La primera noche del programa anual organizado por el Centro de Extensión Artística y Cultural de la Universidad de Chile -e interpretada por el solista chileno- logró exhibir tanto la solemne melancolía que caracteriza a los Nocturnos, como la intimidad que crean los juguetones Vals del histórico compositor polaco.
Por Deysha Poyser
Publicado el 22.4.2019
La tercera versión del ya reconocido ciclo de pianistas del CEAC nos invita a una revisión de la obra de Frédéric Chopin. De la mano de talentosos intérpretes nacionales e internacionales residentes en Chile, Alexandros Jusakos es quien inauguró la temporada el miércoles 17 de abril.
Uno más entre los renombrados invitados que tendremos la oportunidad de oír este año: Svetlana Kotova, Pablo Echaurren, Armands Abols, Mahani Teave y el dúo TALA (Tamara Buttinghausen y Luis Alberto Latorre; premio a la Música Nacional Presidente de la República 2016 y el director artístico del ciclo).
Las sesiones comenzaron y seguirán celebrándose en el Centro Cultural Gabriela Mistral hasta noviembre; ocasión en que el ciclo retomará a su lugar habitual, el Teatro Universidad de Chile, para culminar su programa con las composiciones para cámara del prolífico compositor. Es preciso recordar que Chopin consagró la totalidad de su vida musical al lenguaje pianístico. En él, puede indicarse una tendencia de alejamiento de las formas tradicionales en beneficio de esta exploración. El lenguaje resultante, trasciende seguramente por su exuberante plasticidad emotiva y por la elocuencia a la hora de apelar con una suerte de sencillez, a los sentimientos y estéticas propiamente románticas de su época.
La primera noche del ciclo, interpretada por Jusakos logró exhibir tanto la solemne melancolía que caracteriza a los Nocturnos, como la intimidad que crean los juguetones Vals. Es posible que las piezas, tal vez menos conocidas pero de gran profundidad estética, resultaran particularmente agradecibles por el virtuosismo que exigen: me refiero al Scherzo y a la segunda parte del concierto dedicada a sus Mazurkas y Polonesas.
Hay que reconocer en ellas un temperamento que enraíza la melancolía chopiniana al folklore del que éste fuera admirador. Las danzas polacas como el bel canto italiano, muy popular en la época, fueron una inspiración importante para el compositor. Su influencia en términos formales no es explícita; no existen voces en su obra y los elementos que se delinean son estilizaciones que más bien vienen a caracterizar la innovadora capacidad expresiva que antes señalara.
Es necesario recordar el exilio sorpresivo y obligado que viviera el autor para comprender, tal vez, la carga de estas piezas. Una gira que coincidiera con el levantamiento de Polonia contra Rusia hacia 1830, se transformó en un exilio involuntario que le impediría volver para siempre. Aspecto biográficos siempre considerados a la hora de indagar en sus motivos compositivos fuertemente introspectivos y nostálgicos.
En este sentido es que es fácil sospechar la relevancia del intérprete; pareciera precisarse de temperamento, de una comprensión de los sentimientos dibujados por la globalidad de la partitura para rendir con justeza las inflexiones del maestro. Jusakos cuenta con una trayectoria que lo acercó tempranamente a la Varsovia de Chopin: es doctor en artes de la Uniwersytet Muzyczny Fryderyka Chopina, y fue capaz de hacer gala de esta compenetración con la obra la noche del último miércoles.
El antofagastino ha mostrado a lo largo de su carrera no sólo una comprensión de la labor de intérprete solista, de suyo en el mundo de los pianistas, sino además, un marcado equilibrio por abordar el repertorio de cámara y desarrollar una poco conocida labor pedagógica. Y esto, ciertamente, se deja ver en el carisma de sus interpretaciones.
Si algo nos deja su concierto, además de una ejecución de alto nivel es la relevancia del intérprete a la hora de enfrentar a los clásicos. Suyo es el proyecto “Fundación para pianos de Chile”, iniciativa que él mismo señala como una contribución necesaria a la cultura musical de los jóvenes del país y que consiste en donar instrumentos musicales a diferentes instituciones y acercar su lenguaje.
Antes que rendir pleitesía a las bellas formas que el pasado nos hereda, se requiere horadar camino para su apreciación y la todavía más importante empresa de mantener viva la creatividad que la gesta. Esta personalidad, de pronto pedagógica, se dejó ver a la hora de presenciar su interpretación de marcada ponderación. Hacia el final, el agradecimiento del público fiel al ciclo, motivó al solista a tocar el Vals del Adiós.
A pesar de cierta sequedad del sonido que se percibe, tal vez por efecto del material de las paredes, cabe destacar que la sala, por su tamaño resulta muy adecuada para la atmósfera intimista que suscita la obra de Chopin. Además, la cercanía entre el piano y el público, más la amplificación se mostró solvente para una escucha atenta. La próxima sesión será de la intérprete Svetlana Kotova, en la misma sala (A1, piso 1) el día miércoles 12 de junio, donde entre otras piezas, podremos oír una de las tres sonatas que escribiera el homenajeado pianista y compositor.
Deysha Poyser es licenciada en ciencias biológicas de la Pontificia Universidad Católica de Chile, y actualmente es tesista de la misma casa de estudios a través de su programa de licenciatura en estética. Sus intereses e investigaciones académicas y personales se enmarcan en una preocupación por una reflexión fenomenológica consistente sobre lo vivo, la vida, la subjetividad y la experiencia. Cultiva su amor por las artes en su tiempo libre.
Créditos de las fotografías utilizadas: Centro de Extensión Artística y Cultural de la Universidad de Chile.