente libro y que sin duda ya le otorga una profunda significación: “Volverán mis palabras como manos que se abren/ para alcanzar el surco insomne de tus párpados” sentencia el hablante en el poema Cuando pasen los años.
Esta reafirmación de la enunciación y de las palabras se mixtura armónicamente con el tono oscuro de la voz, singularmente palpable en los poemas residentes de Arquitectura de la memoria. El tiempo, la memoria y la muerte además de obedecer a tópicos centrales, asumen las principales angustias en el hablante: “La memoria: una herida,/ accidente del tiempo./ No relamas la piel/ del ayer: ese muerto/ solo encierra en su carne/ el hedor de la huida”, rezan los versos el poema Advertencia.
Nacer entonces desde la Babel abolida, asumiendo su derrumbe y no agotarse en especular sobre aquel, sino entenderlo como una caída sucesiva y continua a lo largo de la tradición. Todo poeta gesta su inicio en la muerte de sus predecesores, mas también en la resurrección de otros para su escritura. Ese es el gesto que lúcidamente el libro resuelve, puesto que comprende la obediencia a trabajos anteriores, su deuda y su herencia. Aquel ímpetu juvenil neovanguardista es salida fácil y acto iluso. Tomando distancia, la poesía de Micaela apuesta por una revisión premeditada de la lengua en sus pináculos estéticos, recogiendo y no desechando sus elementos: el homenaje que se ofrece al poeta español Luis Cernuda en el poema Cernuda desoído no es, en ningún caso, gratuito. La originalidad no existe, solo su efecto.
“Para siempre condenados al abrazo,/ al secreto de la luz que nos recuerda por las noches/ nuestra ruina originaria” son los versos que cierran esta entrega. Es aquella ruina no un estado terminal, sino un estado iniciático que la poeta enfrenta y asumirá con el paso del tiempo. “Advirtiendo el comienzo del derrumbe,/ tan temprano,/ pero inscrito ya en los huesos”; en suma, el derrumbe como comienzo, como arranque del canto ya tallado en la voz.
Víctor Campos (Iquique, 1999) es estudiante de segundo año en la carrera de pedagogía en castellano y comunicación con mención en literatura hispanoamericana en la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. Fue partícipe en el Taller de Poesía de La Sebastiana, a cargo de los poetas Ismael Gavilán y Sergio Muñoz realizado el año 2018. Actualmente cursa el Diplomado de Poesía Universal de la ya mencionada universidad y es ayudante del proyecto «Poéticas postdictatoriales. Memoria y neoliberalismo en el Cono Sur: Chile y Argentina», dirigido por el doctor Claudio Guerrero.
Crédito de la imagen destacada: Cerrojo Ediciones.