En la última jornada de la clásica cita ofrecida por el Municipal de Santiago (ocurrida el sábado 26 de agosto), al pianista húngaro le correspondió interpretar «El clave bien temperado», libro 1, de Johann Sebastian Bach, donde a cada preludio y fuga ejecutada, el intérprete las supo dotar de su propia personalidad, tanto dinámica como dramática, al hacer variar la regularidad del tempo original, establecido en principio por el genial autor de la partitura.
Por Jorge Sabaj Véliz
Publicado el 30.08.2017
El pianista húngaro András Schiff (Budapest, 1953) con 64 años de edad, visitó el país en pleno uso de sus facultades artísticas, poniendo la guinda a la torta del ciclo Grandes Pianistas, organizado por el principal teatro local, ahora llamado Municipal de Santiago, Ópera Nacional de Chile.
A falta de veinticinco minutos para que comenzara el recital ya se respiraba la expectativa en el ambiente, conformado por melómanos, pianistas, y el público fiel del recinto, con abundancia de trajes, corbatas, abrigos, bufandas, carteras, salones de belleza y uno que otro celular. Los acomodadores, pulcramente vestidos, guiaban a los asistentes a sus ubicaciones y hacían entrega del programa de sala con una amable y no forzada sonrisa. En un pendón colocado en la esquina del foyer central, se podía leer un listado con las señas de los auspiciadores, entre los que destacaban las municipalidades de Santiago, Providencia, Vitacura y Las Condes.
Con cinco minutos de retraso y ante un teatro en un 80 por ciento de su capacidad, aparecía el solista, vestido completamente de negro con un camisón estilo oriental, presumiblemente influido por su esposa japonesa. La sala estaba en penumbras, lo que algunos aprovechaban para apropiarse de los lugares vacíos que les proporcionaran una mejor visibilidad, como es habitual en esta clase de eventos.
El programa estaba íntegramente dedicado a Johan Sebastian Bach (1685 – 1750) (músico que conforma una de las tres “B” alemanas, los otros son los compositores Beethoven y Brahms, para otros la tercera b es Bruckner) y comprendía una sola partitura: el famoso «Clavecín bien templado», Volumen I, compuesto, como es bien sabido, por veinticuatro preludios seguidos por el mismo número de fugas. Una obra destinada a explorar las veinticuatro tonalidades cromáticas de la escala musical moderna y que constituyó, al mismo tiempo, tanto un resumen o un corolario para siglos de búsqueda y teoría musical, en tanto un punto de partida para el desarrollo de la tonalidad occidental moderna. Este se interpretó sin intermedio dada su longitud, 1 hora y 45 minutos según el programa impreso, y a fin de no quebrar su integridad sonora y estética.
Bajo un religioso silencio se escuchó el Preludio y fuga Nº 1, conocido gracias a que posteriormente fue utilizado por Charles Gounod como base para componer el popular Ave María de Bach-Gounod y continuó, ininterrumpidamente, con nitidez y claridad de ejecución, hasta el último, con brevísimas pausas entre ellos. A cada preludio y fuga, el intérprete los supo dotar de su propia personalidad, desde enérgicos como el Nº2 o más juguetones como el siguiente (el número tres). Las fugas, en general, presentaron un desarrollo dinámico y dramático, que rompía con la regularidad del tempo establecido por el autor de la partitura.
Al terminar la primera docena de Preludios-Fugas András Schiff hizo una pausa más larga, con el propósito de remarcar la división o simplemente tomar aire. Por supuesto no faltó, como también es habitual en el recinto de la calle Agustinas, la señora tosedora y compulsiva en aquel ejercicio.
El “Clavecin” de Schiff tenía una cualidad marcada, como si cada nota tuviese algo qué decir. Ambas manos se equilibraban en un contrapunto en donde el tema o melodía pasaba de una a otra. Lo más notable era la compenetración entre el pianista y su repertorio, expuesto como una larga e ininterrumpida conversación con el compositor, a la manera de quien reanuda una relación con un querido amigo. El sentido y profundidad en la interpretación de cada uno de los temas terminaban estremeciendo a todo el conjunto. Al mismo tiempo, su actitud gozosa nos hacía sentir como si estuviera tocando el piano de su casa para unos pocos invitados o bien en el caso de un profesor Honoris Causa, que impartiéndoles la clase a sus alumnos, les dijera: “Este es Johan Sebastian Bach, ¿qué les parece?”.
Luego de varios minutos de aplausos el pianista nos regaló dos obras en tres bises, del mismo compositor. El primer bis fue el Aria de las Variaciones Goldberg, famosa por ser utilizada en la película «El silencio de los inocentes», en la escena de asesinato de Hannibal Lecter y también por las esplendidas grabaciones efectuadas por el pianista canadiense Glenn Gould. En el segundo y tercer bises, Schiff interpretó íntegramente el Concerto Italiano BMW 971, brindándonos el bajativo perfecto para una gran cena.
Crédito de las fotografías: Patricio Melo