Ambientada durante las últimas semanas de la Segunda Guerra Mundial, y en una Alemania que caminaba hacia la peor derrota militar y catástrofe humana de su historia, la cinta del realizador germano Robert Schwentke (2017) obtuvo veintitrés premios internacionales en su paso por los distintos festivales audiovisuales del orbe.
Por Juan Mihovilovich
Publicado el 22.3.2020
“Un soldado puede morir en la guerra; un desertor debe morir”.
Willi Herold
Es el mes de abril de 1945, en una campiña perdida de Alemania. Se ve huyendo desesperado a un fugitivo soldado alemán, quien logra salvarse de sus captores y luego encuentra un vehículo abandonado que contiene en uno de sus asientos un impecable uniforme de un capitán nazi. Tomando dicha identidad asume, a poco andar, el mando de un campamento de desertores y da pábulo para transformarse en el personaje usurpado usando y abusando de una autoridad que le proporciona aquella adulterada sustitución.
Este resumen concentrado da rienda suelta a una extraordinaria película del director Robert Schwenke y que obtuviera varios premios, tanto del cine alemán como del europeo. Y es que el argumento es una suerte de historia expansiva que irá abarcando diversos tópicos del fin de la Segunda Guerra Mundial.
Alemania ya está condenada a la derrota y por los pueblos alejados los soldados desertores se multiplican. La cacería indiscriminada de los mismos por sus connacionales se transforma en una especie de cruzada del derrotismo ario. “Un soldado puede morir en la guerra; un desertor debe morir,” señala el supuesto capitán Willi Herold al inmiscuirse sagazmente en un campo de concentración donde los prisioneros, justamente, son desertores en gran número. Allí, se opondrá a la autoridad judicial que gobierna el campo y Herold, hará gala de un don de mando inusual, o bien, latente, en una personalidad a todas luces constreñida por el poder y que de pronto, en un crudo itinerario por la sobrevivencia, se yergue como un déspota de su propia raza y lo convierte en un cruel y sanguinario depredador de sus semejantes.
La cinta trasluce la metamorfosis que un ser humano cualquiera es capaz de asumir producto de las circunstancias. De ser un desertor a punto de morir en una cacería militar, Herold se transforma. O bien, adquiere y asume las potencialidades que siempre tuvo en su interior y que ahora lo lleva a identificarse con los peores postulados primarios del nazismo: la soberbia de la raza, el don innato del autoritarismo, el desprecio por los inferiores, el acatamiento de normas que parecían extraviadas al término de la guerra y que Herold hace renacer en la conciencia empobrecida y bastarda de quienes dirigen el campo de concentración de su propia gente.
Entonces, todo es posible. El fusilamiento indiscriminado, la tortura sin sentido, el desprecio por quienes supuestamente tienen un rango de accidentales subordinados harán de Herold un emblema casi póstumo, pero renacido, de la raza en decadencia. Los soldados alemanes recuperan allí la maldad que se entronizó hasta en sus huesos y renacerá en ellos el afán de matar, sin importar de quién se trate o, precisamente, porque se trata de una deserción generalizada hay en esa ansiedad moribunda un afán de resarcir la supremacía racial agonizante.
Herold resulta el prototipo del pusilánime reconvertido en héroe de la maldad por obra y gracia de una aparente casualidad. Allí surgirá una astucia férrea, un carácter endemoniado, una actitud cínica y la acción asesina de un “descontrol calculado”, supeditado al supuesto resurgimiento de un ejército ya vencido que necesita de otra mentira más para acceder a la eternidad.
Quizás por ello Herold sea uno de los escasos sobrevivientes del campo de concentración del que se ha apoderado y que resultará bombardeado por los aviones de las tropas aliadas. Y por lo mismo será juzgado con un resultado que el espectador de este excelente filme sabrá ponderar y aquilatar.
En todo caso la cinta El capitán (Der Hauptmann, 2017) nos demuestra de qué material estaba hecho parte del militarismo alemán, de qué modo un individuo intenta renacer de un fuego ya condenado a ser cenizas y cómo se obnubila con perseguir una idea absurda de supremacía que estaba condenada al fracaso.
Una película necesaria e imprescindible en estos días de extraños presagios y violencia globalizada, donde los fascismos siempre acechan, esperando esa oportunidad que la historia pareciera incapaz de alejar por completo.
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Juan Mihovilovich Hernández (Punta Arenas, 1951) es un importante autor chileno de la generación literaria de los 80, nacido en la zona austral de Magallanes. Entre sus obras destacan las novelas Yo mi hermano (Lom, 2015), Grados de referencia (Lom, 2011) y El contagio de la locura (Lom, 2006, y finalista del prestigioso Premio Herralde en España, el año anterior).
De profesión abogado, se desempeña también como juez de la República en la localidad de Puerto Cisnes, en la Región de Aysén. Asimismo, es miembro correspondiente de la Academia Chilena de la Lengua y redactor estable del Diario Cine y Literatura.
Tráiler:
Imagen destacada: El capitán (2017), del director alemán Robert Schwentke.